“Soy culpable, yo la maté”, declaró este miércoles Néstor Fabián Nieto (44), en la indagatoria frente a la fiscal de Río Tercero, Paula Bruera. El acusado está imputado de homicidio en el marco de violencia de género (femicidio).
El hecho que enlutó a la ciudad, se registró poco antes de las 6 de la mañana del sábado 7 de octubre, en barrio Monte Grande, en el acceso oeste a esta ciudad, del departamento Tercero Arriba.
Más noticias de Río Tercero y Almafuerte
Vecinos, amigos y miembros de la entidad La Luciérnaga, de la que Silvia Frías (43) formaba parte desde hacía casi tres décadas, lloraron la muerte de la víctima, quien recibió 17 puñaladas. Nieto, hacía poco que había salido en libertad. Estuvo encarcelado por violencia de género contra Silvia Frías y la mujer contó con botón antipánico en alguna oportunidad. Sin embargo, habían vuelto a convivir.
Una vecina de ese barrio contó que para recibirlo tras su reciente salida de la cárcel, sus familiares hicieron una gran fiesta que duró toda una noche. Fue en el patio de la casa de Nieto donde colgaba un gran cartel que decía “libertad”.
Otra vecina confió a este diario, que Nieto “nunca le iba a perdonar” a Silvia haber tenido que estar en la cárcel. “Se la tenía jurada”, aportó una mujer que lo conocía. Pero en el fondo, nadie parecía creerle.
Una vez que Nieto habría acuchillado a la madre de sus hijos, fue a la casa de uno de sus hermanos y le habría confesado lo sucedido. “Dejá de hablar macanas”, dicen que le respondió su hermano. Tampoco le creyó.
A los minutos, el acusado se dio a la fuga y la Policía lo detuvo en cercanías del río.
Este diario tuvo contacto con vecinos de Nieto y también con quienes conocían a Silvia. No pocos dieron cuenta de que Silvia habría recibido varias golpizas. Pero pocas veces habría tenido las pruebas para accionar contra quien habría terminado matándola.
Agradecimiento
Hace pocos días, Silvia había agradecido a través de un video, todo lo que recibió de La Luciérnaga. Narró que vendía revistas en la calle, juntos a sus dos hijos, desde que ella tenía 16 años.
En ese relato recordó que le habían donado un terreno. “Hicimos un galpón, después la casa”, rememoró en esas imágenes.
Agradeció, sobre todo, el aporte que recibió de La Luciérnaga “no sólo económico, sino afectivo”. Silvia siempre se sintió amparada por la institución y hasta tenía un empleo dentro de La Luciérnaga.
Por momentos se alejaba de su pesadilla que soportó durante años, según dijo un conocido, pero a la vez se lamentaba que a veces volvía a padecerla.
