Es difícil hablar con algún vecino de barrio Müller, en la periferia este de la ciudad de Córdoba, sobre el brutal crimen en el que un adolescente de apenas 16 años protagonizó un nuevo episodio de violencia urbana: le disparó a un chico de 29 provocando su muerte casi de manera instantánea.
Es más fácil que te digan dónde se vende “merca” o marihuana en esas calles que solo recorre el cura Mariano Oberlín para proteger de las drogas a los chicos.
“La violencia se volvió atroz y todos los días abren un nuevo ‘kiosquito’ (de cocaína)”, dicen, cabizbajos, en los almacenes del lugar a punto de cerrar, cuando cae la siesta del viernes.
Unas horas antes, en la noche del jueves, Luis Argentino Puga (29) llegó con una herida de bala en el pecho al Hospital de Urgencias.

Lo traían dos allegados que prefirieron no identificarse. Dejaron el cuerpo a la entrada y a los gritos reclamaron: “Que lo atiendan porque se muere”.
Pasadas las 23, y a pesar de los esfuerzos médicos, se cumplió ese trágico designio.
Puga, con un historial delictivo bien cimentado por una ristra de antecedentes penales, dio su último aliento.
Investigan el nuevo episodio de violencia urbana
Por la mañana del viernes, en calle Estanislao Learte al 777 de barrio Müller, la Policía interceptó un Volkswagen Surán en posesión de un pibe de 17 años.
El conductor del vehículo habría sido uno de los chicos que dejaron a Puga en el centro hospitalario, en ese mismo automóvil.
El adolescente aseguró que iba con Puga hacia el barrio Campo de la Ribera cuando el sospechoso de 16 disparó.
Ahí mismo confesó que le pidió ayuda a un vecino para trasladar a su amigo al hospital y volvieron a la casa de Puga.
¿Buscaron armas? ¿Juraron venganza? ¿Hubo otros episodios violentos en el medio? Es todo materia de una investigación, que por estas horas quedó a cargo del Juzgado Penal Juvenil de Primera Nominación, tras las primeras instrucciones de la fiscal Florencia Espósito.
Al no haber entre los involucrados personas mayores de edad, es el fuero juvenil el que debe actuar, tal como está sucediendo.
Lo cierto es que la Policía actuó de inmediato, tras los testimonios recabados de boca del entorno de la víctima.
En horas de la mañana, detuvieron al presunto asesino de 16 años en la intersección de las calles Tulumba y San Jerónimo, del colindante barrio Miralta, zona este de la ciudad Capital.
Hasta el momento, los investigadores no dieron con el arma homicida.
El chico se habría alejado unas 20 cuadras de su domicilio para estar a salvo en la vivienda de allegados suyos. Sin embargo, alguien habló de más y señaló cuál sería su escondite, donde finalmente lo halló la fuerza.
La hipótesis sobre la raíz del episodio de violencia urbana
A pesar de los dichos del entorno de Puga, los investigadores creen que hay algo más oscuro detrás de la balacera donde cayó malherida la víctima.
En base a testimonios, seguimiento de las cámaras del lugar y a las pistas recabadas hasta el momento, los pesquisas sostienen que la balacera no habría ocurrido durante un cruce ocasional en las calles del barrio.
Por el contrario, investigan si entre Puga y el chico de 16 se pactó un encuentro para resolver una disputa que llevaba largos días y que había comenzado a resonar en los entornos familiares, por ambos lados.
Con ese ánimo, Puga habría llegado hasta su trampa mortal. Lo que se habría pactado no se habría respetado y el chico de 16 habría tomado ventaja de la situación.
Cuando la víctima se atrevió a pegar el primer grito de reproche –creen los investigadores– el adolescente, atrevido, sin miedo a nada, sacó el arma y gatilló.
Puga se echó al piso a gritar hasta que fue socorrido por sus laderos, que habrían estado esperando cerca del punto de encuentro. Todo habría sucedido en cuestión de minutos, según la investigación.
Cuando llegó el socorro, el chico de 16 se había dado a la fuga.
El adolescente y la violencia urbana como su “único refugio”
Volviendo al miedo que prevalece en barrio Müller para hablar sobre cualquier punto concomitante con este crimen, hay que reconocer que este sentir tiene sus argumentos.
El presunto matador tenía un arma en perfectas condiciones técnicas, capaz de causar el daño irreversible que provocó, pero tras de sí carga con algo todavía más temido.
“Es la tercera generación de una familia muy pesada”, advierten antes de llamarse al silencio, las fuentes barriales.
El apellido del adolescente de 16 retumba por las paredes del barrio y llena el silencio que se apoderó de todos, porque “el miedo no es zonzo”, comentan. Ese mismo chico de apellido conocido –se resguarda su identidad, tal como la ley manda– ya contaría con su propio camino en el ámbito criminal.
“La violencia es su único refugio. Es él o los demás”, cuenta un vecino apenado que asegura conocerlo desde pequeño.
Ahora el fuero juvenil deberá resolver si existen argumentos suficientes como para relacionar al chico con este crimen y, luego, resolver las medidas urgentes para protegerlo. Y para que algo así no vuelva a suceder.