Hay dos certezas en esta historia. La primera es la violencia exacerbada que padeció el muchacho.
La segunda es que no se recuerda, ni en el corto ni en el mediano plazo de la historia criminal cordobesa, un crimen mafioso de esas características en la provincia.
Ni en Traslasierra, ese pintoresco valle que ya aprendió a convivir con el espanto y el horror en los últimos tiempos, ni en otros sitios de la provincia, donde terribles historias se vienen registrando y repitiendo cada vez más seguido.
Dejando esas dos certezas, el resto son interrogantes que, por ahora, no tienen respuestas: quiénes fueron los asesinos, cómo hicieron, dónde lo hicieron y por qué lo hicieron.
El salvaje asesinato de Santiago Aguilera Allende (18) estremece.
Mientras tanto, el espanto, el dolor y la bronca crecen tanto en Paraje Chuchiras, donde Santiago vivía, como en la ciudad de Villa Dolores y toda la región, donde el joven trabajaba, se movía y muchos lo conocían.
Santiago fue víctima de varias personas que lo secuestraron, pidieron rescate, lo retuvieron en una casa o aguantadero y, mientras la Policía y la Justicia lo buscaban sin éxito, lo golpearon, lo torturaron y lo terminaron asesinando para luego arrojar su cuerpo cerca de un arroyo seco, cerca de una cantera, a pocos kilómetros de Villa Dolores.
Así lo confirmaron fuentes oficiales a La Voz, quienes indicaron que, si bien el muchacho fue asesinado con un fortísimo golpe con un objeto en la cabeza, antes fue blanco de distintas agresiones en vida.
Los criminales no dudaron en convertir leznas y destornilladores en púas caseras para atacarlo.
“Fue un ataque tumbero y hubo varias personas que participaron”, graficó una fuente.
No hubo armas de fuego, ni esposas, ni vehículos incinerados.
A veces, el horror de un crimen mafioso se escribe de otra forma.
Y eso es lo que desconcierta, por ahora, a los investigadores.
Todo se descubrió porque un baquiano, que pastaba sus vacas, se topó con el cadáver tirado.
Días de horror
Como muchos adolescentes, Santiago tenía una vida intensa.
Todo cambió el martes pasado.
Aquella jornada, como parte de su rutina, fue al colegio en Villa Las Rosas, luego partió a trabajar con su papá en Villa Dolores, más tarde enfiló hacia el gimnasio y regresó a casa. Cenó y dijo que se iba a ver con un amigo. No llegó a verlo. Tampoco regresó a su propia cama.
Esa misma noche, el espanto comenzó a escribirse.
Santiago habría sido secuestrado por varias personas.
Carlos Aguilera padre es, entre otras cosas, dueño de un corralón que en los últimos años creció, y mucho, en la región. El hombre tiene negocios, contactos y relaciones.
El miércoles pasado, Aguilera padre recibió un mensaje extorsivo por WhatsApp.
Le ordenaban juntar 10 millones de pesos y que no avisara nada a nadie, menos a “la cana”.
El mensaje había partido del celular de su hijo. El aparato se apagó y desapareció. No hubo, que se sepa, ninguna comunicación más.
Desde un primer momento, la familia temió lo peor: Santiago no se había llevado sus medicamentos recetados por un trasplante renal.
La Policía provincial se enteró y comenzó a buscarlo. Primero, con investigadores locales. Parecía una simple desaparición.
Luego, con el paso de las horas, arribaron detectives de la Capital.
Todos comenzaron a trabajar bajo directivas del fiscal federal 1 de Córdoba, Enrique Senestrari. ¿Por qué? Los secuestros extorsivos son de competencia federal.
El jueves siguiente, mientras nada se sabía aún de Santiago, la investigación tuvo su primer y, hasta ahora, único detenido.
Se trataba de Walter Gil, de 23 años, quien trabajaba para Aguilera padre y conocía a Santiago.
Fue cercado en su casa de Villa Dolores por una triangulación de celulares y por ciertas contradicciones en su relato, como, entre otros puntos, el análisis de movimientos extraños con su auto.
La vivienda fue revisada de arriba abajo. También, su Peugeot 405.
Los peritos de la Policía Judicial no hallaron rastros de Santiago.
De todos modos, el fiscal Senestrari imputó a Walter Gil como supuesto partícipe de secuestro extorsivo y lo mandó directo a la cárcel.
La situación del detenido se complicó en las últimas horas: secuestro seguido de muerte. Seguirá preso.
Sin embargo, Senestrari y su equipo de trabajo lo dicen a puertas cerradas: Gil no es el asesino.
