La impactante irrupción de Javier Milei en la política argentina se vio coronada este domingo con su elección como presidente de la Nación a partir del próximo 10 de diciembre.
Un triunfo amplio, transversal y extendido por todo el país, que incluso penetró bastiones históricamente afines al peronismo, como provincias del noroeste y noreste.
Fue lo más parecido a una “ola” que cubrió todo -o casi todo- y que, salvo aisladas excepciones, en gran parte del país adquirió el formato de un tsunami.
Pero es la provincia de Buenos Aires la que da una muestra de la profundidad de la victoria libertaria. Se suponía que el distrito más grande del país, que concentra más de un tercio de los votantes, engrosaría la cosecha de sufragios de Unión por la Patria al punto de contrarrestar los distritos más adversos, entre ellos claramente Córdoba y Mendoza.
Eso no sucedió: Massa se impuso en Buenos Aires por apenas un punto y medio. Elección liquidada.
Un zoom sobre el distrito más grande del país ayuda a entender ese escenario de casi empate que se registró allí: a excepción de bolsones del conurbano bonaerense donde Unión por la Patria logró diferencias significativas (por caso, en el populoso partido de La Matanza obtuvo el 61 por ciento de los sufragios), el crecimiento libertario fue notable y extendido.
El mapa cambia
El mapa que muestra el país en este balotaje presidencial está ahora teñido de violeta, con apenas unas pocas islas azules: provincia de Buenos Aires (por apenas un punto y medio) y Formosa y Santiago del Estero, ambas con diferencias apreciables.
En Chaco, Unión por la Patria araño el empate. En los otros 20 distritos, la ventaja de los libertarios varió de contundente a lisa y llanamente paliza.
La aparición de La Libertad Avanza en la escena política nacional, que en las Paso dibujó un inédito escenario de “tres tercios” y en la primera vuelta electoral sacó de carrera a Juntos por el Cambio, termina por consolidar una nueva versión de la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo sobre la que cabalga Argentina desde hace dos décadas.
Las opciones electorales más atenuadas, que pretendían reducir el abismo que parte al medio a la sociedad argentina (Horacio Rodríguez Larreta en Juntos por el Cambio, Juan Schiaretti con su Hacemos por Nuestro País) quedaron fuera de carrera antes de este balotaje.
La historia
La “ola” no es extraña en la historia política reciente; todo lo contrario. Varias veces en estos 40 años ininterrumpidos de democracia que lleva Argentina la “mayoría silenciosa” que no jura fidelidad incondicional a ninguno de los partidos -sean tradicionales o nuevos, alianzas o fuerzas puras- decide optar en bloque por alguna de las opciones.
Fue un “urnazo” el que consagró presidente a Raúl Alfonsín el 30 de octubre de 1983 (con casi el 52% de los sufragios), contra todos lo pronósticos que por entonces ofrecía la incipiente ciencia de los sondeos y análisis electorales, hoy devaluados.
También tuvieron característica de “paliza” los triunfos de Carlos Menem en 1989 y 1995.
Más cerca en el tiempo, tras el arrasador triunfo de Cristina Kirchner en las presidenciales de 2011, que pintó del azul del Frente para la Victoria los 24 distritos del país, en 2015 (triunfo de Mauricio Macri ) y 2019 (victoria de Alberto Fernández) se dibujó una “camiseta de Boca”: un país azul cortado al medio por una franja amarilla de Juntos por el Cambio.
Cuatro años atrás, cuando el peronismo/kirchnerismo recuperó la Presidencia bajo el sello Frente de Todos, el amarillo de Juntos por el Cambio se pintó en Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Hoy todo, o casi todo, es violeta.
