Apenas unas cuantas horas le quedarán a la campaña electoral cuando el fin de semana largo devuelva a los cordobeses a la rutina. Todo indica que serán dos días tan atípicos como los del último mes, cuando Córdoba vivió la pulseada provincial más lejana y más descafeinada desde el regreso de la democracia.
La trascendencia que muestra el devenir de la campaña no se condice con la enorme magnitud política de la elección bisagra que ocurrirá en una semana: un peronismo cordobés que enfrenta con Martín Llaryora el recambio generacional tras 24 años en el poder, y un Juntos por el Cambio que logró una oferta unificada en torno de Luis Juez, el adversario histórico de José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti.
Mayormente virtual, administrada por los mismos algoritmos que segmentan el mundo que a cada uno le muestran las redes sociales, prolijamente instalada en gigantografías en vía pública y casi siempre distante, la campaña le pasó de largo a buena parte de los votantes. Pasó casi tratando de no importunar a un electorado que oscila entre la apatía y la indignación, en medio de una crisis tan larga y tan devastadora que comienza a licuar responsabilidades en un mismo enojo contra “la política”.
En Córdoba hace 16 años que no hay debates entre candidatos a la Gobernación, pero esta vez ni siquiera fue posible observarlos en un mismo panel recitando sus propuestas, surgidas casi todas de la omnipresencia de encuestas que dictaminan lo que los cordobeses quieren escuchar. La inseguridad es el eje principal, y posiblemente el único que logró generar alguna atención del gran electorado.
Los candidatos ni siquiera dicen cuánto cuesta lo que prometen. Y no hay certeza de que lo sepan en todos los casos. No explican qué dejarán de hacer para pagarlo ni quién deberá pagar más: duplicar el presupuesto de seguridad; aumentar sueldos de maestros, de médicos y de policías; construir miles de casas, o decenas de escuelas, o el doble de parques industriales, o restituir el 82% móvil a los jubilados. Todo bajando la presión tributaria: los publicistas deben estar convencidos de que nadie presta la menor atención a los anuncios.
Los locales partidarios, que en el pasado eran el máximo símbolo de cercanía territorial, son escasos. Ni siquiera hubo infracciones por pintadas y hasta fueron excepcionales las noticias falsas generadas por la política en perjuicio del adversario. Tampoco existieron las denuncias estruendosas ni los cruces furibundos, porque el peronismo cordobés hace muchos años que aprendió a no responderle a Juez.
Ventaja oficialista
Llaryora gozó de una triple ventaja: no sólo de la entrenadísima maquinaria proselitista que en casi un cuarto de siglo consolidó el peronismo cordobés, sino de los eficaces aparatos comunicacionales del Gobierno de Córdoba y la Municipalidad capitalina para hacer conocer dos gestiones que tienen qué mostrar.
Tuvo a disposición un puntual cronograma de obras de ambas jurisdicciones, y también dispuso de paz gremial: redoblando aumentos, la Provincia clausuró los conflictos con los docentes y con los médicos, y a la inmensa mayoría de los jubilados provinciales les sacó de encima el diferimiento de los aumentos. El propio Llaryora, que pasó tres años enfrentado al Suoem, en 2023 selló una costosa paz con los municipales.
La diferencia técnica y de inversión con la campaña de Juez es ostensible, pero también lo es la actitud de las coaliciones que sostienen a ambos: el nivel de movilización del radicalismo en torno de Juez es muy inferior a la artillería del peronismo en el poder de la Provincia, de la ciudad de Córdoba y de casi todas las ciudades más grandes del interior.
La campaña de Rodrigo de Loredo a la Intendencia de Córdoba por momentos parece más importante que la de Juez a la Gobernación. No sólo que los socios triunfales de 2021 no operan como la misma fórmula que prometieron ser, sino que en ocasiones parecen de distintos partidos.
Contra todos los pronósticos, Mauricio Macri terminó siendo el principal sostén para Juez sobre el fin de la campaña: de acérrimo enemigo interno, a impensado compañero de espanto por las señales que Horacio Rodríguez Larreta le sigue enviando a Juan Schiaretti, aun cuando el cordobés presentó su propia alianza y ratificó su precandidatura presidencial.
Una semana intensa
Por lejos, el fallido intento por conformar un frente de frentes que incluya al peronismo cordobés en una nueva coalición opositora fue el único momento en que la campaña cordobesa tuvo intensidad política. Fue también la única oportunidad que tuvo Juez para fabricarse centralidad: cada vez parece más claro que fue su reacción la que impidió que se concrete esa anexión del peronismo cordobés que planeaban Larreta, Gerardo Morales, Miguel Pichetto y Elisa Carrió.
Lo que no surge con tanta claridad es que en esa jugada de alto calibre político Juez haya sumado votos en Córdoba. Es una de las tantas incógnitas que recién se develará en siete días.
La última semana de la campaña será, sobre todo, la semana previa al cierre de listas nacionales. En el radicalismo no hay otro tema que la inédita posibilidad de que Mario Negri no integre ninguna lista. En el peronismo sigue a pleno la pulsión por arrebatar más dirigentes opositores. Habrá que esperar hasta la medianoche del sábado para el desenlace de esa novela que apasiona a los dirigentes y suele indigestar a los votantes.
Y habrá también que esperar, un día más, para saber si detrás de la apatía de los cordobeses hay un resultado puesto, como afirma el oficialismo. O un resultado oculto a las encuestas, como sigue considerando Juez. En el medio, hay una elección.
