Es muy difícil precisar en el tiempo desde cuándo Martín Llaryora y Luis Juez vienen compitiendo por llegar a la gobernación de Córdoba. Es una dimensión que excede largamente esta campaña que está terminando.
Han recorrido un camino bien diferente, con ritmos distintos y dos volúmenes proselitistas marcadamente asimétricos. Pasaron en todo este tiempo por estados de ánimo de los más variados. Hubo gestos de plena confianza, de resignación, de cierta expectativa, de mucha tranquilidad. Si se los escruta en la gestualidad, esa con la que entran a la veda, hay algo que no termina de cerrar respecto de la expectativa que dice tener cada uno sobre la elección del domingo.
Las urnas cordobesas vendrán con varias novedades. La más importante es que, por primera vez en 16 años, habrá una elección provincial mano a mano, con sólo dos candidatos en condiciones de competir por el principal cargo en disputa.
Nuevo ciclo político
Será una votación que, más allá de que implique la continuidad o no del peronismo cordobés en el poder, inaugurará un nuevo ciclo político en la provincia. Claramente lo será si hay un triunfo opositor que ponga fin a 24 años continuos de gestión del tándem José Manuel de la Sota-Juan Schiaretti. Pero también el recambio se producirá con un triunfo oficialista, ya que habrá un nuevo liderazgo.
La dimensión de ese cambio no terminó de quedar expresada en la campaña. Es que la votación cordobesa quedó atrapada por ese escenario nacional tan inestable, que está abriendo su cronograma electoral en medio de una profunda crisis económica y con situaciones provinciales de mucha convulsión.
Por ello, las elecciones provinciales anteriores se separaban lo más posible de los procesos nacionales, aunque ello implicara modificar la legislación vigente.
De ahí que el candidato oficialista se siga quejando en privado, a pocas horas de votar, de no haber sido escuchado en su reclamo de votar a fines de abril o principios de mayo. Llaryora terminó la campaña atrapado por crisis provinciales como las de Chaco y Jujuy, que en nada le ayudan a su plan proselitista. En especial lo de Chaco y la interpelación a los largos ciclos en el gobierno, conjugados con abusos de poder en casos judiciales.
El intendente capitalino y candidato a gobernador cerró abrazado a Schiaretti, a quien llenó de elogios públicos. Pero el comando llaryorista considera que la incursión nacional del mandatario provincial está siendo poco prolija, en especial porque el fallido intento de sumarse a Juntos por el Cambio implicó un viraje en la campaña cordobesa.
Esa relación promete ser otra cualquiera sea el resultado del domingo.
El empujón poco esperado
Aquel punto de inflexión del frustrado acuerdo de Schiaretti con Horacio Rodríguez Larreta le dio a Juez un impulso que no había podido lograr por sus propios medios. Es como si esos tironeos del armado nacional, más las crisis provinciales, hubiesen suplantado las dificultades que tuvo el senador nacional para el armado provincial y lo raquítica que era su campaña hasta ese momento.
Como Llaryora con Schiaretti, Juez terminó abrazado a Rodrigo de Loredo, quien pasó el tramo final de la campaña a gobernador más preocupado por su elección para intendente capitalino dentro de un mes que en la votación clave del domingo. Esa relación no es la misma, ni lo será después del domingo.
Más allá de esos vínculos, la elección del domingo y el desempeño de cada candidato serán determinantes para sus respectivos aliados. Es decir, la campaña municipal de De Loredo está ligada al resultado que consiga Juez. Y la campaña nacional de Schiaretti está atada a cómo le vaya a Llaryora.
