Durante 55 minutos, Soledad Laciar trató de iniciar el relato de lo que vivió aquella madrugada del 6 de agosto de 2020, después de que recibió el llamado de que algo le había pasado a su hijo, Valentino Blas Correas (17). Sentada delante de los 13 policías acusados y frente al tribunal popular que analiza el homicidio y su encubrimiento, contó que durante largas horas de aquella noche nadie le quitó la incertidumbre ni le despejó el horrible presentimiento.
Cayendo de a ratos en un llanto que contagió a muchos de los presentes en la sala de audiencias de la Cámara 8ª del Crimen de Córdoba, la mamá de Blas se quejó con expresiones como “Nadie me decía nada” durante el prolongado tiempo que permaneció en la esquina de Chacabuco y Corrientes, donde estaba el Fiat Argo acribillado y el cuerpo cubierto de un joven. Era su hijo.
Ante una pregunta del querellante Alejandro Pérez Moreno, desmintió al comisario inspector Walter Eduardo Soria, que antes había declarado que dispuso personal civil para atender a los familiares de las víctimas, el fallecido Blas y los cuatro adolescentes que lo acompañaban en el interior del vehículo y que salvaron su vida providencialmente.
El relato del escabroso momento que le tocó vivir incluyó que le decían que debía ir a Jefatura, donde tampoco le decían nada, luego otra vez a la esquina donde estaba detenido el vehículo, donde tampoco había alguien que le quitara la incertidumbre.
También la madre de la víctima se refirió en su declaración de casi una hora a las actitudes de las autoridades provinciales y del Ejecutivo. Señaló que la jefa de Policía “Liliana Zárate fue la única que vino a pedir perdón”.
En cambio, Laciar dijo que el ministro de Seguridad Alfonso Mosquera demoró 11 días en comunicarse, tras el asesinato. Indicó que el funcionario le escribió por mensaje de texto. Comentó que la primera vez le llamó a su marido, Ramiro, y que este le aclaró que no era a él a quien debía llamar sino a Soledad.
Cuando ella pudo hablar con el ministro Mosquera, aseguró, le dijo que quería entrevistarse con él y con el gobernador, a lo que recibió como respuesta del ministro que sólo él estaba disponible.
La declaración de la mujer fue sólo un anticipo de su testimonio, ya que comenzó este viernes a las 15.35, siendo que las audiencias que se inician por la mañana se extienden sólo hasta las 16. En este caso, la sesión se prolongó hasta las 16.30.
Ahora, su declaración continuará el próximo miércoles, aunque en horario vespertino, a partir de las 14. Para esa oportunidad, la propia Laciar anticipó que se referirá al trato que tuvo con el comisario mayor Gonzalo Cumplido.
En su momento, la mujer señaló que Cumplido le confesó que Mosquera le había pedido: “Arreglame este quilombo porque le dimos a un rubito”.
Cumplido estuvo reunido con Soledad Laciar durante unas cinco horas luego del asesinato. Luego, se encontró con el jefe policial en febrero, en ocasión de la placa que se colocó frente al lugar de la balacera, cuando Blas hubiera cumplido 19 años. Allí volvió a encontrarse con Cumplido.
Cuarta audiencia
Durante la mañana del viernes y al reiniciarse la audiencia de la tarde, también se escuchó la declaración indagatoria de los últimos policías acusados que restaban hablar ante el jurado popular de la Cámara 8ª del Crimen.
Lo hicieron el el subcomisario Sergio Alejandro González, el comisario inspector Sergio Eduardo Galleguillo, el subcomisario Walter Eduardo Soria y el oficial ayudante Ezequiel Agustín Vélez. Todos negaron su participación en los hechos de la acusación y aseguraron una y otra vez que son inocentes y que no merecen la acusación en su contra.
Galleguillo señaló que su carrera es intachable, que jamás cometió algún ilícito y que nunca dejó pasar a sus subalternos alguna falta o delito, sumariando a varios de ellos en numerosas ocasiones.
González sostuvo una larga declaración, pero debió soportar el embate de los acusadores que le marcaron la diferencia entre las declaraciones de la instrucción y la que estaba haciendo en sala. Quedó flotando la diferencia entre las reuniones “por separado”, individualmente, con Lucas Gómez y Javier Alarcón (autores de los disparos) y luego con otros jefes. Le marcaron que antes había dicho que se trataba de reuniones conjuntas.
Por su parte, agudo en sus apreciaciones a lo largo de varias audiencias del debate, el abogado Justiniano Martínez también se ocupó de marcar una diferencia con Soria. Pidió la ampliación de la indagatoria de su defendido el subcomisario Enzo Gustavo Quiroga y, eventualmente, un careo entre ambos policías.
Al turno del oficial ayudante Vélez, la acusación trató de hacerle decir si estaba al tanto de que su dupla, aquella noche, le dijo a la agente Wanda Micaela Esquivel que se buscara “un tango” (arma “trucha”) para acusar falsamente a los jóvenes del Argo. A pesar de la insistencia, eso no se corroboró.
Lo que sí queda claro es que la “confesión” de Wanda Esquivel sigue sirviendo para interrogar a los imputados sobre su participación en determinados hechos, como si se tratara de una “hoja de ruta” de la acusación.
Por lo que se ve, por las audiencias anteriores y las controversias entre González con los fiscales y Soria con el defensor de Quiroga, ya van surgiendo diferencias entre los imputados. El delicado equilibrio de las versiones de cada uno y los acuerdos entre los acusados puede estar tornándose frágil.
