Son las 14.30 de un lunes otoñal en la ciudad de Córdoba y en barrio Ampliación Cerveceros, franja sur de la ciudad, se respira temor e intranquilidad. Sobre todo luego de que una banda de delincuentes, con rostros tapados con capuchas y con chalecos antibalas, entró a las patadas a una sencilla vivienda.
Los agresores entraron por la fuerza, el pasado domingo a la noche, y exigieron dinero o drogas, según fuentes del caso.
En el medio, intentaron llevarse a un chico de la familia. Al final, no lo hicieron y escaparon con al menos dos celulares y una tablet.
No hay detenidos y hay una investigación abierta.
Según trascendió, las víctimas fueron una mujer pensionada de 50 años, quien se encontraba con su hijo de 12 años y un amigo de 40 años.
Eran las 21.30 del domingo, cuando vieron que la puerta de casa era abierta con violencia.
Los delincuentes habían logrado vencer la resistencia de la cerradura a patadas.
Tras ello, la mujer, su hijo y el amigo vieron como al menos cuatro desconocidos entraban a los gritos.
“¡Dame la guita! ¡Dame la droga!”, ordenaban casi al unísono, según fuentes del caso.
Los cuatro estaban encapuchados y tenían puestos chalecos antibala, tres de ellos de color azul y otro camuflado, según informaron los investigadores.
Violento episodio
Al parecer, no había droga ni dinero.
La ausencia del botín generó todavía más violencia por parte de los miembros de la patota, quienes se miraban entre sí para saber si algo había fallado.
No cambiaron de opinión.
Sus gritos comenzaron a subir de tono y a mezclarse con insultos. Empezaron a aparecer las armas y creció el nerviosismo entre los habitantes del hogar, que contaban los minutos para que todo aquello acabara, según fuentes del caso.
Aún faltaba demasiado.
Ataque con impunidad
Durante 15 minutos, los atacantes pasearon por la vivienda ubicada en una de las torres de los monobloc característicos de ese punto de la zona sudeste de la Capital.
Uno de ellos era el encargado de recitar amenazas, mientras los cómplices exhibían armas.
En un momento, la familia presumió que iba a ocurrir lo peor, ya que los encapuchados se mostraban cada vez más agresivos.
El amigo de la familia intentó interceder y hablar con el cabecilla, según trascendió. Pero no hubo caso.
Los criminales reclamaban droga y dinero. Sin embargo, los habitantes de la vivienda aseguraban no saber nada de eso.
Los investigadores se preguntan si la patota de encapuchados llegó a la sencilla vivienda de puerta de metal con un dato erróneo. O si, por lo contrario, detrás del suceso hay una trama más compleja.
Todo es prematuro, repiten pesquisas que recorren las calles de la barriada, sin éxito, en búsqueda de testimonios. La Voz lo comprobó: nadie quiere hablar sobre el tema.
“No sabemos nada”, repiten varios vecinos.
Pero ante la insistencia reconocen que sí, que saben cuál es la familia, que allí “se sabe todo, pero nadie habla”.
El código del silencio se impone por estas horas, mientras la banda no cae.
¿Un secuestro frustrado?
No está claro si fue porque no habían logrado lo que querían, o porque se equivocaron de casa o el tiempo ya apremiaba; pero lo concreto es que el grupo decidió marcharse.
Antes de irse, los delincuentes manotearon una tablet y dos celulares de la familia.
Al escaparse, se subieron a un Fiat Cronos gris donde estaba sentado el adolescente hijo de la damnificada, según fuentes del caso.
Aún los pesquisas no se explican por qué el chico estaba arriba coche.
Lo cierto es que la patota encendió el vehículo y emprendió la retirada. Al llegar a la esquina de las calles Jacobo Feldman y Cleto Curtino se activó el sistema antirrobo del vehículo, que incluye un botón que cuando no se acciona dispara el sistema de detención del motor.
Mientras los desconocidos intentaban volver a accionar el automóvil, un vecino les gritó que dejen bajar al adolescente.
Los encapuchados obedecieron y el menor se bajó. A los segundos, el auto arrancó y la banda desapareció.
“Esto pasó el domingo a la noche y no hay un solo policía que cuide la zona”, reclamó un comerciante que atiende su negocio a puerta cerrada, en las inmediaciones del lugar.
En proximidades de la vivienda atacada, entran y salen niños y adolescentes de una cancha de fútbol.
“Necesitamos que haya más seguridad”, reclamó un padre, quien se mostró muy preocupado por lo sucedido.
Pertrechos policiales
A pesar de que aún no está confirmado que los chalecos antibalas utilizados por la patota de encapuchados formen parte del uniforme de la Policía de Córdoba, la aparición de esta vestimenta inusual despertó especial atención entre los investigadores.
De confirmarse, no es la primera vez que estos pertrechos oficiales aparecen en manos de la delincuencia cordobesa.
En los primeros meses del año, una sucesión de allanamientos terminaron con los hallazgos de al menos cinco chalecos policiales en distintos procedimientos domiciliarios en la Capital. En algunos casos, los chalecos estaban en poder de simples ladrones e incluso menores de edad.