Cuentan los testigos que la escena fue conmovedora. Era media mañana, cuando el par de mujeres y los dos hombres salieron en silencio de la fiscalía. No había en ellos ni gritos, ni lamentos, ni expresiones de llanto.
El dolor e impotencia los recorría y quemaba por dentro. Pero ellas y ellos sólo miraban el piso.
Llevaban sus ojos humedecidos y se restregaban sus manos cuarteadas de tanto trabajar la tierra. Nada de mirar a los ojos. El dolor y la bronca se ahogaban en ese piso.
La escena sucedió en la Fiscalía de la ciudad de Marcos Juárez, en el sudeste de la provincial.
Fue cuando el fiscal Fernando Epelde les confirmó a esas mujeres y a esos hombres que el cadáver encontrado horas antes era del muchacho que ellos habían estado buscando incansablemente desde hacía un par de días. Además, les autorizó el traslado de los restos.
El joven se llamaba Ariel Quiroga Herrera. Tenía 23 años.
Hacía dos o tres meses había llegado a Córdoba desde su Bolivia natal en busca de oportunidades.
Allá dejó a su pareja, embarazada, y a un hijo pequeño.
En Córdoba, se instaló en Cruz Alta, una pequeña población próxima a Marcos Juárez, y empezó a trabajar en un campo para poder enviar dinero a su hogar.
Unos perros especializados en rastreos hallaron su cadáver.
Había sido arrojado en un monte dentro de un campo. Le habían tirado unas chapas encima.
“Lamentablemente era él. Pero el caso está encaminado. Tenemos un detenido y hay que trabajar mucho todavía”, les dijeron en la fiscalía a los doloridos familiares del muchacho.
Así, en silencio, como llegaron, se fueron a sus hogares.
La conmoción sobrevuela aquella región del sudeste cordobés.
¿Pero qué pasó?
Ejecutado a balazos
Ariel Quiroga Herrera desapareció el pasado viernes 1° de julio.
Preocupados, sus familiares llamaron a la comisaría de Cruz Alta y expusieron su inquietud ante la falta de noticias del muchacho.
Si hubo respuestas por parte de los uniformados, no está claro. Lo que sí está claro es que el sábado se radicó la denuncia.
Ante la falta de noticias, se activó una campaña de búsqueda de datos sobre todo por redes sociales.
De hecho, grupos de residentes bolivianos en Córdoba viralizaron esa búsqueda por Facebook.
Ya el domingo, la Policía local recibió instrucciones expresas y encaró la búsqueda. El trabajo se potenció aún más al lunes siguiente.
No tardaron los investigadores en determinar que el muchacho había estado parando en un hotel de la mismísima Cruz Alta.
El dato se lo dieron los propios allegados de Ariel.
Incluso, indicaron que el muchacho había sido visto saliendo del hostel en una moto de él y en la que aparentemente iba el dueño del lugar.
Ante el cariz y dimensión que estaban tomando las cosas, la fiscalía dispuso profundizar la pesquisa.
El martes pasado, el hotel fue allanado. En el cuarto de Ariel estaban sus cosas, pero de él ni noticias.
Los demás inquilinos coincidieron en que no se oyeron gritos ni ruidos. Hubo alguien que ratificó el episodio de la moto yéndose con el muchacho a bordo.
Esa moto fue secuestrada en el hotel. El dueño no aportó mucho.
“El muchacho le había enviado fotos de esa moto a su esposa en Bolivia”, confió una alta fuente.
Un cuerpo bajo chapas
Bastó que se analizaran cámaras y se realizaran otras averiguaciones para que el operativo de búsqueda se extendiera hacia el este de la ruta 6.
Las miradas se posaron en el vecino pueblo de Los Surgentes. Queda a 21 kilómetros. Se tardan 22 minutos en llegar allí.
Se convocó a policías y a bomberos de varios cuarteles para buscar en los campos de la región. Había pistas.
El frío calaba los huesos.
Fueron dos grupos de perros.
Los que hallan personas vivas y los que hallan a personas muertas.
El segundo grupo fue el que dio noticias. Ocurrió el miércoles.
Uno de los perros se enloqueció y encaró hacia un monte dentro de un campo. El bombero voluntario siguió al animal. Unas chapas tiradas sobresalían del suelo al lado de un árbol. El perro no paraba de ladrar.
El efectivo se agachó y observó fijo. Al instante, se puso de pie, levantó un brazo y cerró el puño.
Balazos en la cabeza
Lo que pasó después es lo que suele pasar en estos crímenes.
La zona se llenó de policías, de funcionarios judiciales, todo se acordonó y se convocó a Policía Judicial, que acudió al cabo de un rato.
No había dudas de que el cuerpo era del muchacho buscado.
La duda era saber cómo lo habían matado. La cabeza presentaba heridas, graves heridas.
El forense terminaría aportando las respuestas: había cuatro balazos en la sien. Todos fueron a quemarropa.
Del arma, por ahora, ni noticias.
¿Una deuda?
Un patrullero llegó al hotel. A los pocos instantes, se iría sin suerte.
El dueño del lugar recién fue localizado en su propia casa por una segunda patrulla.
“¿Vos sos Matías Ponce?”, preguntó un policía.
Dicen que el hombre de 30 años se mantuvo imperturbable. No dijo nada cuando lo metieron al patrullero ni cuando lo bajaron ya en la comisaría.
A las horas, se enteró de que el fiscal Epelde lo había imputado por supuesto homicidio simple. La acusación, se espera, podría agravarse.
¿Pruebas? Hay elementos y testigos que lo vinculan como la última persona que estuvo con la víctima.
El dato de la moto no es menor.
Las preguntas llenan la mesa de los investigadores.
De haber sido el asesino, ¿por qué lo hizo? ¿Qué pasó? ¿Cuál habría sido el móvil? ¿Fue una venganza o se habría tratado de una forma de zanjar una deuda? ¿Deuda de qué?
¿Por qué tanta violencia?
Las conjeturas, por ahora, no tienen respuestas contundentes.
