Un nuevo capítulo de la camaleónica vida delictiva de Alberto Humberto Capelli terminó de escribirse, al menos por ahora, en la Justicia de Córdoba. Multifacético estafador y ladrón, el “hombre de los mil rostros” volvió a recibir una nueva condena por una serie de robos tan increíbles como ingeniosos, pergeñados con su pareja de entonces, Claudia Alejandra Liegnini.
La mujer (50), viuda de un empleado de Epec, acordó un juicio abreviado a fines de 2024 con el fiscal del Distrito 4, Turno 3, Juan Pablo Klinger, homologado por el juez de Control N° 3, Pablo Agustín Cafferata, todo en Córdoba capital. Se le impuso una pena de cuatro años y tres meses de prisión por retención indebida, encubrimiento agravado, robos y hurtos reiterados, supresión de numeración e intento de robo.
La misma vía resolutiva alcanzó Capelli (52) en marzo –aunque se conoce ahora- con el fiscal Carlos Mariano Antuña, por lo que la camarista en lo Criminal de 12ª Nominación, Gabriela Bella, lo condenó a cinco años de prisión por robos y hurtos calificados y reiterados, supresión de numeración e intento de robo.
“Gusto” por los autos y el delito
El fiscal Klinger llevó adelante una detallada investigación que le permitió detectar el modus operandi de la pareja delictiva. Estableció que, de forma premeditada y con astucia, generaban, en algunos casos, suficientes niveles de confianza para doblegar a las víctimas, y en otros, directamente actuaban con auténtica desfachatez.
En cualquier caso, Capelli (quien dice ser analista en sistemas e ingeniero) asumía en general un mayor protagonismo en las maniobras, que alcanzaron ribetes increíbles. De “médico” a “ingeniero” y de “ingeniero” a “empresario”, en la historia criminal de Córdoba Capelli tiene reservado varios capítulos.
Siempre investido de profesiones “prestigiosas”, no escatimaba en disimular sus facciones con pelucas o bigotes, y anteojos, recetados o de sol.
Los investigadores de Sustracción de Automotores de la Policía creen que comenzaron a operar entre octubre de 2021 y hasta mediados de 2023, cuando fueron capturados en la zona norte de la Capital con autopartes robadas, documentación apócrifa y 220 llaves de vehículos.
No solo recibían de terceros diversas autopartes de autos muy populares y baratos (Chevrolet Corsa y Classic y Fiat Cronos) susceptibles de ser introducidas rápidamente en el mercado ilegal, sino que “diversificaron” el negocio hasta afectar a reconocidas concesionarias. Las maniobras quedaron filmadas, lo que permitió conocer los detalles de los movimientos y la forma de operar.
El método que usaba para robar autos
Así, Capelli incursionó en el hurto y/o robo de rodados con una particular estratagema: la sustitución de llaves originales por similares para, en último caso y con paciencia, adueñarse de los bienes. En uno de los casos, se introdujo a la cochera de un complejo de dúplex y huyó a bordo de un Corsa.
Con sagacidad, la pareja tramó un plan para apropiarse de una costosa Ford Ranger de la concesionaria Montironi. Con la excusa de peritar un Cronos, una mujer (no se supo quién) distrajo a un vendedor mientras Capelli forzó el cofre de las llaves y seleccionó especialmente la de la Ranger. Fue hasta el ingreso del local y se la llevó.
En otro de los hechos, Capelli se apropió de un Cronos exhibido en la Galería Gran Rex. Hábilmente, se hizo pasar por vendedor de la concesionaria Turín y solicitó que le entregaran la llave del Cronos. Cambió la llave original por otra y llevó la primera. Pacientemente esperó cuatro días, regresó y se apoderó del vehículo.
Unos meses después, la pareja urdió otro ardid. Sin que la luz del mediodía fuera un obstáculo, llegaron hasta Autocity a bordo de un Clío. Se dirigieron a uno de los portones de salida, entre Motcor y Nissan, y colocaron el auto de culata.
Abrieron todas las puertas, el capot y el baúl y echaron a “rodar” el plan: mientras simulaban esperar un peritaje, Capelli cortó el candado del portón y Liegnini lo reemplazó por uno propio. Sin despertar sospechas, se retiraron en el Clío.
Pero algunas horas después volvieron a pie. Uno de ellos fue a la oficina de usados y se adueñó de las llaves de dos Cronos. Con desfachatez, Liegnini se dirigió hasta el portón de Autocity y le abrió a Capelli. Valiéndose de una de las llaves anteriormente sustraídas, lo puso en marcha y lo estacionó en la playa externa (sobre colectora de Circunvalación) para que Liegnini huyera en él.
