Fue quizás uno de los asesinatos más terribles, oscuros y atroces desde el regreso de la democracia. Hoy, pocos lo recuerdan. Para peor, no son muchos los jóvenes que lo "registran". Los manuales de historia y las clases en el secundario (y hasta en la universidad) se han encargado de enseñarlo de forma exigua, sin hacerlo propio en la memoria colectiva y explicar sus consecuencias a nivel político y social.
Se llamaba María Soledad Morales, tenía 17 años y era una sencilla joven que vivía con sus padres en un modesto hogar en Catamarca, un reino feudal con leyes no escritas y dominado por un político heredero de una oligarquía recalcitrante y creído todopoderoso: Ramón Saadi.
Tras haber ido a bailar, Soledad fue entregada por su novio a una orgía de la que tomó parte un grupo de despiadados sádicos –muchos con contactos con el poder–, quienes la drogaron con cocaína y la violaron por horas. Al final, la mataron y arrojaron en un descampado. Antes, mutilaron el cuerpo para despistar.
Corría septiembre de 1990 y el país era gobernado por Carlos Menem; en Córdoba, Eduardo Angeloz había iniciado ya su segundo mandato y la economía todavía no había ingresado en la convertibilidad. Diego Maradona había salido subcampeón en el Mundial de Italia. Aún faltaba mucho para que otras tragedias nos estremecieran, como las voladuras de la Embajada de Israel y de la Amia, y las desgracias del avión de Lapa y del boliche Cromañón.
Hartos de tanta corrupción e impunidad, miles de catamarqueños se encolumnaron detrás de los padres de Soledad y salieron a las calles a exigir justicia y cárcel para los asesinos. Los guiaba una monja sin banderas. Las marchas de silencio, a la vez que derrumbaron a Saadi y captaron la atención de toda Argentina, hicieron que la Justicia reaccionara.
El novio de "Sole" –Luis Tula– fue condenado a 9 años de cárcel por entregador; Guillermo Luque (hijo de un diputado nacional) recibió 21 años, por violación y homicidio. Hoy, ambos están libres. Si hubieran sido juzgados en estos tiempos, hubiesen recibido perpetua por femicidio.
Pasaron 25 años y, mientras la madre de Soledad no deja de llorarla, pocos recuerdan a esta chica, lo que significó y representó. Aquellas pacíficas marchas de silencio fueron luz ante tanta oscuridad, un grito ahogado de hartazgo y una patada certera contra la impunidad. El caso Soledad fue el puntapié para que los pueblos de distintas provincias despertaran y salieran a exigir que sus crímenes dejen de estar impunes.
Hoy, vemos cómo las marchas de protesta se extienden por toda Argentina ante tanto dolor y falta de respuestas de una Justicia perezosa y un Estado que olvida sus obligaciones. Córdoba tuvo y tiene sus marchas: Villa María salió a la calle por Mariela Besonart; Inriville, por Mariela Bortot; Villa Santa Rosa, por Carlos Lorenzo; Río Cuarto, por el "perejil" del caso Nora Dalmasso (extrañamente, no por esta mujer); Villa Carlos Paz, por tanto caso impune.
A nivel nacional, qué decir de la marcha masiva del 3 de junio por el #NiUnaMenos, una protesta por la ola de femicidios y la falta de reacción estatal y judicial.
Pasaron 25 años.
Sin embargo, María Soledad sigue sin aparecer en muchos libros de historia y en clases escolares, a pesar de la herida abierta que dejó, el llamado de alerta que significó y los poderes que tumbó.
Soledad en la memoria
El caso María Soledad fue el puntapié para que los pueblos despertaran y salieran a exigir que los crímenes dejen de ser impunes. Hoy, las marchas se extienden por todo el país, Córdoba incluida, ante tanto dolor y falta de respuestas de una Justicia perezosa y un Estado que olvida sus obligaciones.
14 de septiembre de 2015,
