Cultora de una imagen de veterinaria seria y laboriosa, la jujeña Delia del Valle Colina (42) simuló una vida ficticia para consumar una serie de estafas presentándose falsamente como profesional y paciente oncológica; también como hija de una fiscal (a veces, “muerta”); como esposa de un gendarme; pareja circunstancial de un novio inexistente, y/o empresaria.
Así surge de la investigación del fiscal del Distrito 1, Turno 2, de Córdoba capital, Guillermo González, quien envió a juicio a Colina por ejercicio ilegal de la profesión, hurto y estafa reiterada, aunque se cree que la mujer materializó múltiples ilícitos en varias provincias con el mismo modus operandi.
La falsa veterinaria estafadora
En mayo de 2022, cuando se presentó en la veterinaria Vicor, en barrio Alberdi de la ciudad de Córdoba, para una entrevista de trabajo, el dueño recordó que, lejos de aparentar un buen pasar económico, se mostró sólo con “un bolso, su título y su perrito”.
De acuerdo a la investigación, a partir del trato laboral diario, las sospechas de su jefe y del personal comenzaron a aumentar. Una de sus excompañeras, luego amiga, empezó a percibir un severo y grosero desconocimiento como “profesional”, y hasta incongruencias entre sus dichos y acciones.
“Me dijo que ella venía de Salta, que su madre era fiscal federal y abogada del Obispado de Salta. Que ella estudió en Entre Ríos y que se mudaba de ciudad según el destino de su marido militar. Me dijo que no se animaba a operar porque tenía miedo después de que perdió un bebé. Me llamó la atención, dado que ella había trabajado en un centro de castración masiva en Salta”, declaró la excompañera, que la denunció penalmente.
Colina fue ganándose la confianza y la lástima de su compañera y de otras personas, una de las “armas” que, de acuerdo con el fiscal, la impulsó a escalar al siguiente nivel para consumar las estafas reiteradas. “Me dijo que tenía cáncer de mama. Sólo una vez me dejó acompañarla a una quimioterapia, pero entró y salió en 10 minutos. Me llamó la atención, porque las quimioterapias son, mínimo, de una hora”, recordó.
“Empezó a decir que se le caía el pelo, pero yo no lo veía. Me dijo que se iba a operar en septiembre (de 2022), pero con excusas aplazó la cirugía tres veces: pasó a diciembre, a enero, después a principios de febrero, y finalmente a finales de febrero”, dijo.
Sus sospechas y dudas siguieron in crescendo: “Sacaba muy mal sangre (de los animales), las canalizaciones eran malas; no sabía hacer punciones, colocar microchips o hacer raspajes. En las guardias, un viernes entraba un ‘paciente’ (animal) y llegábamos el lunes y nos decía ‘se murió’… no sé si ella los ‘dormía’ (sacrificaba) o qué... Otra cosa que me llamaba la atención es que me hacía firmarle las recetas o me preguntaba por las dosis”, continuó.
Siempre de acuerdo a lo actuado por la Justicia, el nivel de vida desde que Colina ingresó a la veterinaria fue en ascenso y pasó de manejarse a pie a comprarse un Volkswagen Gol, y de residir en un barrio de clase media baja a mudarse a un costoso condominio, todo en proporción a las sospechas sobre su conducta. La denunciante señaló que Colina era materialista y le gustaba ostentar sus últimas adquisiciones.
Por las incesantes incongruencias, su compañera decidió investigarla. Se llevó una sorpresa cuando la buscó en Linkedin y vio que Colina se arrogaba haberse recibido en la Universidad Nacional del Nordeste, de Corrientes.
Al ingresar a la veterinaria, le había exhibido a su jefe un título universitario encuadrado y sellado con su nombre y matrícula N° 436 (supuestamente otorgado por el Colegio de Veterinarios de San Luis).
Matrícula ficticia
Sin embargo, la denunciante corroboró que el nombre de Colina no estaba vinculado a la matrícula 436 ni en San Luis ni en ninguna otra parte del país, ya que estas correspondían a otros profesionales.
Su compañera siguió su pesquisa, junto con el dueño de la veterinaria, y hallaron una peculiaridad: una cartilla firmada por “Dra. Delia Colina – Médico veterinaria – M.P. 436″, cuando lo usual en el rubro es presentarse como “M. V.”
El fiscal y los investigadores del Departamento de Delitos Económicos de la Policía comprobaron que la imputada nunca se había recibido en la Universidad del Nordeste –sólo era una estudiante– y que tampoco estaba matriculada en el Colegio Médico Veterinario de Córdoba, a pesar de que afirmaba estarlo. También confirmó que Colina nunca había realizado una especialización en el Instituto Modelo de Cardiología.
