Para muchas familias, armar el arbolito de Navidad es el gesto que inaugura el clima festivo de fin de año. Sin embargo, no todas las personas lo viven con entusiasmo: algunas directamente prefieren evitarlo. Lejos de ser un simple desinterés, la psicología explica que este comportamiento puede estar vinculado a emociones más profundas, atravesadas por la historia personal, el entorno y el momento vital de cada uno.
A diferencia de la infancia -donde predominan la ilusión, los regalos y los rituales compartidos-, en la adultez la Navidad puede confrontar con experiencias complejas: pérdidas familiares, recuerdos que duelen, tensiones no resueltas o el cansancio acumulado del año. Según especialistas en salud mental, evitar el arbolito puede convertirse en un modo de autorregulación emocional: una forma de poner un límite cuando la carga simbólica de la fecha supera el bienestar personal.
El doctor Rolando Salinas, jefe de Salud Mental del Hospital Alemán, sostiene que las fiestas suelen combinar un componente de encuentro con otro de presión emocional. La organización de reuniones, los balances del año y las preocupaciones económicas o laborales incrementan la ansiedad, lo que puede hacer que ciertos rituales -como decorar la casa- se vivan como una obligación más que como un momento de disfrute.
¿Por qué algunas personas deciden no armar el árbol de Navidad?
Los especialistas coinciden en que las razones son diversas y personales. Entre las más frecuentes aparecen:
- Estrés y cansancio de fin de año: cuando las obligaciones se acumulan, sumar tareas decorativas puede resultar abrumador.
- Presión social por “estar bien”: el mandato de mostrarse alegre en estas fechas puede generar rechazo en quienes no se sienten identificados con ese clima festivo.
- Duelo y ausencias: la Navidad reactiva recuerdos de quienes ya no están: familiares fallecidos, vínculos quebrados o hijos que emigraron. Esa sombra emocional vuelve difícil sostener rituales tradicionales.
- Soledad: para quienes transitan la fecha sin red afectiva cercana, armar el árbol puede remarcar aún más la falta de compañía.
- Personalidades introvertidas o sensibles: las celebraciones cargadas de estímulos, reuniones y ruido pueden resultar agotadoras.
- Elecciones de vida: algunas personas prefieren rituales más simples o alternativos, que se ajusten mejor a sus valores y a su propia forma de vivir la Navidad.
El sociólogo Thomas Henricks describe que no todas las personas se posicionan igual ante estas fiestas. Identifica, por ejemplo, al “controlador” que desea que todo salga perfecto; al “forastero”, que se mantiene al margen; al “atrapado”, que participa por obligación; y al “sobrecargado”, que llega exhausto a diciembre. Estos perfiles ayudan a comprender que el vínculo con las celebraciones es diverso y que no existe una manera única de vivir la Navidad.
Los especialistas coinciden en que no armar el árbol no es un problema en sí mismo: es una elección válida. Lo importante es identificar qué necesita cada persona para transitar el período con serenidad. Planificar con anticipación, acordar expectativas familiares y elegir niveles de participación que resulten saludables son estrategias útiles. Como sintetiza Salinas, conviene “poner el acento en disfrutar los vínculos significativos, separando lo importante de lo accesorio”.
