El revelador dato descubierto por el fiscal Pablo Javega en el caso Nora Dalmasso, que podría llevar al conocimiento de la verdad, llega cuando la acción penal por homicidio estaría prescripta. Pero no deja de ser una reivindicación para la Justicia y un doloroso recordatorio de cómo el descreimiento puede minar el funcionamiento de nuestras instituciones democráticas.
Durante 18 años, el caso judicial fue un caldo de cultivo para todo tipo de especulaciones descabelladas, rumores, prejuicios e intrigas políticas. Se habló de amantes, swingers, testaferros, hipoxifilia, vuelos nocturnos del marido, de la contratación de un sicario colombiano.
¿Acaso la fallida imputación de Gastón Zárate y la manifestación popular del “perejilazo” influyeron para que no se volviera a investigar a un trabajador?
Con esta nueva teoría, el fiscal Jávega se juega su propia credibilidad. En una causa de femicidio que será emblemática, también tiene la oportunidad de devolver algo de confianza en el Poder Judicial y de romper con el descreimiento ciudadano.
Si esta nueva hipótesis se confirma, se impone un mea culpa generalizado. En todos estos años, los errores de los investigadores, la violencia de género, y el sensacionalismo periodístico, alimentaron las elucubraciones más disparatadas, como todos recuerdan.
Los elementos morbosos, sexuales, económicos del caso, convirtieron al reclamo de justicia en una sed de castigo y venganza contra todo lo que sea estatus, poder y privilegios. La urgencia por la verdad, en una excusa para hurgar, estigmatizar y prejuzgar.
En medio de la tormenta mediática, los tiempos electorales también impusieron desesperados golpes de timón, los intereses políticos siempre agitaron el mar de confusiones.
Ahora, si esta nueva línea lleva a la verdad, también se comprueba que no mintieron Daniel Lacase, ni Alberto Bertea, ni Miguel Rohrer, ni Marcelo Brito: no mintieron las amigas, ni los integrantes de la familia Macarrón. Nora Dalmasso no habría tenido una relación consentida ni semiconsentida. Fue una víctima de un ataque sexual seguido de muerte.
El juicio absolutorio del viudo parecía mostrar la punta de un iceberg a la deriva. Ese enorme témpano de desconfianza, solidificado durante 18 años, acaba de hacerse añicos contra una doble prueba científica.
El autor del crimen no era tan poderoso como se pensaba. Simplemente, contó con la inestimable ayuda de una concatenación de errores, torpezas, sesgos y mezquindades.
El espejo del caso Nora Dalmasso refleja un mar de fallas y sufrimiento. Pero también, nuestro rostro humano más despiadado: hasta dónde nos puede llevar una mirada prejuiciosa sobre la vida de los demás.