Mientras se aproximan las decisivas primarias obligatorias del domingo y se incrementa el nivel de incertidumbre respecto de cómo quedará reconfigurado el escenario político para la renovación del poder nacional, la muerte incomprensible de una niña de 11 años que estaba a punto de ingresar a su colegio en el conurbano bonaerense sacudió el final de la campaña electoral.
El crimen de Morena Domínguez, en Lanús, a las 7.30 de la mañana, es un nuevo cachetazo que la realidad le dio a toda la clase dirigente. Sucede cada tanto. Esta vez, en vísperas de las elecciones, lo que potencia su impacto. En medio de promesas de todo tipo y ante una sociedad que se muestra cada vez más apática y resignada, la clase política no puede hacerse la distraída.
El dramático hecho –que sólo por su característica de mortal lo hace merecedor de la atención mayoritaria y mediática– ubica en espacio y dimensión el grado de degradación del que somos parte. Como víctimas, testigos o protagonistas, la inseguridad se transformó en una herencia maldita legada por años de esculpir más pobreza y más exclusión. “La corrupción mata” fue una frase que, con razón, se acuñó años atrás. El colapso económico también se cobra vidas todo el tiempo. Morena es un ejemplo horrible de eso.
Los partidos políticos y las coaliciones respondieron con la premura que no tienen para resolver los problemas. Decidieron cancelar los actos proselitistas.
Entre el tino y la sobreactuación, la reacción es espasmódica, acorde con el nulo debate que mostró la campaña nacional respecto de la problemática de la inseguridad. La crisis cambiaria, con el dólar al galope, la inflación en ascenso y el desmadre macroeconómico, siempre pueden más.
El show debe continuar
La muerte de Morena agrega un condimento más de tensión y de incertidumbre a la elección. No despeja, sin embargo, algunos de los interrogantes que develarán las Paso del domingo.
¿Quién seguirá en camino a la Casa Rosada por el conglomerado opositor Juntos por el Cambio? ¿Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich?
¿Qué nivel de competitividad ostentará tras las Paso Sergio Massa, la cara expuesta de la última mutación K dentro del peronismo? ¿Los 30 puntos que parece anhelar como primer y supuestamente alcanzable objetivo serán suficientes para tener chances más allá del 22 de octubre?
¿Qué tan cierto es aquello de que Javier Milei se “desinfló” en los últimos meses después de haber enardecido a los desencantados por el fracaso de los políticos tradicionales? ¿Milei dará la sorpresa el domingo o será un protagonista acotado en sus chances de ingresar al balotaje?
¿Cuánta gente irá a votar? ¿Será, como se especula sobre la base del reciente antecedente de los comicios capitalinos de Córdoba, la elección con mayor deserción desde la vuelta de la democracia?
¿El desempeño de Juan Schiaretti confirmará aquello de que sin conurbano bonaerense no hay elección expectable para un candidato del interior?
Y dos incógnitas más bien inquietantes que están estrechamente vinculadas: ¿qué país quedará en pie desde el lunes y hasta el 22 de octubre? ¿Es imposible que, como sucedió en 2019, estas Paso alumbren al sucesor de Alberto Fernández?
Impacto local de la interna de JPC
En Córdoba, el resultado de las primarias no tendrá efecto neutro, especialmente para el oficialismo y para la principal fuerza opositora.
Son totalmente diferentes los escenarios que podrían constituirse en la provincia en función de cómo termine la interna entre Rodríguez Larreta y Bullrich.
Schiaretti quiere hacer su diferencia en Córdoba, pero celebrará sin disimulo si el alcalde porteño se impone a nivel nacional ante la exministra de Mauricio Macri.
Las chances del gobernador de ser parte de un gobierno de coalición sólo tienen anclaje seguro en una victoria de Rodríguez Larreta.
Al margen de los eventuales acuerdos futuros que podrían darse en el plano nacional, el gobernador electo Martín Llaryora es otro de los interesados en que uno de los máximos exponentes de la “pitucada” porteña que él criticó celebre el domingo por la noche.
El peronismo cordobés ve en ese flanco opositor la hendija para lograr en una mesa de negociación ampliada y con juego a varias bandas lo que los votos le negaron: el control de Legislatura provincial. Claro que no es lo único que obtendría a cambio de prosperar una alianza con ese sector moderado de Juntos por el Cambio.
Los planes serían otros, en cambio, si la que se impone es Bullrich. En línea con Macri, la precandidata no comulga con la idea de un gobierno de unidad. “Para acordar está el Congreso”, reafirman cerca suyo.
Todo, menos la vida de Morena, se puede revertir.
