El caso de Juan Schiaretti desafía análisis, pronósticos y libros de ciencia política.
Contradice, en primer lugar, lejanos temores del propio schiarettismo: la pérdida de poder que suele asociarse al tramo final del último mandato de un gobernante. También sepulta las expectativas que había desarrollado la oposición respecto de un descenso del liderazgo del gobernador y del surgimiento de otros liderazgos desafiantes en el oficialismo o de internas feroces por la sucesión ante el inminente declinar del conductor indiscutido.
Lo que se observa en Córdoba es el fenómeno perfectamente inverso al del “pato rengo”. A 20 meses de dejar el poder provincial y sin que se divisen aún posibilidades nacionales para el gobernador, Schiaretti transita su apogeo político dentro de los estrictos límites de la provincia de Córdoba.
No sólo ejerce una centralidad cada vez más notoria en el peronismo cordobés, sino que también lo hace con creciente frecuencia en la oposición. Es una escena completamente inentendible fuera de Córdoba, y también es cada vez más confusa para los cordobeses. La política mediterránea se volvió indescifrable.
Los encuestadores son los más sorprendidos por el fenómeno. Schiaretti encabeza por lejos las mediciones que encarga el oficialismo y también las que encarga la oposición. Lejos de bajar en imagen y en aprobación de gestión, sube. Esa circunstancia hace que para la oposición sea inconducente ante el electorado cordobés la crítica a Schiaretti. El único político que lo desafía es Carlos Caserio, quien el domingo celebró como un gran triunfo haber retenido el PJ de Punilla.
Difícil de entender
Paradójicamente, Schiaretti hoy sólo es mencionado en planes nacionales por la oposición.
Hay dirigentes de Juntos por el Cambio que salen abiertamente a elogiarlo. Orlando Arduh, el polémico radical al frente de la bancada del PRO en la Unicameral, y Gustavo Santos, ratificado referente de Mauricio Macri en Córdoba, la semana pasada coincidieron en invitar al gobernador a integrarse a Juntos por el Cambio a nivel nacional, y dos de los principales dirigentes del radicalismo -el gobernador jujeño Gerardo Morales (presidente de la UCR nacional) y el diputado Facundo Manes- insinuaron días atrás convites similares, en sendas visitas al Panal.
Siempre hay algún referente del PRO que lo menciona a Schiaretti como un buen candidato a vicepresidente y desde el Panal se esfuerzan por ratificar que las líneas con Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta están abiertas, que el peronismo cordobés es opositor al Gobierno nacional y que el gobernador no se jubilará el 10 de diciembre de 2023.
Esas hipótesis nacionales hasta ahora pertenecen al campo de las fantasías, pero meter ruido en la oposición cordobesa es casi un deporte para el schiarettismo, que para eso siempre encuentra aliados en Juntos por el Cambio. En especial, porque todos los hilos están sueltos en el armado opositor.
Luis Juez está lanzado como candidato a gobernador antes de que Juntos por el Cambio se haya acercado siquiera a un esbozo de consenso sobre cómo elegirá a sus candidatos. La reacción del radicalismo ante la política de candidatura consumada de Juez todavía es completamente impredecible, y el liderazgo local del PRO es un misterio. Pero el mayor de todos los enigmas es cómo hará la oposición para convencer a los cordobeses de que es necesario un cambio sin cuestionar a la gestión de Hacemos por Córdoba y elogiando casi a diario a su máximo referente.
Martín Llaryora es el candidato oficialista para la sucesión provincial. El modo en que el peronismo articula esa sucesión es paradójico: el intendente de Córdoba sólo tiene que demostrar que es quien está en mejores condiciones de continuar la gestión de Schiaretti. Quienes trabajan en la proyección provincial de Llaryora sostienen que hoy la estrategia más efectiva sería “disfrazarse del ‘Gringo’”.
El manual 2023 de Hacemos por Córdoba indica que se debe despolitizar al máximo la elección provincial. No sólo separarla de la elección nacional sino transformarla en casi la selección de un sistema de gestión más que en una decisión política. Es que es en ese terreno donde los cordobeses valoran a Schiaretti y también donde Llaryora empieza a ser valorado por los capitalinos. La teoría de que la Municipalidad de Córdoba es una máquina de deglutir dirigentes políticos está quedando atrás y el peronismo apostará todo a la simbiosis entre la gestión provincial y la gestión municipal.
Esa estrategia del oficialismo ya está a la vista. Consiste en convencer de que casi no hay diferencias políticas entre el schiarettismo y Juntos por el Cambio –lo que manda, en ambos, es el antikirchnerismo– y que Hacemos por Córdoba gestiona mejor.
Triple desafío para la oposición cordobesa: primero, encontrar las diferencias políticas con Schiaretti; después, explicar qué quiere cambiar en la provincia, y luego convencer de que está en mejores condiciones técnicas que Hacemos por Córdoba para gestionar.