En la barriada, aún sobrevuela el miedo. El cadáver del hombre apareció boca abajo a la vera del camino de tierra. Tenía un escopetazo en una pierna y golpes en la cabeza. A unos cuantos metros, su auto destruido. Lo habían incinerado.
Ese fue el terrible final de Carlos Silvestre Dángelo (41), quien había salido de la cárcel hacía un par de semanas y a quien unos “pesados” se la tenían “jurada” por un conflicto no resuelto.
Esperaron que saliera de prisión y tramaron la emboscada para ajustarlo. Debía ser un “susto”, pero todo derivó en un feroz asesinato. El supuesto ideólogo ya se entregó a la Policía y confesó algunas cosas. Buscan a sus cómplices.
El espanto ocurrió hace pocas noches en Los Boulevares, barriada de la zona norte de la ciudad de Córdoba.
Mientras unos detectives investigan ese pavoroso nuevo episodio de violencia urbana, otros sabuesos policiales y judiciales dividen sus horas de trabajo para avanzar de forma definitiva en los esclarecimientos de otros gravísimos hechos criminales que en un puñado de días terminaron en homicidios en la Capital.
Suman al menos 12 los asesinatos cometidos en los últimos 25 días en la ciudad de Córdoba. Seis sucedieron en noviembre. Cinco, desde el viernes hacia acá.
Hablamos de homicidios. No se cuentan los casos que terminaron con heridos.
La mayoría de los episodios fue por violencia urbana, ese fenómeno que engloba peleas, venganzas, ajustes.
Hablamos de un fenómeno que arrancó hace pocos años, pero que se viene reproduciendo en los últimos tiempos y se solidifica: matar (o intentar hacerlo) para zanjar un conflicto no resuelto por la palabra.
Hablamos de cegar una vida, o de intentar hacerlo, como forma de solucionar un problema. Sin contar que, tantas veces, ese matar alimenta una espiral de violencia imparable.
Tan simple como brutal. Tan duro como real. Tan concreto como inquietante de cara al futuro.
Así estamos en esta nueva normalidad pospandemia. Para peor, el uso de armas de fuego en manos de cualquiera paraliza. Cualquiera consigue una.
Este año, si bien la cantidad de homicidios y de tentativas de homicidios no detonó respecto de otros años en Córdoba, sí parece que los casos son cada vez más violentos y con motivaciones que paralizan.
Qué decir de la pelea entre dos alumnos en una escuela que derivó en que el tío de uno de ellos matara al padre del otro de un balazo, en barrio Ciudad Evita.
Qué decir del hombre que asesinó a puñaladas a su hermano taxista en plena calle, tras perseguirlo varias cuadras, debido a un problema por unos neumáticos en barrio Rosedal.
Qué decir de la pandilla que, para saldar cuentas tras un cruce en un boliche trucho, atacó a tiros a otro grupo y mató a dos pibes. Un doble crimen callejero en barrio Estación Flores.
Qué decir del automovilista que, tras una discusión de tránsito, mató a otro de una puñalada en un semáforo en Las Palmas.
Apenas un puñado de terribles dramas de este 2022. Todos con el mismo trasfondo: peleas o venganzas por conflictos no resueltos.
No todo es Córdoba capital.
En San Francisco, el intendente volvió a vivir luego de que, noches atrás, un vecino lo esperó a la salida de una fiesta y le pegó un tiro. En esa misma ciudad, una banda atacó a balazos a otras personas frente al hospital para saldar cuentas y casi deriva en una tragedia.
En Villa María, agoniza una joven que intentaba escapar de una pelea entre dos barras. Le tiraron un semieje por la cabeza.
En Río Cuarto, un padre se subió a su camión y, para detener una pelea de pibes, entre los que estaba su hijo, embistió a un joven y lo mandó al hospital.
Como ya se dijo en estas páginas, nuestras infancias siguen contemplando esta realidad, aprendiéndola y asimilándola como la forma más natural de resolver conflictos.
