Los dedos de la mano suelen sobrar cuando hay que contar las veces en las que el gobernador Juan Schiaretti mantiene contacto con los periodistas.
El mandatario provincial administra esos escuetos e informales diálogos con la prensa para cuando quiere enviar ciertos mensajes.
Ocurrió el martes pasado, cuando –fiel a su estilo de simular hacerse el desentendido con su “no debo de opinar”– decidió ponerle palabras propias a dos preocupaciones que tiene: una para afuera y otra para adentro.
Para afuera, el gobernador –como casi todos los argentinos– está muy preocupado por la situación nacional. Mientras estuvo aislado en un hotel de Nueva York, después de haber dado positivo de Covid, siguió muy de cerca la nueva fase de la crisis desatada por la salida de Martín Guzmán.
Los funcionarios que hablaron permanentemente con él dan cuenta de los temores del gobernador por una eventual escalada de la crisis nacional. El primer diagnóstico que hace es que la crisis es primero política y luego económica, y que está originada en la carencia total de liderazgo presidencial.
Por eso, encerrado en Manhattan, Schiaretti mandó a preguntar qué iba a pasar con Alberto Fernández después del portazo tuitero de Guzmán. Los funcionarios cordobeses que hablaron con sus contactos nacionales encontraron, entre otras respuestas, que Cristina Fernández y Sergio Massa se iban a involucrar en la gestión, en una especie de “intervención” que dejara reducido al Presidente a tareas protocolares y para administrar una transición relativamente ordenada hasta 2023. Que esa “intervención” sería fruto de un acuerdo político, por la vía de “funcionarios que funcionen” y con el trío manteniendo reuniones periódicas para monitorear la situación. Esto último ya se está dando.
Por eso, Schiaretti les habló al trío diciendo que resuelvan las cuitas y no hagan estallar el país.
El gobernador sabe que en este contexto de crisis profundizada se complica su discurso antigrieta o del carril del medio. Se viene un escenario nacional de polarizaciones por los extremos o figuras marginales, creen en el Centro Cívico.
De ahí que todas las conjeturas sobre la proyección nacional de Schiaretti tienen mucho más que ver con especulaciones hacia el escenario provincial que con aspiraciones reales a ocupar lugares centrales fuera de Córdoba.
Sus coqueteos con figuras del radicalismo nacional sólo apuntan a dividir a la oposición local, siempre propensa a la fragmentación.
Jefatura y retiros
El segundo mensaje que quería mandar Schiaretti en su escueto diálogo con los periodistas tenía que ver con las agitadas aguas del peronismo cordobés.
Le dijo públicamente a Martín Llaryora que es el candidato de Hacemos por Córdoba, pero que debe dejar de hacer campaña y de promocionar su candidatura. Sin muchas vueltas, como le gusta plantear las cosas a Schiaretti, que no quiere coparticipar la jefatura partidaria al menos hasta finales del año que viene.
El gobernador y los suyos están preocupados porque, además de instalar su figura, Llaryora lanzó un amplio operativo de jubilación de dirigentes.
Lo venían insinuando el intendente capitalino y sus voceros, pero ya hay dirigentes llaryoristas de primera línea que lo dicen en forma clara y abierta: que pase a retiro la camada de dirigentes “más 60″.
Esa discusión está lejos de saldarse; es como que recién está arrancando.
Van a intentar encauzarla puertas adentro para no dar hacia afuera señales de diferencias internas, pero será una de las cuestiones centrales de la política provincial en los meses por venir.
El otro gran debate es cómo será la apuesta de Hacemos por Córdoba para retener el poder. Si a un cuarto de siglo de haberse iniciado el ciclo peronista concentrará todos los esfuerzos para mantenerse en la gestión provincial sin importar tanto continuar en la ciudad de Córdoba, o si se mantendrá la idea de seguir yendo por todo.
