Desde hace unos ocho años, el sistema penitenciario de Chaco venía trayendo a Córdoba a Roberto José Carmona (60) con comitiva especial y gastos desmesurados. El pasado martes escapó de los guardiacárceles que debían custodiarlo, se fugó y cometió un homicidio más en su larga lista de crímenes de crueldad inusitada.
Hay que explicar, primero, que los reclusos –detenidos, procesados, presos con preventiva, condenados– tienen casi los mismos derechos que todos los ciudadanos. Salvo la libertad, no pierden otras potestades, porque están habilitados para votar (como quienes tienen prontuario limpio) y hasta para tener contacto íntimo con su pareja, por citar sólo algunos de los beneficios que conservan como ciudadanos.
Por eso, tienen la posibilidad de tener su visita conyugal o “higiénica”, como dicen en la jerga penitenciaria. Pero en el caso de Carmona, al estar en otra provincia, y como supuestamente su pareja tenía problemas de salud para trasladarse, el juzgado de ejecución decidió trasladar al preso a la casa de su mujer. En marzo pasado, se habló de la preocupación del condenado porque “Angelita” tenía que hacerse una intervención en el corazón. No obstante, su condición física no la convertía en inválida, porque continuaba desempeñándose en el área de maestranza de una guardería municipal, en el norte de la ciudad de Córdoba.
Ambos se habían casado –con papeles y hasta brindis– hace muchos años en la vieja Penitenciaría de barrio San Martín, de la capital cordobesa, donde Carmona fue finalmente “exportado” a Chaco. Traer a Carmona a Córdoba, desde 2014 cuatro veces por año y después de la pandemia cada cuatro meses, implicaba enormes esfuerzos materiales, humanos y económicos: una comitiva de al menos seis personas, por lo menos dos móviles, jornales para todos los guardiacárceles, sus viáticos y la logística mientras estaba en la ciudad de su esposa. Pasaba por Bouwer y luego era trasladado con “celosa” custodia al domicilio de ella, mientras los uniformados evitaban que el detenido más peligroso de (al menos) Córdoba y el Chaco se fugara en momentos en que cumplía con la visita a su pareja.
Todas estas desventajas, con el solo objeto de respetar el derecho del condenado sin contemplar otras posibilidades, eran no sólo un gasto y esfuerzo excesivos, sino también un riesgo enorme, si se tiene en cuenta la peligrosidad extrema de Carmona.
Mucho más barato y sencillo hubiera sido que se trasladara “Angelita”, si fuera necesario con una unidad coronaria o con la asistencia médica que necesitara. Más práctico aún: un vuelo Córdoba-Chaco cada cuatro meses hubiera sido baratísimo, frente a los costos que representa el traslado de una comitiva de un equipo de seguridad, durante varios días.
Suponiendo que esos gastos no debía hacerlos ella misma (como les toca a otras parejas), más allá del valor económico, hubiera sido infinitamente menos peligroso que Carmona no se moviera del presidio y que ella ingresara donde él está alojado.
Por supuesto, a esta altura de la lectura ya todos piensan que el principal costo no es el económico sino el de la vida humana que se perdió, el taxista Jesús Javier Bocalón. Un trabajador del volante de 42 años que jamás imaginó que terminaría degollado, de atrás, por un pasajero que debía estar encerrado en una cárcel de Chaco.
