Cuando ser flaca no es natural, sino imposición de un modelo social o consecuencia de un desequilibrio emocional, deja de ser un tema vinculado con la estética para convertirse en un verdadero problema. Jóvenes y preadolescentes aumentan diariamente la estadística que coloca a Argentina entre los primeros puestos en listados sobre incidencia de trastornos de alimentación. Y, aunque la anorexia sea lo más visible socialmente, la bulimia es la que se da con mayor frecuencia y por la que más se demora en consultar.
Consecuencias leves pueden ser afecciones gástricas, calambres, pérdida de piezas dentarias, infertilidad, deshidratación y desmayos. Y la más grave: la misma muerte. Pero antes de llegar a esta instancia, hay tratamientos posibles. "Se puede salir de esto", es lo que sostienen con insistencia los profesionales que tratan estas patologías y alientan a detectar los síntomas y pedir ayuda lo antes posible.
Factores personales, familiares y sociales inciden en el desarrollo. "Con tratamiento, los trastornos alimenticios se curan. Y todos deben tener la oportunidad de tratarse", sostiene Juana Presman, médica especialista en adolescencia, quien estuvo 27 años al frente del programa de trastornos alimentarios de la Casa del Joven.
Tanto la bulimia (ingesta descontrolada y posterior purgación), como la anorexia (negación a recibir alimentos), son trastornos de orden psiquiátrico. Hay factores predisponentes, desencadenantes y de mantenimiento de la patología. Afecta principalmente a mujeres, y la edad en la que se desata suele ser la adolescencia, entre los 15 y 25 años, aunque existan excepciones.
"Si bien la consecuencia más grave es la muerte, no es lo más común. Lo que consideramos realmente importante es la pérdida de calidad de vida en los que deberían ser sus mejores años, y las consecuencias a futuro que tiene", considera María Elena Fontana, especialista en Medicina Nutricional, de Psiclo, institución que trata los desórdenes alimentarios.
Adolescentes con personalidades frágiles, necesitados de aceptación, o quienes viven en su familia modelos de exigencia vinculados con el cuerpo, que depositan los valores en la imagen, tienen mayor tendencia a padecer estos trastornos. "La dieta es el principio de todos los males", añade Presman, haciendo referencia a que restricciones alimentarias sin supervisión de un profesional pueden operar como desencadenantes.
No es sencillo para el afectado y su grupo familiar asumir que se está frente a un problema, y que se debe pedir ayuda, pero es la única forma de salir
adelante.
Las causas. Fontana y María Florencia Pereyra, psicóloga de Psiclo, dividen los factores que inciden en estas patologías en "predisponentes", "desencadenantes" y "de mantenimiento". Algunos condicionantes biológicos, como obesidad infantil o alergias alimentarias en la primera infancia, pueden ser predisponentes. Pueden sumarse a situaciones traumáticas vividas, mandatos o modelos familiares basados en la figura, vulnerabilidad a la opinión del entorno y búsqueda de la aceptación de compañeros a través del cuerpo (como una posible consecuencia del bullying o acoso escolar). Personas que luego pueden tender hacia la anorexia son quienes en su niñez han sido perfeccionistas, muy exigentes consigo mismas.
Al hablar de variables desencadenantes, hay que recordar que en la adolescencia la aceptación de los pares suele ser muy importante. "Hemos visto muchos casos desatados ante fiestas de 15 o de egresados", dicen Fontana y Pereyra. Agregan que también observa en jóvenes que sufren el desarraigo y deben dejar a sus familias para estudiar en la capital.
Asimismo, pueden detonar el problema crisis personales, como ruptura de parejas, separación de los padres o situaciones de estrés postraumático. En algunas oportunidades, enfermedades que hacen al paciente perder peso operan como disparadores para una obsesión por no recuperarlo.
Luego, la enfermedad se mantiene porque quien la padece cree que ese camino lo lleva al éxito y que responde así a parámetros sociales, al prototipo de la perfección.
Hay casos en que está asociada con otros trastornos psiquiátricos, como el obsesivo compulsivo, la depresión o la bipolaridad.
Presman considera que hay factores familiares muy importantes en el desarrollo de la patología. Puede tratarse de dificultades en la comunicación y expresión de sentimientos en el seno familiar, o que en ella haya alguien que tenga trastorno de alimentación solapado. "A veces, los papás se enojan cuando les digo que 'no hay trastornos alimentario en huérfanos', pero es cierto. Es necesario un caldo de cultivo familiar para que se den", grafica Presman.
Darse cuenta. Los trastornos suelen pasar de uno a otro y convertirse en un círculo vicioso. La etapa anoréxica es la más fácilmente identificable, ya que la paciente no come, y eso se refleja en su cuerpo. Con la bulimia es más difícil, ya que socialmente se ingiere alimentos con normalidad, y no hay pérdida de peso.
Las especialistas aseguran que en la bulimia la persona afectada puede comenzar con una dieta, pero no poder sostener en el tiempo las restricciones alimentarias, por lo que cae en atracones con comida que luego necesita eliminar.
Generalmente, no es el propio paciente el que pide ayuda, sino su entorno más cercano. Los padres suelen notar no solo el cambio físico, sino en la conducta, ya que surge mayor irritabilidad y algo de depresión.
Lo mejor para el tratamiento posterior es que el propio paciente tome conciencia de la enfermedad y pida ayuda. Pero si no es la persona, suelen ser los padres, novios, tíos o familiares cercanos los que plantean la situación. En todos los casos, es necesaria la colaboración del paciente para encarar el tratamiento.
Sólo en casos estrictamente necesarios se recomienda internación, que en rigor de verdad es en un hospital de día, con permanencia de entre cuatro y cinco horas diarias para llevar adelante el tratamiento. "Hay que reconocer que ni en el ámbito público ni en el privado, hay en Córdoba hospitales donde se puedan internar a adolescentes en estado crítico que necesiten una estancia prolongada por este tipo de patología", opina Presman.
Hay dos características a tener en cuenta. Cuando el problema es la anorexia, la distorsión de la imagen corporal tiene componentes psicológicos, pero también químicos. Pese a perder permanentemente peso, las personas se ven "gordas". Está comprobado que, al no recibir alimentos en forma sostenida, se generan alteraciones neuroquímicas, faltan neurotransmisores a nivel cerebral, de allí la distorsión. Y en la paciente bulímica, al principio siente que domina la situación, que puede dejar los atracones y purgar en cualquier momento, lo que no es más que un autoengaño.
"Es una enfermedad multifactorial y la recuperación depende de la motivación, estructura psicológica, apoyo familiar y tiempo de evolución de la enfermedad. Aun hoy es difícil transparentar la situación, porque avergüenza", dice Presman.