A sus 53 años, y como tantos y tantas, Rafael Severini había decidido reinventarse. En medio de una fuerte crisis que pega, corroe y hace tambalear las economías de los hogares, el hombre había decidido rebuscársela en Córdoba alquilando un auto para usarlo como chofer de aplicaciones. No le era fácil.
El miedo latente tras un asalto sufrido semanas antes con su moto lo hacía dudar. Sin embargo, había decidido jugársela por su futuro y el de su familia.
El destino quiso que hoy se hable de él en pasado: una banda de jóvenes ladrones lo engañó con un viaje, lo atacó, lo mató y tiró su cuerpo en un descampado. Allí en La Carbonada, en las afueras de Córdoba, lo hallaron tirado, sin su auto, sin el celular. Con la vida robada de una manera despiadada.
Sucedió hace un puñado de noches. Una efectiva investigación permitió encerrar a tres sospechosos: dos varones que lo habrían atacado y una chica que habría sido el señuelo. Se cree que conformaban una pandilla que atacaba hace rato.
Lo sucedido con Rafael se agrega a una imparable cadena de casos calcados que se registra en distintos puntos de la Capital: brutales asaltos contra choferes de Uber y otras aplicaciones.
Tanto es así que por estas horas otro conductor pelea por su vida en la terapia intensiva del Hospital San Roque de Córdoba. Fue baleado por ladrones que lo atacaron en barrio Corral de Palos y, por ahora, gozan de impunidad.
Sin pausa, los asaltos se repiten, principalmente en la periferia de la Capital, pero también a unos minutos del Centro.
No es que los robos contra taxistas, remiseros y colectiveros hayan frenado. Sin embargo, numerosos chicos y jóvenes ladrones han aprendido a atacar a sus nuevos blancos: los choferes de Uber y otras aplicaciones.
Hablamos de conductores producto de la crisis que, más allá de los controles municipales, se la juegan cada jornada por un billete. Muchos son novatos y no conocen los riesgos de adentrarse en bocas de lobo para levantar a alguien. Aunque, cuidado: los casos ya no son sólo en zonas complejas.
Las emboscadas son calcadas: alguien llama de noche, el auto llega, alguien sube. A veces, el arma y la violencia del pasajero aparecen a las pocas cuadras. Otras, la brutalidad emerge en forma de emboscada en el mismo lugar.
En segundos, y como pirañas, los ladrones abordan el auto y atacan a su víctima. No importa que haya vecinos. Saben los ladrones que, por miedo, muchos no se meten.
La cadena de casos se ha vuelto imparable. Las víctimas se acumulan. Quienes sobreviven, agradecen. Entre los heridos, incluso hubo policías choferes.
Muchos asaltantes lo hacen para comprar su droga. Otros, porque “les pinta”. Otros, como forma de vida. Otros, por todas esas causas juntas. Muchos se volvieron desaforados.
Conseguir un “fierro” no es problema. A veces, con las mismas armas con que roban, luego se enfrentan a otras pandillas que se dedican a lo mismo, para disputar las zonas. Esas peleas ya dejaron heridos y muertos.
En medio de ese caldo, cada vez hay más chicos que aprendieron “el negocio” y saben apretar al chofer, “pistear” con el auto y escapar de la Policía.
Toda una realidad que hoy nos estalla. Y parece que llegó a Córdoba para quedarse.
Hay otro punto: por el tipo de actividad, los choferes de las app no pueden nuclearse aún y salir a reclamar seguridad en las calles. Tampoco les da para plantarse en Jefatura de Policia y pedir una reunión con comisarios para escuchar promesas de controles.
Los asaltos contra Uber ya tienen su primer muerto en Córdoba. Un caso que, por cierto, se agrega al amplio listado de víctimas fatales de la inseguridad.
Mientras tanto, las estadísticas oficiales siguen mostrando una baja en la cantidad de robos. Mejor dicho: una baja en la cantidad de denuncias por robos. Lógico, muchas víctimas ni pisan una unidad judicial para denunciar.
