En la fundación Articular este viernes entregaron más de 100 certificados para sus beneficiarios de los talleres de oficio. Pero lo hacen “tras las rejas”, luego de haber sufrido siete hechos de inseguridad en pocos meses y de tener que convertir el espacio en “una cárcel”, para no sufrir nuevas intrusiones.
El peor sinsabor es que, según intuyen, detrás de los robos están los hijos de los vecinos de barrio San Vicente, zona sudeste de la ciudad de Córdoba, que asisten al salón de estudio.
Llegaron al barrio con las mejores intenciones, remarcaron desde la asociación. Lo hicieron después de un gran esfuerzo personal de cada uno de sus miembros, que consiguieron cada herramienta y un espacio físico para “ofrecer oportunidades”, como definen a sus espacios de participación comunitaria.
Pero al cabo de unos días sintieron el rigor del entorno.
“Los robos empezaron en septiembre. La primera vez nos sacaron dos mesas de plástico que nosotros habíamos comprado para hacer las actividades. Después de ese robo, sólo compramos tablones”, cuenta Facundo de la Vega, referente de Articular.
En aquel entonces, el calvario ni siquiera se presentía. Parecía que se trataba de un episodio aislado, como los que suceden en las casas recién alquiladas, dicen desde el sector.
Pero al cabo de unos días, intrusos les vaciaron los salones de trabajo. Creen que fueron los hijos de los beneficiarios del proyecto educativo.
“Entraron y sacaron todos los materiales con los que se dictaban los cursos de oficio: los hornos eléctricos, los tornos para el curso de estética de manos y pies, la cabina de uñas, algunas reglas y utensilios para el recorte y confección”, hicieron lista.
Son elementos caros. Los chicos voluntarios que sostienen las actividades habían realizado un gran esfuerzo para dotar al espacio de instrumentos de trabajo.
Pero lo que más les pesó es casi la certeza de que se había tratado de algunos familiares de las personas que asisten a los cursos. En la zona, contaron vecinos y allegados a la fundación, se sabe con mucha rapidez quién circula los objetos robados.
Hubo charlas, campañas de concientización. Este medio se hizo eco en un informe sobre los hechos delictivos que sufría la ONG por aquellos días.
Pero nada fue suficiente: “Otra vez entraron, nos rompieron el baño. Nos dejaron sin un servicio que es fundamental, porque no podemos prever ninguna actividad si no tenemos baño”, dijeron.
Volvieron a montar el baño, esta vez mucho más modesto. Colocaron los sanitarios, arreglaron las roturas. Todo fue a pulmón.
De nuevo hubo charlas, señalamientos. Hubo algunos que hasta se sintieron incómodos, asegura un beneficiario de los talleres que pidió especial reserva de su identidad.
Al cabo de unos días, los intrusos volvieron, aseguraron desde la fundación. No había mucho para robar. Y ante la escasez de objetos de valor, volvieron a romper el baño.
Eso no fue todo. Hubo una cuarta entrada: “Nos llevaron las sillas, los juguetes de los chicos, las pinturas, boul, tenedores, otras herramientas más pequeñas que usábamos en los cursos de oficio”, contaron
Allí tomaron una decisión drástica: empotraron el horno con la garrafa. “Llamamos a un soldador para que no pudieran sacar lo único que nos quedaba. Aunque, en un quinto robo, se llevaron la garrafa”, dijeron disimulando una expresión de enojo.
El sexto y el séptimo robos: una saga sin respuestas
Antes del sexto robo, la fundación había recibido una promesa por parte de las autoridades policiales de la zona. “Nos iban a cuidar y nos iban a dar una solución”, contó De la Vega.
Pero eso no fue suficiente: “Antes de que ingresaran al salón por sexta vez habíamos visto a la Policía pasar por el lugar, durante la noche. Vigilaban cuando cuidaban las escuelas del lugar, pero los pibes volvieron a entrar y se llevaron lo que pudieron. No había casi nada, pero rompieron cerraduras y causaron daño”, contaron desde Articular.
Con cada incidente, en cada hecho delictivo, los voluntarios tenían que hacer una nueva reparación o una mejora en las condiciones de seguridad del edificio de la fundación. “Actualmente está toda enrejada. Parece una cárcel”, señalaron.
Por ese motivo no pudieron ingresar al edificio una vez que los chicos instalaron los enrejados. “Se vieron impedidos y se fueron al jardín República La Rioja, que se encuentra al lado de nuestra sede, para vaciar las instalaciones”, plantearon.
Aun así, hubo un séptimo ingreso. “La última vez que nos entraron, nos rompieron la puerta de atrás. La reventaron del todo. Quedó absolutamente inutilizable y hubo que invertir, otra vez, para hacer arreglos”, lamentaron.
“Fue hace una semana. Rompieron el bidet y el lavatorio. Dejaron al salón sin baños. Nos quedaban 10 días de clase y tuvimos que suspender las actividades. Algunos profesores, para no dejar a los participantes sin sus aprendizajes finales, terminaron de editar de manera virtual sus talleres”, contaron.
Ahora les toca recuperarse al menos con lo mínimo e indispensable para seguir trabajando en la educación en oficios. Creen que los chicos y sus familias merecen una oportunidad.
No están dispuestos a bajar los brazos, pero reclaman un apoyo de parte de las autoridades: “Uno de nuestros principales propósitos es que la comunidad pueda trabajar y mejore su situación. Pero no tenemos ayuda del Estado y se nos hace cuesta arriba. También nos prometieron un resguardo y ahora tenemos que cerrar”, lamentaron.
“Nosotros tenemos nuestras profesiones y no nos sobra absolutamente nada. Es una decisión personal de cada uno aportar dinero para invertir algunos ‘pesitos’ en la sede de la fundación”, contaron sin dejar de emocionarse.
Además, dicen, los participantes de los talleres de oficio también apoyan cada una de las mejoras que emprenden. “Así se va generando un circuito reparador. Pero la realidad de hoy es que estamos sin baño y tenemos la mitad de las herramientas. Hay un par de tablones, no quedaron mesas y escritorios, pero estamos de pie”, resaltaron.