En su investigación personal, la denunciante descubrió que un hombre de San Luis había “escrachado” a la falsa veterinaria por Facebook porque le adeudaba una cuantiosa suma de dinero. El damnificado relató que Colina se hacía llamar “Lía”, que era “veterinaria” y que supuestamente había estafado o perjudicado a otras 15 personas en distintas provincias.
Tras excusarse de no poder pagarle al hombre por el (falso) fallecimiento de sus padres (están vivos) o por “tener cáncer”, acordaron que la imputada pagara en cuotas a cambio de que él no siguiera escrachándola. ¿Efectivamente padecía cáncer o era parte de otro ardid?
El sanatorio Allende, donde Colina dijo atenderse por su supuesto cáncer, confirmó que la mujer sólo fue atendida en una ocasión y por fiebre. “Se valía de sus dichos mendaces para dar lástima a sus víctimas, lograr su empatía, ganarse su confianza y aprovecharse de las mismas”, dijo el fiscal.
Quizá esto evoque a Annabelle Natalie Gibson, la estafadora australiana que simuló un cáncer para engañar a todos (el caso llegó a Netflix en formato de serie).
Mientras continuó trabajando en la veterinaria, el dueño –le regaló 100 dólares para la supuesta cirugía por la inexistente enfermedad– se percató de un notorio faltante de medicamentos, alimentos para animales y otros objetos. “El faltante empezó a darse de manera más abrupta. Ya era de modo abusivo”, contó la denunciante.
Hasta el jefe, que la ayudó con la mudanza a su condominio, notó que había acumulado “una cantidad excesiva de obsequios” que los proveedores médicos suelen entregar en las veterinarias. El faltante se hizo tan ostensible que, cuando le preguntó a Colina, la mujer dijo que “fiaba” la mercadería.
Le mencionó que tras separarse de su esposo, supuestamente gendarme, había comenzado una relación con una persona de nombre David, uno de los dueños de una distribuidora cercana a la veterinaria.
Ante el caudal de sospechas, el propietario de la veterinaria corroboró que el tal David no existía… Colina llegó a mencionar que David le había regalado un caballo y que cuando quiso obsequiarle un BMW, ella no quiso aceptarlo.
Finalmente, le pidió la renuncia ante la serie de presuntas estafas y el falso ejercicio como veterinaria. La mujer nunca lo negó.
Las maniobras siguieron, siempre relacionadas aparentemente con incrementar sus bienes y patrimonio. A través de Market Place, de Facebook, se presentó como “dueña” de la veterinaria y habría engañado a una empresa de electrodomésticos con la compra de un televisor y un aire acondicionado.
Mediante ardides, habría persuadido a la firma para quedarse con los electrodomésticos. Nunca exhibió la documentación solicitada y sólo pagó el 33% de lo adeudado.
La “Dra.” también se habría ganado la confianza de un taxista que la trasladaba con regularidad, hasta que ella pidió que el chofer le fiara los viajes (que nunca canceló en su totalidad). Logró que este le prestara $ 30 mil (sólo le devolvió $ 10 mil) porque se excusaba con problemas familiares o por falta de tiempo para atenderlo, porque trabajaba en un call center.
El fiscal la imputó, además, por estafa en contra de una empresa de insumos médicos para cirugías en animales. Se presentó como “María” y pactó la adquisición de un calentador de suero y un portasuero metálico. A pesar de los reiterados reclamos para que pagara, se excusó y la deuda se incrementó de manera exponencial.
La versión de la falsa “doctora”
Colina declaró que al ingresar a la veterinaria su jefe sabía que adeudaba una materia, contrariamente a lo declarado por el empresario que sostuvo que ella le había mostrado su título. Afirmó que la denunciante se había obsesionado con ella al punto que tuvo que cortar la amistad porque su compañera se había “enamorado” de ella.
Mencionó que compró el calentador para la veterinaria y que cuando no abonaba las cuotas era porque su jefe no le daba el dinero.
En su inmueble, Delitos Económicos secuestró certificados con la inscripción “Senasa” en blanco, el sello a nombre de otra presunta médica veterinaria, carnés de vacunas de animales, recetas en blanco de la veterinaria para la que trabajaba, medicamentos y un sello a nombre de la denunciante.
“Desarrolló en todas las ocasiones idénticas maniobras para engañar a sus víctimas: las conocía, cumplía con sus obligaciones y entablaba una relación hasta que lograba ganar su confianza. Allí era cuando comenzaban los incumplimientos, excusas, inventos de enfermedades, con el objeto de provocarles lástima, con lo cual lograba obtener importantes ventajas económicas y consumar sus defraudaciones”, dijo el fiscal.
