La inflación se mantuvo relativamente estable en noviembre y confirmó una dinámica que se viene repitiendo desde hace varios meses, con variaciones mensuales en torno al 2%. Según el Indec, el índice de precios al consumidor (IPC) subió 2,5% mensual y viene acumulando un 27,9% en lo que va del año y un 31,4% en relación con 2024.
A primera vista, el dato parece una buena noticia, al menos con relación a los picos registrados en años anteriores, cuando se superaban los dos dígitos mensuales.
Sin embargo, para una gran parte de los hogares, esa mejora no se traduce en alivio. La sensación de que “todo sigue caro” persiste, incluso con una inflación general más baja. Los datos ayudan a entender qué hay detrás de esto.
Cuando el promedio esconde diferencias
El IPC mide la evolución promedio de los precios de una canasta representativa de bienes y servicios. Pero ese promedio no impacta de la misma manera en todos los hogares ni en todos los rubros.
En noviembre, el rubro alimentos y bebidas volvió a ubicarse por encima del nivel general de precios, con una suba cercana al 2,8%, y fue además la división con mayor incidencia en la inflación del mes.
Mientras el IPC general parece haber encontrado cierta estabilidad, los precios de los alimentos se mantienen por encima del promedio. Este comportamiento no es menor. Los alimentos no solo son un rubro esencial que se compra diariamente, sino también uno de los que más peso tiene en el gasto de los hogares con menores ingresos.
Alimentos: el rubro que define la percepción
En noviembre, alimentos y bebidas registró un aumento mensual de 2,8%, por encima del nivel general. Además, fue el rubro que más empujó la inflación del mes a nivel nacional: explicó cerca de 0,7 puntos porcentuales del aumento total. Esto quiere decir que, si el precio del resto de los bienes y servicios de la economía se hubiera mantenido constante, la inflación igualmente habría aumentado casi 0,7 puntos solo por alimentos. En algunas regiones, este impacto fue incluso mayor, y superó el 1%.
Dentro del rubro, los aumentos fueron particularmente fuertes en productos básicos. Carnes y derivados mostraron subas mensuales de entre 6% y 7%, mientras que las frutas registraron incrementos aún mayores, con alzas que superaron el 8% en promedio. También se observaron aumentos relevantes en aceites, grasas y manteca, cercanos al 3%, y en bebidas no alcohólicas, con subas en torno al 4%. Aunque algunos componentes –como las verduras– mostraron bajas puntuales, su impacto fue insuficiente para compensar el aumento del resto de los alimentos.
Este comportamiento tiene un efecto directo sobre la percepción de inflación. En los hogares de menores ingresos, los alimentos representan una proporción significativamente mayor del gasto mensual que en los hogares de mayores recursos. Por eso, cuando este rubro crece por encima del promedio, la inflación que efectivamente enfrentan estos hogares es más alta que la que refleja el IPC general.
Una inflación más baja, pero todavía incómoda
Los datos de noviembre confirman que la inflación parece haberse amesetado cerca del 2% mensual, un registro mucho más bajo que el de años anteriores.
Sin embargo, mientras los alimentos sigan aumentando por encima del promedio –algo que también se espera para diciembre–, la percepción de que “todo está caro” difícilmente cambie. Además, que los productos básicos continúen encareciéndose limita cualquier mejora en los indicadores de pobreza e indigencia.
La desaceleración es un paso necesario, pero todavía insuficiente para que el alivio llegue al bolsillo. Aun con una inflación más baja, la vida cotidiana de los hogares sigue marcada por subas en los bienes esenciales. Por eso, no alcanza con celebrar una inflación relativamente baja: es necesario acompañarla con reformas estructurales que permitan mejorar la calidad del empleo y, por lo tanto, los ingresos reales de las familias.
Hernán Zanghellini es economista de Idesa




























