El hallazgo de los restos desmembrados de Camila “la China” Merlo (26) en un microbasural de barrio General Urquiza, en el sudeste de la ciudad de Córdoba, volvió a encender una alarma que ya había sonado fuerte hace pocos meses, cuando el cuerpo de Brenda Laiza Belén Torres (23) apareció en bolsas de basura cerca del estadio Kempes.
La brutalidad se repite. El miedo que provoca también.
Y entre las voces especializadas, advierten que no se trata de casos aislados, sino de una problemática social que expone una violencia extrema sobre los cuerpos de las mujeres más vulneradas.
Camila había llegado a Córdoba a los 13 años, escapando de un episodio de violencia sexual que marcó para siempre su historia y que la empujó al consumo problemático de drogas, según comentó su mamá Moira Merlo.
Desde entonces, vivió entre casas de amigas, pensiones precarias y la calle, en un contexto de extrema vulnerabilidad.
Era muy querida entre las trabajadoras sexuales de la zona, que la llamaban “la Tía”, porque solía cuidar a otras mujeres y a sus hijos e hijas.
Tenía una hija de 9, por la que se “deslomaba”, aun en medio de las adicciones.
El caso de Brenda, hoy camino a juicio, fue el primero que instaló con fuerza el horror del desmembramiento en la agenda pública cordobesa. El de Camila reabre esa herida y suma nuevas preguntas: ¿qué hay detrás de esta práctica? ¿Qué dice de quienes la cometen, pero también de la sociedad que la produce?
Los tipos de desmembramiento
La psicóloga jurídica y especialista en psicología criminal Florencia De Gaetano analizó en diálogo con La Voz ambos casos y puso el foco en el trasfondo de estas prácticas.
“Cada desmembramiento nos habla de una motivación y de un mensaje. No sólo de quién lo hizo, sino, sobre todo, del porqué”, explicó.
Y agregó: “El desmembramiento de Camila no es un hecho aislado, es una problemática social”.
Según la especialista, se pueden distinguir al menos tres grandes tipos de desmembramiento según el móvil.
El primero de ellos es el desmembramiento defensivo, que tiene como fin principal el ocultamiento. “La intención es deshacerse del cuerpo: facilitar el traslado, dificultar la identificación, borrar evidencias”, indicó De Gaetano.
En estos casos, la mutilación se realiza después de la muerte, y suele darse en un lugar que, a la vez, permita manipular el cadáver y minimizar rastros.
Luego describió el desmembramiento agresivo. En este tipo, el énfasis está en el ensañamiento: la agresión comienza cuando la víctima todavía está con vida.
“Aquí el objetivo ya no es ocultar, sino hacer sufrir, prolongar la agonía y ejercer un control absoluto sobre la vida y la muerte de la víctima”, dijo.
Según la fuente especializada, suele vincularse a sujetos con rasgos psicopáticos, que son plenamente conscientes de sus actos y obtienen placer del sufrimiento ajeno.
El otro tipo es el desmembramiento expresivo, y mediante esta práctica el criminal busca “decir algo” a través del cuerpo mutilado.
“El autor usa el cadáver como un mensaje: para amenazar a alguien en particular o para atemorizar a un grupo o a toda la sociedad. Lo vemos con frecuencia en crímenes narco, que exhiben partes de cuerpos como advertencia”, señaló la especialista.
A estos modelos se suma una variante posdesmembramiento agresivo: el llamado “trofeo” o “fetiche”. En esos casos, el agresor se queda con una parte del cuerpo, que funciona como recuerdo de la “hazaña criminal”, un objeto que lo conecta una y otra vez con el delito cometido.
Hasta ahora, no se han hallado partes del cuerpo de Brenda, así como el torso y la cabeza de Camila.
Una violencia que rompe lo imaginable
Más allá de las motivaciones individuales, De Gaetano sostuvo que el desmembramiento tiene siempre una dimensión social y simbólica que no puede soslayarse.
“Cuando aparece una víctima desmembrada, estamos frente a una violencia que rompe el orden del mundo que podemos imaginar. Es muy difícil, casi imposible, imaginar un cuerpo despedazado. Por eso decimos que, simbólicamente, ya no hay cuerpo”, puntualizó.
Esa ausencia tiene efectos concretos: sin un cuerpo íntegro, también se dificulta el duelo.
“El cuerpo humano, vivo o muerto, forma parte de lo que nuestra mente acepta como real. El cuerpo fragmentado queda fuera de lo tolerable. Es la expresión más brutal de deshumanización”, añadió.
En los últimos casos resonantes de Córdoba, la víctima fue una mujer que atravesaba múltiples conflictos: pobreza, consumo problemático, situación de calle.
“No estamos sólo frente a la decisión de quitar una vida. Se busca destruir el cuerpo de la mujer, cosificarlo al extremo. Es la forma más cruel de decir: ‘Tu cuerpo no vale nada’”, advirtió.
Brenda y Camila, dos cuerpos que hablan desde el horror de la mutilación
El domingo 16 de noviembre, apareció el muslo de Camila en la calle Andalucía al 3100, a metros de un microbasural. Fue encontrado por un perro que llevó los restos hasta sus dueños.
Luego, en un operativo ordenado por la fiscala del caso, María Eugenia Pérez Moreno, en la zona de una pequeña ermita sin Virgen, se hallaron manos, piernas y pies dentro de bolsas negras.
Más tarde, se confirmaría que los restos pertenecían a Camila Merlo.
Hasta hoy, aún siguen faltando su torso y su cabeza. Y, lo que es clave en términos judiciales, no hay imputados ni detenidos en la causa.
Días atrás, el 25 de julio, Córdoba se despertó con otra escena de espanto: un sereno encontró, de casualidad, restos de una mujer dentro de una bolsa de basura, cerca del estadio Mario Alberto Kempes, al norte de la Capital.
Días más tarde, aparecerían más partes del cuerpo, también embolsadas, en la misma zona.
La víctima era Brenda Laiza Belén Torres, de 23 años, una joven que vivía prácticamente en la calle, atravesada por una fuerte adicción al “pipazo” y alejada de su familia.
La pesquisa, basada en cámaras de seguridad y testimonios, llevó a una casa de barrio Chateau Carreras, sobre calle Hornero 574. Allí vivían dos hombres: Gustavo Martín Lencina (53), alias “Carpi”, y Christian Alexis Aranda (38), guardias de seguridad informales.
En el patio de esa vivienda, se encontraron más restos humanos enterrados. Según la causa, cuando Lencina fue subido a un patrullero, Aranda se quebró y dijo entre lágrimas: “Los dos le pegamos y la cortamos”.
El fiscal Horacio Vázquez imputó a ambos por homicidio agravado por mediar violencia de género (femicidio), con una posible pena de prisión perpetua. La hipótesis es que invitaron a Brenda a la casa, en un contexto de consumo y trato sexual, y allí la golpearon, la apuñalaron y luego desmembraron su cuerpo para facilitar el ocultamiento: una parte fue enterrada, otra repartida en bolsas por distintos puntos de la ciudad.
En el celular de uno de ellos se halló una búsqueda que hiela la sangre: “Anatomía del cuerpo humano”.