El sospechoso fue detenido antes de que Santiago fuera asesinado. ¿Cómo es eso?
Espanto tras el espanto
Volvamos al jueves pasado. Mientras Gil estaba detenido, la búsqueda se profundizaba en Traslasierra.
Santiago no aparecía por ningún lado. Su rostro inundaba las redes, detectives husmeaban por varios sitios, bomberos buscaban con perros un cadáver y el papá del muchacho comenzaba a temer lo peor. Sobre todo, por la falta de noticias; sobre todo, porque no se había llevado los medicamentos.
Senestrari supo gestionar con el Ministerio de Seguridad de la Nación, que conduce Aníbal Fernández, una recompensa por tres millones de pesos para quien diera datos sobre Santiago. Hábil y meticuloso, el fiscal se quedó en Traslasierra y se encargó de tejer vínculos con la Policía cordobesa. Senestrari no tuvo buenas relaciones con esta fuerza.
Habló con los jefes de la región, pero principalmente con la jefa de la fuerza, Liliana Zárate, y con el titular de Seguridad de la Provincia, Alfonso Mosquera, a quien conoce de chico.
“Hay un detenido, pero no estamos dando con Santiago”, se sinceró el fiscal con la prensa, el viernes.
La recompensa, para peor, no aportaba (ni aporta) nada.
El viernes pasó, seguido del sábado, y la noticia sacudió el domingo: un peón rural que pastaba animales halló un cadáver en Boca de Río, a seis kilómetros de Villa Dolores.
La zona se llenó de policías y, sobre todo, de peritos. Nadie dudaba de que era el cuerpo de Santiago.
Las terribles heridas que presentaba paralizaron a todos y todas. Pero habría más espanto tras el espanto.
Torturado en vida
La autopsia es una pieza clave para una investigación. Bien realizada y analizada, el estudio forense arroja elementos valiosísimos.
La autopsia a Santiago determinó que el joven murió por un fuerte traumatismo en la cabeza (de frente) con un objeto contundente, según dijeron fuentes del caso.
Hay más: el cuerpo forense detectó golpes y heridas de arma blanca provocados en vida. Se usaron herramientas convertidas en púas. “Fue un ataque tumbero”, dijo un pesquisa.
La autopsia fue más alla: por el rigor mortis del cuerpo, los forenses determinaron que Santiago no fue asesinado apenas desapareció.
El joven habría sido ultimado el sábado y en un lugar distinto de donde apareció su cuerpo.
“Walter Gil, el empleado de Aguilera padre, ya estaba preso cuando estaban matando a Santiago...”, remarcan desde el seno de la causa.
Entonces, ¿dónde estuvo Santiago? ¿Dónde lo tuvieron? ¿Quiénes fueron? ¿Nadie oyó nada? ¿Nadie se atreve a decir nada? ¿Los criminales son locales?, ¿o llegaron y se fueron?
Una venganza, la hipótesis
Varias son las hipótesis abiertas en torno a este terrible episodio.
Una fue prácticamente descartada: la que señalaba una eventual venganza entre el único detenido para con la víctima por una relación personal.
La hipótesis de un hecho de inseguridad con un secuestro que terminó de la peor manera no encaja.
“Un secuestrador sabe todo de la víctima antes de actuar. Todo o casi todo. Y la cuida. Y le da medicamentos, sobre todo si la víctima los necesita. Eso no pasó acá. Además, que no volvieron a pedir más rescate…”, remarcan desde la causa.
Entonces se erige la figura de la venganza: el ajuste de cuentas brutal. Pero aparecen más preguntas.
¿Y el pedido de dinero? ¿Los criminales aprovecharon o quisieron desviar las cosas? ¿Por qué tanta saña? ¿Por qué y para qué vengarse de un pibe secundario de esa forma? ¿Era un mensaje? ¿Para quién fue?
“Este crimen fue con una crueldad únicamente de animales. Fueron unos inhumanos que lo molieron a golpes...”, alcanzó a decir, entre llantos, el padre del muchacho, horas antes del velatorio.
Los pesquisas esperan sentarse a charlar con él en busca de más información para la causa.
Por ahora, la recompensa sigue en pie, según trascendió.
Senestrari, en tanto, no planea alejarse de la causa. Entiende que, más allá de que hay puntas que no cierran, hubo un secuestro de por medio y se pidió rescate a una familia. Ya se lo comunicó a las dos fiscalas del fuero provincial y que trabajan en aquella región.
Mientras tanto, un halo de espanto y de horror cubre Traslasierra.
Las respuestas aún no están.
