Pese a la caída de la inflación, bajar a mayor velocidad los índices de pobreza e indigencia no será sencillo. Así lo expone un trabajo del departamento de Economía de la Universidad Torcuato Di Tella, elaborado por el economista Martín González-Rozada.
Con el valor de la Canasta Básica Total (CBT) de abril, el estudio indica que habrá una tasa de pobreza del 35,4% para el semestre noviembre 2024 - abril 2025. Pero ese tránsito tiene sus bemoles.
El 44,9% de la población en Argentina vive con ingresos por debajo de la CBT, fijada en $227.551 por persona. Es decir, casi la mitad del país no puede cubrir el costo mínimo para no ser considerado pobre.
El dato surge del análisis de la función de densidad del Ingrso Per Cápita Familiar (IPCF). La curva muestra cómo se distribuyen los ingresos de las familias argentinas, y deja en evidencia una concentración muy alta en los tramos más bajos.
El número de casi 45 de cada 100 argentinos bajo la línea de pobreza corresponde a una medición instantánea. Cuando se analiza la pobreza en términos semestrales –como lo hace el Indec– las proyecciones ajustadas por el método nowcast ofrecen un panorama apenas menos grave, pero igualmente preocupante.
Con la CBT de abril, el nowcast estima una tasa de pobreza del 35,4% para el semestre noviembre 2024 - abril 2025. El intervalo de confianza al 95% ubica ese dato entre un mínimo de 33,9% y un máximo de 36,9%.
La diferencia entre el 44,9% y el 35,4% se debe a la metodología: mientras los datos conocidos muestran una “foto” de abril, el nowcast proyecta un promedio móvil para el semestre.
En términos prácticos, una persona necesita al menos $227.551 mensuales para no ser considerada pobre. Esa cifra se refiere al ingreso per cápita familiar, es decir, al ingreso total del hogar dividido por la cantidad de integrantes ajustada por equivalencias de consumo.
En una familia tipo de cuatro miembros, eso equivale a más de $910.000 mensuales de ingreso total. La cifra esté lejos de los ingresos reales de la mayoría de los hogares.
La curva es una radiografía del retroceso social acumulado durante los últimos años. Inflación descontrolada, pérdida de poder adquisitivo, informalidad laboral y caída del empleo de calidad han erosionado los ingresos reales.
La canasta básica total aumentó más del 300% interanual, mientras que los salarios corrieron muy por detrás, tanto en el sector público como en el privado.
Poca plata en el bolsillo
El fenómeno es aún más preocupante cuando se observan otros indicadores: la mitad de los trabajadores registrados gana menos de $400.000 por mes, según datos oficiales.
Eso significa que incluso quienes tienen empleo formal muchas veces no logran escapar de la pobreza. La idea de que “el trabajo dignifica” queda tensionada cuando el empleo ya no garantiza condiciones de vida aceptables.
Los sectores más golpeados son los jubilados, los trabajadores informales, las familias con hijos y las personas sin acceso a cobertura social.
En muchos hogares, el ingreso principal proviene de transferencias del Estado, como AUH, tarjeta alimentar o planes provinciales. Sin embargo, estos programas resultan insuficientes frente al ritmo de la inflación.
Desde el plano económico, la masividad de la pobreza compromete la sostenibilidad del modelo. Una sociedad con el 35% o el 45% de su población sin capacidad de consumo interno ve resentido su mercado local, su recaudación tributaria y su consistencia política.