“Estoy acá, en El Campito, mirando las ´bochas´”. La llamada recibida por Rubén Ricardo Cabrera de su hermano alertó a los investigadores. Las antenas telefónicas captaron las comunicaciones entre el líder de una banda narco, su pareja y su madre, que terminaron por delatar la venta de cocaína que habían montado en la zona de Bell Ville, en el sudeste provincial.
En un fallo unipersonal, la jueza Carolina Prado, del Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba capital, condenó a Rubén Ricardo alias “el Negro de la Mirta” Cabrera, Lorena Margarita Gallardo, Edgardo Samuel Díaz, Johana Mabel “Beba” Ibarra, Alicia Mirta Ibarra, Melina Andrea Di Bartolo y Mirtha Antonia Susana Costilla.
A las causas de narcotráfico a gran escala en Córdoba en los últimos años, con desbaratamiento de marihuana (como la del narcojefe de La Fiel Darío Cáceres) y de cocaína (en el departamento de un exjuez federal, sin que él lo supiera) continúan sumándose casos de menor cuantía, que ubican a la provincia como una de las receptoras para la distribución, el almacenamiento y la posterior venta.
El clan familiar
Una denuncia anónima realizada en 2019 dio origen a la investigación que lideraron el entonces fiscal federal José Uriarte y el juez de Bell Ville, Sergio Pinto. Con los datos precisos consignados en la denuncia, el foco se colocó rápidamente en la figura de un presunto traficante local: “Gallardo”.
A pesar de las crecientes sospechas, inicialmente los investigadores sólo pudieron observar que Cabrera y su pareja Gallardo mantenían reuniones con diversas personas, sin que pudieran recolectar datos de relevancia. Pero de la escucha telefónica practicada sobre la línea de uno de los hijos de Gallardo lograron obtener el número de ella y el de Cabrera.
Los diálogos frecuentes entre Cabrera y su pareja empezaron a girar en torno de temas que mantenían siempre un lenguaje encriptado, propio del que utilizan integrantes de las bandas narco.
Por las intervenciones y los movimientos de Cabrera (gracias a las antenas telefónicas que captaban su señal), los pesquisas pudieron determinar que viajaba habitualmente a Santa Fe de noche y por pocas horas.
Para dedicarse a la costura de pelotas de fútbol, Cabrera tenía una amplia “hoja de viaje”. Movimientos entre Santa Fe, la localidad de San Marcos Sud y un predio denominado “El Campito”, entre Maestro Bianchi y Catamarca, en la ciudad de Bell Ville.
Los arribos los hacía, por lo general, los fines de semana y de noche, y en algunas ocasiones, acompañado de su novia. Se movilizaba en una moto a nombre de su hermanastra, Johana “Beba” Ibarra.
Pero se descubrió que no era el único que se movía en torno de El Campito. “Estoy acá, en El Campito, mirando las ´bochas´”. La confirmación de su hermano Leandro Cabrera (luego fallecido) permitió a los investigadores trazar las conexiones de nombres y lugares frecuentados por todos los sospechosos.
“Las ´bochas´” habría sido, nuevamente, una forma elusiva de referirse a la droga, que tenían los sospechosos.
Junto a Gallardo y Cabrera, “trabajaban” su madre, Alicia Mirta Ibarra (de allí que a Cabrera lo apodaran “el Negro de la Mirta”), y “Beba” para la adquisición de droga y su posterior venta.
En las comunicaciones, estas últimas –madre e hija– habrían participado del negocio fraccionando la droga en “bolsitas” o envoltorios.
Fueron siempre los diálogos los que aportaron los elementos más sustanciales que fueron, a la postre, configurando la causa. Las conversaciones ubicaron a Cabrera, Gallardo, Mirta y Johana Ibarra siempre en torno del predio del “Campito”, donde tenían contacto con los estupefacientes.
La ubicación del lugar donde “trabajaban” pudo ser determinada con la información propiciada por las antenas telefónicas que captaban las llamadas que ellos realizaban. Con esa información, la Policía Federal observó que el lugar donde se reunían no estaba tan alejado de la zona urbana de Bell Ville y detectó que allí se erigía una casa abandonada.
Algunos lugareños relataron que solían ver que diversas personas atravesaban el campo y se dirigían siempre a la vivienda (presuntamente para comprar droga).
Sin embargo, las conexiones de Cabrera continuaron arrojando pistas sobre nuevos actores que, hasta ese momento, no habían quedado bajo “el radar”. De otra llamada entre Cabrera y una mujer jubilada, luego identificada como Mirtha Costilla, se confirmó que “Negro” le proveía droga.
Eso condujo a los pesquisas a la casa de Costilla, quien residía con Melina Di Bartolo, novia de su hijo detenido, Edgardo Samuel Díaz (preso por una causa anterior). En un violento intercambio de mensajes, Díaz le dio instrucciones a su madre de cómo debía ingresar “los gramos” (droga) a la cárcel de Villa María, donde estaba purgando la condena.
Tanto Costilla como Di Bartolo (que usaba el celular de su suegra) se dedicaban a revender los estupefacientes que Cabrera y la familia les habían entregado y que luego ellas entraban al penal para que Díaz los recomercializara o los consumiera.
“Mediante cierta manipulación psicológica, Díaz obligaba a su madre –Costilla– y a su pareja –Di Bartolo– a que comercializaran sustancias prohibidas en Bell Ville, actividad que él coordinaba desde prisión y por la que recibía el producido de esas ventas”, aseguró la jueza Prado en su fallo.
Si bien en la casa abandonada de El Campito no hallaron droga, los efectivos secuestraron algunos gramos de cocaína, marihuana, $ 82 mil y una balanza de precisión en la casa de Costilla-Di Bartolo.
Una voz narco en el teléfono
Para hacerse de la droga, “Negro” Cabrera mantenía contactos asiduos con su proveedor afincado en Santa Fe, a quien le consultaba el precio y la forma de entrega.
“Hola, amigazo. ¿Cómo andás? Te mando (este mensaje) para decirte que ´eso´ se fue un poco ´arriba´ por culpa del dólar. Vale el litro un millón 350 para vos. A los demás 1,4″, le dijo el proveedor, de la localidad de San Genaro (ubicada entre Marcos Juárez y Bouquet).
El 21 de diciembre de 2021, el santafesino le confirmó que a las 15 de ese día viajara a esa provincia a buscar los estupefacientes. Advertido por las escuchas, el juez ordenó revisar a Cabrera y su auto, un Peugeot 307, cuando lo divisaran en la ruta nacional 9 rumbo a Santa Fe o viceversa.
Ese día, a las 15.30, el patrullero observó a Cabrera. Pero el sospechoso rápidamente se desvió hacia un camino rural, se bajó del vehículo y huyó campo traviesa. Finalmente lo capturaron y le secuestraron casi un kilo de cocaína.
Cabrera recibió cinco años (confabulación para la comercialización de estupefacientes y transporte); Gallardo, tres años; Díaz, cuatro años y medio (unificada en una única pena de seis años); Ibarra madre e hija y Costilla y Di Bartolo, tres años de ejecución condicional.
