Este país es de no creer. Si lo quisiéramos hacer a propósito, no nos sale. Acaba de suceder uno de los papelones institucionales más trágicos de nuestra historia y todos los actores involucrados sonríen en silencio. Todos creen que ganaron, al menos algo. Están convencidos de que el oponente quedó peor parado, más expuesto, más débil.
Todo sobre el debate del presupuesto 2020
Pero todos, absolutamente todos, perdieron el bien más preciado del que puede gozar un dirigente político: la visión del conjunto, esa capacidad para asomarse y detectar el bosque por encima del árbol; el bien general por encima del particular; la ganancia colectiva por sobre las migajas con las que pretende quedarse la facción de turno.
Eso pasó el viernes en la Cámara de Diputados: una parte del cristinismo celebra el haberle marcado de nuevo la cancha a Alberto Fernández.
Están convencidos de que en estos dos años recuperarán votos y que la única forma de hacerlo será radicalizándose.
En esa vía se anota el obstaculizar el acuerdo con el Fondo Monetario (incluso hay algunos que deslizan que no acordar no sería tan grave), frenar todo lo que se pueda el aumento de tarifas, acentuar los fondos específicos para congelar productos clave como la harina, el pan o la carne, y emitir todos los pesos que hagan falta.
La inevitable brecha será un problema por pilotear a fuerza de cepos y de freno a las importaciones.
Otros creen que el discurso de Máximo Kirchner de tirar todo por la borda obedece a que no está ni cerca el acuerdo con el FMI, por decisión del nada contemplativo FMI, y que –perdido por perdido– la opción era boicotear todo e intentar que parte de ese costo fuera asumido por la oposición.
Qué festeja la oposición
En la oposición, también celebran: se sienten victoriosos porque, dicen, lo único que hicieron fue evitar ser ultrajados.
Que el oficialismo de hoy nunca les votó un presupuesto cuando ellos fueron gobierno, y que ellos estaban dispuestos a ceder, con un gesto de grandeza, pero que fueron acorralados y no tuvieron opción.
En el fondo, disfrutan que el nuevo Congreso se haya impuesto, haciéndoles morder el polvo de la derrota a quienes se jactaban hasta hace poco de haber “ganado perdiendo”.
En el medio, los ciudadanos. Los viejos haciendo la cola por segunda vez en menos de 10 días para cobrar el bono de ocho mil pesos porque la política mezquinó con el anuncio y se perdió de pagar todo de una sola vez.
Las familias, angustiadas entre la plata que no alcanza y los chicos que pasaron de año: todos, milagrosamente, “100% excelente”.
En el fondo, sabemos que esta generación tendrá un agujero de dos años en su formación que serán irremontables. Vos y yo lo sabemos, aunque la política declare otra cosa.
La desazón se agrava porque, de repente, caímos todos en la cuenta de que 2022 también será de Covid y que los estados no invadirán con las restricciones, pero sí con el pase sanitario. Ya nos vacunamos, pero no es suficiente.
Este diciembre al que tantos temían terminará seguramente en paz. No por grandeza de los dirigentes, que hacen papelones en el Congreso o se disponen a permitir las apuestas en la compu de tu casa o en el celu, donde estés, lo que hará más pobre al ya muy pobre.
En eso está la Legislatura de Córdoba.
Terminará en paz porque los ciudadanos hemos aprendido que la convivencia democrática es siempre la mejor opción, aunque desde arriba nos agiten con la grieta y más de una vez quedemos enganchados.
Tenemos salarios en dólares que equivalen a un tercio de lo que ganábamos hace 10 años. En una década no se generaron nuevos empleos, y lo poco que hay es precario, independiente, mal pago.
El 42 por ciento de los argentinos son pobres, lo que significa que a duras penas se tapa el hambre. Nada más, pero ya hemos naturalizado la pobreza, al igual que el 50 por ciento de inflación o una brecha del 100 por ciento en el dólar, todo lo cual hace inviable la normalidad en una economía.
Todo eso seguiría estando si la Argentina tuviera hoy el Presupuesto 2022, ese que marcará el compás del accionar público el próximo año. No hay magia. Pero esa norma aprobada permitiría que en la agenda del dirigente político aparecieran algunos de los temas que afligen a la ciudadanía. Quizá alguno.
En cambio, sigue la trifulca barata, todos mordiendo la bandera de una victoria que no fue, enredados en las sumas y las restas de un papelón institucional que, a 20 años de la gran tragedia argentina, debiera darles vergüenza.
