Puede parecer insignificante, pero ese diminuto agujerito que tienen muchos candados en la parte inferior cumple una función mucho más importante de lo imaginado.
Más allá del diseño, se trata de un componente esencial para proteger el mecanismo y extender la vida útil de este objeto tan común en hogares, comercios y espacios públicos.
Para qué sirve el agujerito del candado
Lejos de ser un simple orificio decorativo, ese pequeño agujero tiene un propósito claro: permitir el drenaje del agua que puede acumularse dentro del mecanismo.
Cuando un candado se expone a la intemperie -como ocurre en portones, casilleros o rejas-, la lluvia y la humedad pueden filtrarse en su interior. Sin una vía de escape, esa agua quedaría estancada, generando óxido y comprometiendo el funcionamiento del candado.
El agujerito permite que el líquido drene, protegiendo el sistema interno y manteniendo su eficacia con el paso del tiempo.
También permite aplicar lubricantes
Otra función clave del agujerito es facilitar el mantenimiento preventivo del candado. A través de ese orificio es posible aplicar lubricantes o aceites especiales que ayudan a conservar móviles las piezas internas, sobre todo cuando el dispositivo empieza a trabarse por el polvo o la corrosión.
Este simple gesto puede marcar la diferencia entre un candado que funciona por años y uno que se arruina en pocos meses. Es una práctica especialmente útil en zonas húmedas o con cambios extremos de temperatura.

Un acceso técnico para situaciones específicas
En ciertos modelos más sofisticados, este orificio cumple una tercera función: actuar como punto de desbloqueo de emergencia. Algunas marcas permiten abrir el candado con una llave especial a través de este canal, una herramienta útil en caso de pérdida de la llave principal o en tareas técnicas de mantenimiento.
Un invento milenario que sigue evolucionando
Los candados acompañan a la humanidad desde hace más de 4.000 años. Se usaban en el Antiguo Egipto y Babilonia para proteger pertenencias, aunque eran muy diferentes a los actuales. Fue recién en 1857 cuando el estadounidense Theodor Yale patentó el candado moderno, con mecanismos más seguros y versátiles.
Desde entonces, el diseño ha mejorado notablemente, y pequeños detalles como este orificio contribuyen a que sigan siendo una herramienta confiable para proteger nuestros espacios.