Veinte años después del horror, Camila decide alzar la voz y relatar el infierno que vivió en manos de Marcelo Mario Sajen, el tristemente célebre “violador serial de Córdoba”. Su testimonio, recogido por Infobae, revela el modus operandi del depredador y el profundo impacto que dejó en su vida y en la de decenas de mujeres.
La noche del 16 de marzo de 2003, lo que prometía ser una salida con amigos se convirtió en una pesadilla. Camila, entonces una joven pampeana de 20 años estudiante de Comunicación Social, caminaba por el barrio Nueva Córdoba, un entorno que le recordaba la tranquilidad de su pueblo natal en La Pampa. La confianza que le inspiraba el lugar se quebró abruptamente cuando, a mitad de cuadra, un hombre la abordó con violencia, amenazándola con un arma. Ese hombre era Marcelo Sajen.
El caso marcó un punto de inflexión en la forma de tratamiento de las víctimas de violencia sexual. Sajen se pegó un tiro, acorralado por la Policía, en la puerta de una casa el 28 de noviembre de 2004. Murió dos días después. En el siguiente video podés conocer cómo fue el caso que tuvo repercusión internacional.
El crudo testimonio de Camila, una de las víctimas del violador serial de Córdoba
“Me agarró del cuello, me apoya algo en la espalda y me dice: ‘Caminá y no intentes hacer nada’”, recuerda Camila con la voz aún temblorosa. La amenaza, el miedo paralizante, la obligaron a obedecer. Sajen la condujo por calles transitadas, bajo la mirada indiferente de transeúntes que no advirtieron la tragedia que se desarrollaba ante sus ojos. Un intento desesperado de Camila por pedir ayuda a una pareja que pasaba quedó en vano. Así actuaba el violador.
El recorrido culminó en el Parque Sarmiento, un lugar que para Camila representaba momentos de paz y lectura. Allí, Sajen la sometió a una brutal agresión sexual. “Me volvió a tomar del cuello. Mi instinto por sobrevivir me hizo pararme y caminar”, relata, evocando la imagen de su tía fallecida como un último refugio en medio del horror, recuerda en una nota publicada por Cristian Javier Acuña, director del medio Infohuella.com.ar para Infobae.
El relato de Camila no solo describe la violencia física, sino también el profundo quiebre emocional que sufrió. “Me mostraba fuerte, pero estaba rota. Estaba muerta, muerta en vida”, confiesa. La culpa, la vergüenza, la autoagresión y la sombra del suicidio la acompañaron durante años. Sus estudios universitarios quedaron truncos y su vida cambió para siempre.
Marcelo Sajen, se estima, violó a cerca de un centenar de mujeres en Córdoba entre 1991 y 2004. Fueron 93 los casos recabados. Su modus operandi era constante: abordaba a mujeres jóvenes en la vía pública, las amenazaba con un arma y las llevaba a lugares aislados para cometer los abusos. En 2004, acorralado por la justicia, Sajen se suicidó antes de ser detenido.
El testimonio de Camila, aunque doloroso, es un acto de valentía y un llamado a la reflexión. “Siempre digo que me estoy reconstruyendo, porque vengo de una demolición”, afirma. Su historia es un recordatorio de las profundas cicatrices que deja la violencia sexual y la importancia de alzar la voz para romper el silencio y buscar justicia. Su valentía al compartir su experiencia es un faro de esperanza para otras víctimas y un paso crucial en la lucha contra la impunidad.
Era el 16 de marzo de 2003 cuando Camila bajó del tercer piso de su departamento D ubicado sobre la calle Independencia al 800 de la ciudad de Córdoba. Se dirigía a una fiesta a la que nunca llegó: “Iba a una juntada con unos amigos que tenía, que eran de Rawson. Era a unas seis cuadras, sobre la calle Buenos Aires”.
Camila tenía 20 años. Marcelo Sajen, 39. “A los pocos días de padecer la violación, les dije a mis viejos: ‘A mí un tipo no me va a cagar la vida’... y me la cagó”.
“Cuando salgo del departamento, paso por el Sanatorio Allende, hago unos metros y, antes de llegar a la avenida Irigoyen, una de las cuadras se pone muy oscura -relata en diálogo con Infobae-. Había plantas altas que tapaban la luz o creo que directamente no había luz en ese tramo. A mitad de cuadra, en una casa que tenía como un zaguán, sale un hombre y me agarra del cuello, me apoya algo en la espalda y me dice: ‘Caminá y no intentes hacer nada’”. Un arma en su espalda -o lo que Camila pensó que era un arma- y una mano que le envolvía la mitad de su cuello bajo su pelo le cambiaron aquel recorrido y la vida, para siempre.
“Tenía su mano en mi cuello. En ningún momento lo miré. Caminaba pegado a mi lado dando a entender que yo era su novia o algo. Entre la gente, recuerdo que de frente venía una pareja. Miré fijo al chico y le hice gestos de auxilio con los ojos para que me salvara, le quise dar a entender que estaba en manos de un tipo que me llevaba por la fuerza, que me estaba haciendo daño. El chico no logró deducir lo que le quise decir y recuerdo que la novia tampoco, es más, le hizo como una escena de celos”.
Unas cuadras antes de llegar a la Plaza España, el violador le soltó el cuello. Pero Camila siguió, siempre pensando que ese hombre estaba armado. “A mí me corría algo por la espalda. Lo cuento ahora, más de 20 años después, y puedo sentir esa misma sensación, la sensación de que me iba a pegar un tiro por la espalda”.
“Me mostraba fuerte, pero estaba rota. Pese a que no le vi el rostro, miraba a las personas en la calle para ver si andaba cerca. Estaba muerta, muerta en vida”, cuenta Camila por primera vez. Como lo hizo con otras 92 mujeres -aunque se estima que las víctimas suman el doble-, Camila fue agredida sexualmente aquella noche del 16 de marzo, unos días antes de cumplir 21 años.
“Llamé a mi casa a La Pampa por teléfono, atendió mi mamá y le dije: ‘Me violaron’. Viajó mi papá a Córdoba y yo no sabía qué reacción iba a tener. Yo tenía culpa porque eran las diez de la noche y no estaba en mi departamento, estudiando o descansando, sino que estaba por ir a una juntada con amigos. Mi papá me abrazó y luego me dijo algo que hoy también me sigue generando culpa. Yo, que siempre fui tan de ir al frente, contestaría cuando creo que hay una injusticia… ¿Qué pasó que no hice nada para escaparme? Mi papá me preguntó lo que yo me preguntaba esas horas y me sigo preguntando: ¿por qué no hice nada para escapar?, me cuestiono”.
Su vida, desde aquel hecho traumático, fue distinta. Empezó a frecuentar psicólogos. “Me mostraba fuerte, pero estaba rota. Pese a que no le vi el rostro, miraba a las personas en la calle para ver si andaba cerca. Me autoflagelaba y mi mejor amiga era una gillette. Me cortaba, como buscando vida, porque yo estaba muerta, muerta en vida. Coqueteé con el suicidio, aunque estaba lejos de concretarlo, porque me gusta vivir. Hoy, más de 20 años después, hay culpas que me parecen irrisorias desde ese absurdo romanticismo... Yo era virgen y en esos años pensaba entregarme en cuerpo y alma a la persona amada. Y nada de eso pasó, terminé violada”.