En los Tribunales siempre se escucha hablar de “arma propia” o “arma impropia”. Cuando se asiste a un juicio, se discrimina entre estas dos formas de agredir, dañar o matar a una persona, a través de un elemento creado específicamente para provocar ese tipo de consecuencias o de otro que no está diseñado para esos fines pero también termina siendo lesivo o fatal.
Las “impropias” no fueron creadas como armas, pero son utilizadas como tales por el agresor, mientras que las “propias” son los instrumentos diseñados para ser usados como armas.
De este modo, entre las propias están las armas blancas de hoja metálica y las de fuego –estas de puño o largas–, entre otras clasificaciones sin pretender ser exhaustivo. Entre las impropias, muchos elementos pueden considerarse dentro de este tipo: un elemento contundente (piedra, ladrillo, palo, botella, hierro) o algo que produzca un corte en otra persona, también sin hacer una enumeración profusa.
Existe toda una discusión respecto de cómo se califican determinados delitos si son cometidos con un arma, sea esta propia o impropia.
Pero toda esta introducción no viene al caso sino para reflexionar sobre un par de fenómenos donde hay algunos elementos (objetos) o atributos (personales) que pueden equipararse a la idea de arma, con la misma capacidad de lesionar o de matar a una persona.
Uno de ellos es el universo de los crímenes viales, un flagelo social que se cobra cientos de vidas por año en la provincia y una porción muy superior en lesionados que, en muchos casos, se arrastran por el resto de las vidas de las víctimas. En este sentido, se ha dicho de modo sostenido que un automóvil es un arma y que debe ser utilizado con todos los cuidados para que no se convierta en una maquinaria homicida.
El paradigma de esto es, sin dudas para los cordobeses, el de la “tragedia de la Circunvalación”, con un bólido de más de una tonelada –un VW Vento– viajando a más de 120 kilómetros por hora, conducido por un joven irresponsable e inescrupuloso, drogado y muy alcoholizado, que realizaba durante kilómetros conducción peligrosa y al hacer un sobrepaso por la banquina arruinó tres vidas incipientes.
Murieron Sol Viñolo y Agustín Burgos, y quedó con serias secuelas físicas Fernanda Guardia, que años después de la embestida sigue haciendo esfuerzos para caminar, no tiene trabajo y padece trauma psicológico.
El conductor del bólido es Alan Amoedo, que desoyó todas sus representaciones mentales y los consejos de personas que le advirtieron que podía provocar una tragedia. Por eso, se lo condenó por homicidio simple, con dolo eventual, a la pena de nueve años de prisión.
El otro fenómeno sobre el que conviene reflexionar es el referido a los crímenes de género. La violencia machista también provoca una epidemia de muertes precedidas muchas veces por un contexto sostenido de agresiones de diversa índole, física, psicológica, económica o simbólica, por citar algunas modalidades.
Si bien no se equipara a los anteriores ejemplos, puede resultar útil la idea de considerar como un arma la superioridad física que tienen los varones sobre las mujeres, al punto de tener sobrada capacidad para provocar heridas mortales. Sin considerar las veces que se apela a armas convencionales (propias o impropias), puede resultar operativo considerar que los varones llegan armados al mundo y pueden tener a las mujeres como blanco de acciones letales.
Evidentemente hay otras cuestiones por considerar además de la diferencia corporal, porque también en estos crímenes de género existen otros aspectos que coadyuvan a sostener el dominio del varón sobre la mujer en un sinnúmero de relaciones y de situaciones.
Será motivo de discusión la idea de “hombre armado” en su propia anatomía, pero también puede resultar una idea operativa para prevenir, acaso desde niños, que los varones ejerzan esa supremacía de manera indebida.
