Mauricia Flores y Cristian Reynoso son los “papás del corazón” de Milagros Basto, la joven de 22 años cuyos restos fueron hallados hace tres meses, el pasado 5 de julio, en el placard del departamento del expolicía Horacio Grasso, en pleno centro de la ciudad de Córdoba, donde cumplía una larga condena por el asesinato del niño de 3 años, Facundo Novillo, ocurrido en marzo de 2006.
Cuando a sus tres meses de vida la mamá debió dejarla a cargo de terceros, esta pareja de barrio Ampliación Renacimiento, zona sudeste de la Capital, no dudó en abrir la puerta de su vivienda a quien en realidad es su sobrina, para garantizar escolaridad, alimentación y sobre todo un ámbito familiar.
La madre de Milagros se tuvo que despedir temprano de su hija porque sufre desde adolescente un severo cuadro de adicción a las drogas.
Sin embargo, lo que los Reynoso no imaginaron jamás es que ellos también iban a tener que despedirse, y de manera brutal, de Milagros, su “hija del corazón”, en una familia numerosa de ocho hermanos.
Ahora, dicen, lo único que les queda de ella es ese nieto de 6 años que clama por saber qué pasó con Milagros.

Y repiten un pedido que hacen en un tono suave de voz, entre llantos ahogados, pero que de todas maneras se vuelve ensordecedor: “Ahora queremos que todos paguen, porque Milagros estaría viva si (Horacio) Grasso hubiese cumplido con la prisión que el Estado no le hacía cumplir”.
La desaparición de Milagros y la búsqueda de justicia
Los papás de Milagros visitaron la redacción de La Voz y volvieron a pedir que “ninguna otra mujer deba soportar la extrema violencia por parte de un depredador”.
Mauricia y Cristian repasaron el inicio de la tragedia: “Milagros empezó a faltar a la casa cuando se puso de novia. Al principio iba a la escuela, pero después se enganchó con un chico muy violento y ahí comenzó todo”, recordó Mauricia.

Ese primer vínculo amoroso fue también el inicio del consumo. “Se metió primero a consumir y estos consumos la fueron llevando al ‘pipazo’, que la fue atrapando. Cada vez que intentábamos sacarla, se escapaba. Llegaba golpeada, pedía quedarse, pero después volvía con él. Era un círculo del que no podía salir”, describió Cristian.
Ambos miran una foto que atesoran de su hija. La imagen está en el celular de Cristian y se remite al cuarto grado. Es la niñez de Milagros y tiene puesto una pollera azul, una camisa blanca, una sonrisa estudiantil.
Pero los años pasaron y la vida no fue sencilla para Milagros, conocida como “la Pitu” por sus allegados, que quedó embarazada muy joven.
Su hijo, hoy de seis años, se transformó en su “cable a tierra”. “Ella lo decía siempre: ‘Mi hijo es lo único que tengo, jamás me voy a despegar de él’”, recordó la pareja.
En medio de esa decisión inquebrantable, los episodios de violencia no cesaron jamás. Mauricia llevó varias veces a Milagros a realizar denuncias por violencia de género en el Polo de la Mujer, entidad de la cual la víctima recibía apoyo económico y alimenticio, y atención psicológica.

Finalmente el agresor, el papá del niño, terminó atentando contra su propia vida en 2022, y desde ese momento Milagros se sostuvo como pudo.
“Nunca dejó de estar conectada con su hijo. Venía a visitarlo, lloraba, lo abrazaba. Aunque estuviera mal, lo buscaba siempre”, recordó Mauricia.
“Nosotros sabíamos que ella estaba expuesta, pero jamás pensamos en algo así. Ya había desaparecido otras veces de casa. Hacíamos la denuncia, la Policía nunca la hallaba y la encontrábamos nosotros”, dijeron.
Del vendedor de cubanitos a la imputación de Grasso
La última vez que vieron a Milagros fue en agosto de 2024. “Nos avisó mi hermana que había pasado a buscar ropa porque un hombre la llevaba a vender cubanitos. Después de eso, nunca más”, relató Mauricia.
La familia inició una búsqueda desesperada.
Cortaron la Ruta 19, encabezaron marchas con pancartas y fotos de la joven, y hasta recibieron pistas falsas que los llevaron a ningún lado.
“Siempre aparecía alguien que decía ‘la vimos en tal lado’, y allá íbamos. Pero no era ella”, lamentó Cristian.
Nadie sospechaba que Milagros estaba vinculada con Grasso. “Nos enteramos recién cuando nos llamaron para hacer el ADN del nene. Fue un golpe tremendo. Jamás nos imaginamos que ella podía estar en manos de ese hombre”, dijo Mauricia.
Hoy, el expolicía Horacio Grasso está nuevamente detenido en la cárcel de Bouwer, imputado por el presunto delito de homicidio calificado por violencia de género (femicidio) contra Milagros. Su hermano Javier, también acusado por encubrimiento, permanece prófugo.
Avances en la investigación: los papás quieren llegar a la verdad
Tras confirmarse en agosto que los restos hallados en el departamento de calle Buenos Aires 315 eran de Milagros, Mauricia Flores se constituyó como querellante junto al abogado Carlos Nayi.
“El primer golpe fue cuando nos dijeron que sólo encontraron huesos. No había cuerpo, no había nada que pudiéramos reconocer. Fue terrible”, contó Mauricia.
El fiscal José Bringas trabaja en la reconstrucción del caso. Para identificar a la víctima debió cotejar ADN con el hijo de Milagros.
“Cuando nos dijeron que era ella, sentimos que el mundo se nos venía abajo. Pero también supimos que la verdad iba a empezar a salir”, expresó Cristian.
Según los investigadores que siguen el caso, en la última semana surgieron nuevos elementos probatorios. Podría tratarse de una prenda de vestir y un objeto que habría sido usado para sujetarla. Sin embargo, todo se mantiene bajo un celoso secreto.

“Queremos que todo quede claro, que no haya dudas. Sabemos que es difícil, que el tiempo pasó y que hay un cuerpo que luego será entregado, pero ahora necesitamos saber qué le hicieron a nuestra hija y nuestro deseo es que la Justicia conserve los restos para averiguar qué sucedió”, piden los papás.
“Nada nos va a devolver a Milagros”
El caso de Milagros no ocurre en el vacío y la familia, que remueve todos los días la misma angustia, lo sabe.
El caso más reciente que conecta con el de Milagros es el triple crimen de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez en Buenos Aires.
“Es la misma crueldad, la misma impunidad. Son crímenes de mujeres pobres, chicas que quedaron atrapadas por la droga, y que el Estado no supo proteger”, compararon.
Sobre Grasso, son categóricos: “Ese hombre no tenía que estar en la calle. Violó la prisión domiciliaria innumerables veces, lo vieron los tutores, lo sabía la Justicia. ¿Por qué nadie hizo nada? Si se hubieran cumplido las condiciones de detención, Milagros estaría con nosotros”.

“Nada nos va a devolver a Milagros. Pero sí podemos evitar que otras familias pasen lo mismo. Por eso seguimos de pie”, expresaron.