Es una historia conocida, pero vale la pena recordarla. En 1936 hubo elecciones presidenciales en Estados Unidos. Competían el republicano Alf Landon y el demócrata Franklin D. Roosevelt. La revista Literary Digest, que venía realizando encuestas desde 1912 (y había predicho correctamente al ganador en varias ocasiones), presentó sus sondeos: Landon ganaba por 55% a 41%.
Pero no. Ganó Roosevelt con el 61% de los votos. Un error de nada menos que de 20 puntos. ¿La razón? Tras estudiar el caso, se concluyó que la muestra (de 10 millones de personas, nada menos) no había sido bien realizada.
El caso es un clásico del estudio estadístico –lo enseñan en la cátedra de Estadística I de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNC– y muestra que el problema con las encuestas no es nuevo.
Este domingo se sumó un nuevo capítulo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba). Durante varias semanas, la mayoría de las encuestas daban al peronista Leandro Santoro al frente. Sólo en los días finales algunas pocas consultoras difundieron estudios en los que aparecía Manuel Adorni en primer lugar.
¿Qué pasó? ¿Por qué, otra vez, las encuestas no lograron anticipar (si es que eso es posible) el comportamiento electoral?
¿Qué falla en las encuestas?
¿Son las encuestas el problema? ¿Es el método? ¿La gente se cansó? El problema combina un poco de cada cosa y tiene larga data.
Hay un paper famoso de la socióloga Francis Korn (primera argentina en doctorarse en Oxford). En él se preguntaba si las encuestas eran “¿pronósticos científicos o pasatiempos mundanos?”.
Korn analizaba allí las elecciones presidenciales francesas de 2002 y advertía que lo que los votantes decían no coincidía con lo que luego hacían en el cuarto oscuro. Un fenómeno que, afirmaba, ocurre tanto en el “primer mundo” como en los “otros mundos”, incluida la Argentina.
Y algo más: Korn advertía que, cuando fallan, muchos encuestadores culpan a los votantes por mentir, por estar indecisos, o simplemente apelan a un supuesto “cambio de último momento”.
La baja participación
Uno de los efectos menos visibles, pero más determinantes, de una elección con baja participación (53,35%) como la de Caba es que rompe todos los cálculos previos. Lo advirtió el consultor Juan Courel, quien publicó: “Lo primero que hace una participación tan baja es romper las ponderaciones que usaron todas las encuestadoras basadas en resultados históricos”.
En concreto: desarma los ajustes estadísticos que hacen las consultoras para proyectar resultados.
Para entenderlo. Las muestras representativas se corrigen usando datos pasados: proporciones etarias, comportamiento por nivel socioeconómico, diferencias por barrios o comunas, etc.
Cuando la participación cae mucho, esa lógica se descompone. Ya no vota el mismo tipo de gente, ni en las mismas proporciones. Algunos sectores tienden a ausentarse más. Y también influye el nivel de politización, ya que votan más los convencidos (los extremos) y menos los indiferentes.
Si una consultora ajustó su muestra suponiendo que votaría el 70% del padrón, pero lo hizo sólo el 50%, la estimación pierde precisión porque está basada en un escenario que no ocurrió.
Por eso, cuando la participación es baja, suelen aparecer grandes diferencias entre las encuestas y los resultados. No necesariamente por manipulación o mala praxis, sino porque el votante real no fue el mismo que el votante proyectado.
Este desfasaje obliga a revisar los pronósticos y a tomar con cautela las encuestas en contextos de creciente desafección política, algo que probablemente vuelva a repetirse.
Ausencias y rechazos
Otro gran problema es la caída sostenida en la tasa de respuesta. Lo que técnicamente se llama “sesgo de autoselección”, algo que pasa cuando los ciudadanos que deciden no responder. Esto afecta seriamente la calidad del trabajo.
Lo explicó Lucas Romero, director de Synopsis, en este mismo medio meses atrás: “El rechazo es el gran virus que afecta a la encuestología moderna. Porque la gente no tiene tiempo, tiene otros estímulos y, además, está harta de las encuestas políticas”.
La gente no va a votar y tampoco quiere contestar encuestas. Por eso, para lograr 1.000 casos válidos de una muestra, hoy hay que hacer 10.000 intentos.
