“El Gobierno de Alberto terminó. Falta ver lo que sigue”. La definición no es de un cristinista, de esos que no lo quieren nada al Presidente. Tampoco de un opositor. Pertenece a un exfuncionario nacional, amigo de Alberto Fernández, a quien las vicisitudes de la política no le modificaron su afecto personal por el jefe del Estado.
Este contexto vale para dimensionar la magnitud del cimbrón que significó para el Presidente, y su entorno, haberle entregado a Sergio Massa la suma del poder en el manejo del área económica.
Fue una de las principales cuotas de poder que administró Alberto Fernández desde el inicio de su gestión, junto con el renunciante Martín Guzmán, pese a la oposición de la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Cabe la pregunta si alguna vez existió el albertismo. Aunque en el verano pasado el propio Alberto Fernández insinuara que buscaría su reelección, ese destino está clausurado. Y de manera definitiva. Más allá de que en política siempre es aconsejable no ser terminante.
Lo que queda no será un período gratificante para el Presidente. Si a Massa le va bien, este se quedará con todos los laureles. Si le va mal, a los costos los pagará Alberto Fernández.
“Hay que ver lo que sigue”, fue el interrogante que planteó el amigo del Presidente. Es la gran pregunta, sin respuesta, que se abre hoy en el Frente de Todos.
¿Cristina Kirchner y Massa se repartirán el poder en este nuevo esquema del Gobierno? ¿Cuál será el espacio del Presidente?
Todo depende de qué hayan hablado en las últimas horas los tres principales socios del frente gobernante. Nadie sabe los términos de esa negociación.
Pese a haber cumplido 50 años el 28 de abril pasado, Massa acumuló mucha experiencia en las últimas dos décadas. Es probable que las arduas negociaciones de las últimas 48 horas hayan sido para tratar de asegurarse el respaldo de Cristina Kirchner, la jefa del Frente de Todos.
La vicepresidenta se mantiene en silencio. ¿Le dará un respaldo público a Massa, como no lo hizo con Batakis? Otra pregunta sin respuesta.
Una voz cristinista admitió que el Presidente y Cristina Fernández se asomaron al precipicio, un modo de argumentar la decisión de encumbrar a Massa.
Esta decisión significó fulminar a Batakis y a otros ministros que vinieron “a poner el pecho”, según el rústico lenguaje del verborrágico ministro de Seguridad, Aníbal Fernández.
Pese a que las encuestas le marcan una imagen negativa que supera largamente el 60%, Massa ya demostró ser un habilidoso negociador, con aceitados contactos con los factores de poder.
Como una de las tres patas de Frente de Todos, tuvo paciencia para esperar su momento, luego de algunos tropiezos para llegar al Poder Ejecutivo.
El domingo 3 de julio pasado, luego de una larga jornada en la cual su nombre sonó como jefe de Gabinete y “superministro” de Economía, entrada la noche de aquel frío domingo se retiró de la quinta presidencial de Olivos con las manos vacías.
Luego, un escueto comunicado oficializó que la desconocida Silvina Batakis era la reemplazante de Guzmán.
Massa fue el más golpeado en aquel día de rumores y especulaciones. “Esto no terminó. Veremos; hay que esperar”, le comentó a La Voz un dirigente muy cercano al tigrense, en aquellas horas que fueron aciagas para el presidente de la Cámara de Diputados, en referencia a su futuro en el Gobierno.
La fuente massista no se equivocó. Aunque seguramente no esperaba que la salida de Batakis fuera tan rápida.
Lo de Batakis no llegó a ser una marca en el gobierno. Los 24 días en el sillón del Palacio de Hacienda, seguramente sólo ocuparán una página en los manuales de la historia política moderna.
Equilibrio de poder
El nuevo equilibrio de poder dentro de la coalición gobernante es un enigma que se irá develando con el correr de los días.
Todo dependerá de los efectos que tengan las medidas que anunciará el nuevo empoderado ministro.
Massa está ante una oportunidad. Puede encaminar su sueño presidencial o recibir otro golpe en su carrera política, en el caso de que su gestión no tenga éxito.
Como admiten sus íntimos, no tiene mucho para perder. Las encuestas no le permitían aspirar a una candidatura presidencial. La gestión le puede dar esa oportunidad, aunque el camino es muy empinado.
La economía está en terapia intensiva y no hay garantías de que no sufra un vacío político, como les pasó a Guzmán y a Batakis.
¿Y Schiaretti?
En medio del batifondo del Gobierno nacional, el gobernador Juan Schiaretti decidió hace unos días poner primera en su anhelo de buscar una proyección nacional.
Este viernes se mostró en la Rural de Palermo, un escenario netamente opositor. Fue mesurado en sus definiciones, propio de su estilo de hacer política. Reiteró sus cuestionamientos a la grieta nacional.
El encumbramiento de Massa no parece ser una buena noticia para el plan nacional del mandatario cordobés.
El exintendente de Tigre es otro dirigente del centro ideológico, que parece abarrotado de propuestas: Horacio Rodríguez Larreta, Facundo Manes, el jujeño Gerardo Morales. Un poco más a la derecha, Mauricio Macri y Patricia Bullrich. En el límite extremo de esa orientación, el libertario Javier Milei.
Lo de Massa dependerá de los resultados en el Palacio de Hacienda. A su vez, Schiaretti apuesta a una avenida del medio en la polarización, que hoy no se percibe como algo concreto.
Pero, ya está dicho, en política nada es definitivo.
