La imagen paraliza. Se ven dos ruedas, un foco sano y un manojo de chapas pintadas de negro. La estructura de metal quedó contra un árbol. Hasta hace unos instantes, eso era un auto. También era un auto aquel otro cúmulo de hierros pintados de blanco que terminó contra otro árbol, metros más allá, entre piezas rotas y vidrios hechos añicos.
Con esa imagen arrancamos la semana. El desastre automovilístico ocurrió el domingo de madrugada en avenida Colón, en Córdoba capital. Fue en ese tramo convertido hace años en pista de carreras. Murieron tres personas. Podrían haber muerto las cinco personas involucradas.
Un fiscal intenta confirmar si, como surge de las pruebas iniciales, el conductor del auto blanco iba a velocidad excesiva, si cruzó en rojo y si manejaba alcoholizado. El joven fue acusado por homicidio culposo agravado y lo mandaron a casa. Difícilmente pueda dormir, como tampoco duermen los familiares de las víctimas fatales.
Hace tiempo que en Córdoba no se apagaban tres vidas en un mismo choque en Capital. En rigor de verdad, hace nueve meses.
2021 arrancó con un desastre en la variante Juárez Celman: tres pibes murieron y varios más resultaron heridos al desbarrancarse el auto en el que regresaban de una clandestina. La sospecha es que el conductor iba más fuerte de lo permitido. Nadie sabe por qué no se le hizo dosaje de alcohol, pese a que el fiscal lo había ordenado. Quedó libre, acusado por homicidio culposo.
La tragedia de avenida Colón podría llegar a enmarcarse en la noche cordobesa, esa larga noche donde las cosas se desmadran y el reviente con el alcohol aflora.
Hablamos de ese reviente que incluye a conductores (siempre varones) lanzados a las calles y rutas con el acelerador a fondo. Para peor, con un Estado que dice que hace, pero que no hace. O hace poco, lo que es casi lo mismo que no hacer.
Cuántas vidas ya se apagaron durante la larga noche cordobesa estos últimos años. En paralelo, cuántas vidas le esquivaron a la muerte, pero quedaron con gravísimas secuelas.
La cuarentena de 2020 fue una mentira en Córdoba. Apenas un espejismo.
En materia de delito, nos hizo creer que estábamos bárbaro. Bastó que la actividad retornara para que la delincuencia se reactivara.
Con el tránsito, también fue un espejismo. En 2020, hubo 265 muertos por choques en Córdoba, muchos menos que los 344 de 2019.
Sin embargo, bastó que la movilidad se reanudara para que la inconsciencia vial reapareciera en toda su dimensión. En 2021, ya murieron más de 200 personas por colisiones y por vuelcos. Para peor, el alcohol volvió a estar presente en la sangre de muchos montados a sus bólidos.
El caso más palpable es el de Alan Amoedo, ese joven pasado en alcoholes que hace cuatro meses apagó dos vidas en Circunvalación. El batallar de los familiares de las víctimas logró que la acusación mutara de homicidio culposo a algo más grave: homicidio con dolo eventual. Es una figura penal que los tribunales no se animan a usar.
A la luz de lo que se ve y se padece, Amoedo no es el único. Semanas atrás, un conductor ebrio murió junto con otros tres jóvenes en Río Cuarto. Días atrás, otro alcoholizado hizo lo que quiso en contramano por la Circunvalación. No fue tragedia por cosas del destino. Apenas un par de ejemplos.
Cada vez parecen repetirse más los casos de conductores borrachos y jugados al todo o nada en calles y rutas, aprovechando lo poco que se controla, lo poco que se castiga.
En las calles, se palpan esa velocidad, esa violencia al volante, esa sensación de que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento. Hasta que pasa.
Para peor, ahora retornó la noche a pleno. Ya teníamos la noche clandestina. Ahora, tenemos la noche en toda su dimensión. En toda su dimensión de descontrol.