“Esto es peligroso”, dijo Romero. “Porque las muestras terminan integradas por personas con alto interés político. Y eso altera los resultados. La mirada de una persona politizada no es la misma que la de alguien a quien no le importa. Hay que ponderar bien ambos perfiles”.
Por eso, Romero recomienda ajustar también por “representación política”, por ejemplo, usando el voto anterior como base. “Hay cada vez más gente que entiende cómo funcionan las encuestas y responde lo que quiere que aparezca, no lo que realmente piensa”, subrayó.

Una alternativa ante el rechazo es que algunos encuestadores ofrecen incentivos económicos. Se trata de encuestas por panel, comunes en estudios de mercado. Aunque la desventaja es que pueden generar poco compromiso en las respuestas.
El problema de los costos
Hay un punto en el que coinciden encuestadores, analistas, políticos y jefes de prensa: la metodología más confiable es la encuesta presencial, con un encuestador que visita al entrevistado en su domicilio y aplica un protocolo riguroso.
¿El problema? El costo. Hacer encuestas presenciales es cada vez más caro.
Un ejemplo: el presupuesto para un trabajo en una encuesta provincial en Córdoba, con 800 casos efectivos, un cuestionario estructurado con recolección mediante entrevista presencial de supera los 4 millones de pesos.
“Es para que la ganancia del encuestador sea racional”, explica la fuente que revela el costo.
Aunque hay algunas consultoras que van más allá y piden más de 22 millones por una presencial de unos 2.000 casos.
¿Y en Caba? Otra fuente, que habitualmente trabaja con encuestadores, afirmó que una telefónica - sistema Cawi - costó para estas últimas elecciones entre 5 y 9 mil dólares. Y que por las presenciales, hubo empresas que pidieron hasta 18 mil.
El “escalafón” de encuestadores
A políticos, periodistas y muchos ciudadanos les fascinan las encuestas. Y las consumen todo el tiempo. Por eso, fallos como el de Caba los dejan sin brújula, aunque muchos ya desconfiaban de antemano.
Fallan, aunque no siempre lo que conocemos es lo que se pronosticó. Es que en algunos casos, se hacen dos encuestas: una “para el cliente”, rigurosa y precisa, y otra “para difundir”, más blanda. Esto es sabido en el mundo político, donde se mira con lupa a cada consultora.
“Tenemos un escalafón de encuestadores –contó un asesor de un dirigente cordobés–. Algunos incluso ofrecen sumar un puntito para beneficiar al candidato”.
Según relató, en el caso de la fuente (que pasó por el Gobierno de la Provincia) sólo aceptan contratar una encuesta si pueden revisar la herramienta previamente. “Queremos meter mano en el cuestionario antes de pagar”, dijo.
También aclaró que tienen reglas fijas: “No creemos en encuestas con menos de 1.001 casos. No importa si es un pueblo o una ciudad. Y no compramos encuestas por internet: en Córdoba, el 60% de la gente no tiene datos móviles. Sólo paga WhatsApp”.
“La clave son los conceptos estadísticos”
En una nota anterior, Patricia Caro –doctora en Ciencias Económicas y profesora titular de Estadística I en la UNC– detalló qué condiciones debe cumplir una encuesta electoral para ser confiable.
“Hay que trabajar con muestras probabilísticas. Es decir, en las que todos los individuos de la población tengan una probabilidad conocida de ser seleccionados. Así se logra una muestra representativa, que reproduce las características clave del electorado. Esto permite controlar el error de muestreo”, explicó.

Y agregó: “Si no se hace así, se cometen errores al generalizar los resultados. Es el error de no muestreo”.
Entre ellos:
- Sesgo de selección: ocurre cuando una parte de la población no está en la muestra. Por ejemplo, si sólo hay votantes de una ideología, o sólo mujeres, o sólo vecinos de Córdoba capital en una elección provincial.
- Muestra voluntaria: no puede basarse en encuestas por redes sociales o usuarios de internet.
- Falta de respuesta: el cuestionario debe estar diseñado para captar información clave como el voto anterior o las creencias del encuestado.
- Trabajo de campo: los encuestadores deben estar bien capacitados. Saber cómo actuar ante el rechazo o la ausencia del entrevistado. Hoy, mucho de esto ha sido reemplazado por herramientas digitales.
Caro concluye: “¿Sirven las encuestas? Por supuesto. Pero hay que considerar todos estos factores para que sus resultados sean confiables y representativos. El resultado final confirmará si estuvieron bien hechas”.