Sin siquiera ruborizarse, Capelli reingresó al predio y se llevó plácidamente el segundo Cronos, propiedad de Tagle. Cuando Liegnini caminó hasta el Cronos ubicado en la playa externa, un guardia advirtió la maniobra y frustró el robo.
A la par que continuaban acumulando autopartes robadas, la pareja siguió con el raid delictivo. Semanas después del robo en Autocity, pactaron una reunión con un vendedor de autos y el dueño de un Cronos, con la falsa finalidad de comprarlo.

Pero, en este caso, el encuentro fue un simple medio para un fin: “estudiar” las características de la llave del auto. Dos días después Capelli ejecutó el plan: pidió probar el auto y mostrárselo a su supuesta “hija”, para quien, según la farsa montada, lo iba a comprar.
Capelli lo condujo hasta un restaurante, donde lo esperaban los vendedores, y les devolvió una llave falsa. Con todo estudiado, el ladrón se disculpó para ir al baño y se adueñó del auto.
Pero la pareja se tomó un “respiro” del rubro motor y, al menos de manera momentánea, se reperfiló hacia lo gastronómico. Se presentó en Gastrocor, empresa dedicada a la comercialización de equipamiento afín, y mientras Liegnini y otra persona (no identificada) hacían “campana”, Capelli se escondió en el local.
El propietario no se percató y cerró el local, con Capelli dentro... El delincuente cortó la luz para poder robar a piacere. Pero la alarma lo delató, y, lo que creyó un buen plan, se transformó en su propia trampa, porque no pudo escapar del local cuando llegó la Policía.
Incluso, había contratado un flete para trasladar heladeras y freezers, algo que el dueño del local dijo haber vivido varios años antes, ya que Capelli había intentado robar con la misma modalidad. Impotente por la detención, amenazó a uno de los policías: “Ya vas a ver lo que te va a pasar”.
De vuelta a los autos
Envalentonada por su éxito, la pareja regresó, tres meses después, a Autocity. Mientras la mujer distraía a un vendedor, Capelli robó las llaves de una Toro y un Cronos y se retiró discretamente (no consumó luego las sustracciones).
Una semana después, bajo el pretexto de ver un vehículo que se encontraba publicado para la venta en el complejo Terraforte, de Gama, pactaron encontrarse con el vendedor de un Cronos, en el segundo subsuelo. Como en su mecánica habitual, Capelli le solicitó las llaves y logró reemplazarlas por otras.

Tres días más tarde, ingresaron de noche al subsuelo con la llave original y se apoderaron del rodado con total impunidad. Luego suprimieron la numeración de la carrocería para borrar el rastro.
La misma operatoria de sustracción la repitieron en otra cochera, en avenida Sabattini. Con el pretexto de ver un Cronos para comprarlo, cambiaron las llaves y luego se lo apropiaron.
No fueron pocos los casos, por otro lado, en los que el fiscal detectó que habían recibido autopartes robadas de Amarok, Ranger, Classic y Corsa, “levantados” en la calle o playas y en las concesionarias Mirett, Autoluna, Parra y Maipú. Liegnini, incluso, se apoderó de un Ford Kuga de un hombre y, cuando este murió, se negó a entregárselo a la hija del difunto, legal heredera.
En el juicio abreviado, el juez Cafferata resaltó que Liegnini no tenía necesidad de delinquir, contaba con educación y contención familiar pero, aun así, eligió el camino criminal. Subrayó el extenso daño y el hecho que las víctimas nunca recibieron resarcimiento.
Insólitamente, Capelli pidió una morigeración de la pena para asistir a la fiesta de 15 de su hija para no ser un “padre ausente”, y reclamó abandonar la cárcel porque “leer un libro allí es mal visto”.
La jueza Bella sostuvo que, a pesar de contar con recursos, prefirió dedicarse a la vida criminal: “Ya ha sufrido las penurias del encierro y aun así sigue eligiendo la senda del delito, lo que evidencia una falta de internalización de valores, de respeto por la ley. Para el imputado, el delito se ha transformado en una forma de vida”.
Las “penurias del encierro” hacen referencia a cuando el estafador fue condenado reiteradamente.
Una de las estafas más recordadas fue la que perpetró con su madre, Carmen de Capelli, en 2014. La mujer se hizo pasar por la vocal del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) María Marta Cáceres de Bollatti para engañar a una víctima con la falsa promesa de que liberaría a su hijo de la cárcel. Pero tanto la madre de Capelli y el estafador fueron detenidos.
En otro de los ardides, “el hombre de las mil caras” hasta se hacía pasar por diversos médicos que supuestamente trabajaban en clínicas privadas, e incluso como funcionario influyente de la Legislatura.
Asimismo, habría utilizado a su hermano (ambos de notorio parecido físico), lo cual, por ser este inimputable, generó confusión a los investigadores.