No hay fecha más inoportuna para el dolor que las fiestas de fin de año. El lugar vacío en la mesa navideña, la ausencia del ser querido en una ocasión “sagrada”, se torna imposible de llenar. Esto duele con mayor intensidad si la pérdida es reciente. Y mucho más si es injusta.
Esta Nochebuena llega para muchos con ese sinsabor. Entre ellos, están los familiares de personas que no están más entre nosotros a partir de una muerte violenta. Quienes quedaron sufren por quienes se fueron. Lo cotidiano se hace difícil, pero el fin de año pega más.
El día a día de los sobrevivientes se torna tortuoso no sólo por la pérdida del ser querido, sino también porque piden justicia y, lejos de conseguirla, muchas veces se encuentran con cachetadas institucionales difíciles de comprender.
Por estos días, Soledad Laciar sigue luchando para encontrar justicia por el asesinato de su hijo Blas Correas. Además de llorar cuando su hijita Milagros (2) “conversa” con su hermano a través de una foto, recibe otra cachetada de la Justicia cuando comprueba por la radio que no la notificaron de la elevación de la causa a juicio. El sistema policial-judicial le hace revivir aquella noche, cuando mataron a Blas y nadie le decía qué le había pasado.
Los papás de Mateo Aguirre (8) pasarán la Navidad brindando con el trago amargo de un sistema judicial que cerró un acuerdo a sus espaldas, sin consultarlos, para que los matadores de su hijo siguieran, por estos días, cruzándose con ellos por las calles de Villa Santa Rosa.
Lo de Verónica Ramírez es difícil de entender. Después de que un policía de la provincia (su ex) mató por despecho a sus cuatro hijos María (14), Florencia (9), Narella (8) y Enzo (6), ella se mantiene en pie gracias a Milagros (hoy de 14 años), la hija que la bendijo después de tanto dolor. Mientras, sigue esperando que la Justicia cierre el capítulo de un reclamo civil pronto a cumplir 17 años.
Los siete hijos de Natalia Padilla –asesinada por su pareja en la punta de línea de Ersa, en barrio Artigas de la ciudad de Córdoba, en octubre de 2016– esperan que el Tribunal Superior de Justicia resuelva la casación que tiene en sus manos desde octubre de 2018. Si se confirma la condena, la causa quedará firme, y recién entonces podrán cobrar los beneficios de la ley Brisa: un haber mínimo jubilatorio mensual para cada uno de los hijos que tienen menos de 21 años, retroactivo desde que se produjo el femicidio.
Isabel y Hugo Ellena perdieron a Mariana (22) en septiembre de 2011 por dos automovilistas irresponsables que corrían una picada en pleno Centro de la ciudad de Córdoba. El dolor ha sido traumático, pero ellos encontraron salida resiliente a pesar de una condena absurda. La familia es de San Francisco y los papás volvieron a confiar en sus hijos menores y los enviaron a estudiar a Córdoba. Este diciembre volvieron a sonreír porque ambos hermanos de Mariana, Rocío y Hernán Ellena, portaron la Bandera como egresados universitarios.
Así como algunos con el tiempo pueden volver a disfrutar de algunas cosas de la vida, también están quienes encauzaron su dolor en la lucha. Tres mujeres son ejemplo de muchos otros y otras que jamás bajaron los brazos y usaron la causa de sus hijos como trampolín para trazar nuevos caminos. La mamá de Lilian Almada (28) –la azafata que perdió la vida al caer al vacío–, Mirtha Murúa, ya cumplió los 80, pero no se cansa de pelear contra quien se le ponga al frente: está presente en cuanto juicio por catástrofe aérea se haga en el país.
Sandra Meyer tuvo la desgracia de perder a Juan (13), horas antes de la Navidad de 2009, por un shock eléctrico en la vía pública. Hoy se ha convertido en ejemplo de lucha con una fundación que releva peligros en la calle y fue la promotora de una ley provincial que les cambió la cara a estas amenazas.
Marcela Alfaro es presidenta del Foro de Familiares de Víctimas de Siniestros Viales Córdoba, una entidad que con el abogado Rubén Stiberman lucha para que los Tribunales consideren estos crímenes con otra mirada. Ella perdió a Javier (20) en 2010 y a partir de ese momento lleva adelante esta iniciativa.
En la cena de Nochebuena, lo importante no es el pan dulce, la sidra o el vitel toné. Quienes se sientan a esa mesa lo hacen con sentimientos muy profundos. Algunos disfrutan la alegría de la familia completa; otros sienten el dolor por los ausentes, y están quienes sienten una “dulce nostalgia” por quienes ya no están. Pero a veces esos sentimientos se ven recargados por algunos suplicios que la Justicia bien podría evitarles a quienes ya sufrieron pérdidas tan irreparables como absurdas.
