Pasaron 38 años, pero aún perdura el enigma en torno al crimen de Aurelia Oriel Catalina Briant, una profesora de inglés de City Bell querida por sus alumnos, de una familia de clase acomodada, con cuatro hijos.
El 13 de julio de 1984, a la altura del kilómetro 75 de la ruta 2, fue encontrada asesinada de 37 puñaladas en el cuerpo y tres balazos en la cara. La descuartizaron y nunca se supo la verdad.
Por entonces se habló de las sospechas sobre su ex marido, Federico Pippo, de su entorno, hasta de una secta, de una trama de espías y de videos sexuales que se comercializaban. Pero todo quedó en la nada.
El peritaje forense
Los forenses hablaron de la “furia destructiva” del asesino, que había “mutilado la cara, los pechos, el vientre, las piernas y la vagina de Oriel”.
El informe de los peritos indicó que se trató de una muerte por apuñalamiento, previa larga tortura y con particular ensañamiento en el aparato genital.
Fueron 3 disparos calibre 32 –uno en la cola y dos en la cara, según la investigación del legendario periodista policial Enrique Sdrech– y 37 puñaladas.
Tres días antes del macabro hallazgo, un vecino que pasó por la puerta donde ella vivía escuchó el llanto desgarrador de un niño que pedía por su madre. Era Christopher, por entonces de tres años, sostenía que su mamá no había vuelto de hacer los mandados. Ese fue el comienzo –o el final– de la historia: Oriel había sido secuestrada cuando dormía y el niño había quedado solo.
Sus otros tres hijos –Martina, Tomás y Julián– habían pasado la noche con su padre, Federico Pippo. Oriel se había separado de ese hombre al que había conocido en la Facultad: ella estudiaba profesorado de inglés y él estudiaba Letras. Además de dar clases de Literatura, él era policía bonaerense y fue cesanteado después del asesinato. Lo detuvieron dos veces, pero salió en libertad por falta de pruebas. No llegó a estar un año detenido. En una de sus salidas criticó a la Justicia y dijo: “Creo en Dios”.
Cuando Oriel estaba embarazada de cuatro meses de su último hijo, Pippo viajó con Charly a Europa durante un mes. Los rumores de una posible relación entre profesor y alumno ocuparon espacio en los medios.
Cuando le tocó declarar ante el juez Julio Desiderio Burlando (padre del famoso penalista Fernando Burlando), Charly declaró que una vez Federico le había dicho que estaba harto de Oriel. Charly fue detenido y cuando lo trasladaban en patrullero, una mujer se le acercó y le gritó “¡asesino degenerado!”
“La voy a liquidar, contraté gente para que haga el trabajo” le habría dicho Pippo, según Charly. Burlando ordenó la detención de Pippo. Aunque después en el careo con Pippo, se desdijo.
Una de las hipótesis era que Pippo se había enamorado de Charly y juntos habían tramado el asesinato.
“El autor del homicidio es un ser sexualmente reprimido, que un día da rienda suelta a sus represiones y se vuelve altamente peligroso. La señora Briant fue objeto de su odio ancestral a la mujer por parte del sujeto que vio en ella a todas las mujeres y desató su salvajismo como una forma de vengarse. El ensañamiento con la zona genital de la profesora refuerza sus características homosexuales del matador. Para un homosexual, la visión de los genitales femeninos produce horror y reactiva en él el temor infantil a la castración” exponía Sdrech en su libro con peritos que intervinieron en el caso.
La defensa del hijo
“Mi papá no fue el asesino. Me lo enloquecieron, pobre. Se dijeron muchas cosas, que mi mamá era subversiva, que era informante, creo que nunca se va a saber quién la mató. Para mí fue un crimen político. La tragedia nos destrozó”, dijo Julián Pippo en una nota al programa 70-20-Hoy, que conducía Chiche Gelblung.
Julián tenía seis años cuando asesinaron a su madre y según él dormía con su padre, Federico Pippo -el principal sospechoso- cuando ocurrió el hecho.
“Para nosotros era el culpable, pero las actas y otros procedimientos se hicieron mal y eso llevó a la nulidad”, dijo una fuente que participó en el expediente.
Testigos de una noche oscura
El caso conmocionó al país. Uno de los periodistas que más lo siguió fue José de Zer, de Nuevediario. Entrevistó a Denisse, la hermana de Oriel.
“No tomaba drogas ni pastillas. Siento que esto es un problema de venganza por el ensañamiento contra su cuerpo. Es un psicópata sexual el que la mató. Ella era sumamente ingenua, cuando la vida la golpeaba siempre buscaba otra oportunidad. Yo le decía: ‘nunca vas a crecer’”.
De Zer consiguió entrar en la casa de Oriel, que estaba separada de Pippo.
“Este es el interior de la casa de la profesora Oriel, quien el día de su desaparición y posterior asesinato atendió el teléfono, que sonó a las 10.30 de la noche. Luego pasó a su dormitorio, se desvistió, y se acostó a dormir mientras que en el otro dormitorio dormía su hijo menor. Horas más tarde sonó el timbre de la puerta, Oriel se levantó a abrir pero a mitad de camino la detuvieron y la introdujeron en un coche”, relató De Zer.
Tiempo después entrevistó a Pippo, quien lucía un saco gris, camisa blanca, pantalón al tono y zapatos lustrados. Mientras fumaba con elegancia, ante una pregunta de De Zer, respondió:
-Tengo mucho miedo, me siento totalmente perseguido. Mi familia también es perseguida y buscan un culpable dentro de ella. Todo esto supera toda ficción.
-Se habla de un pacto de sangre de los Pippo - se animó a preguntar De Zer.
-¿Pacto de sangre de los Pippo? No somos una familia por múltiples razones. Nos queremos mucho, pero no estamos muy unidos.
Luego se refirió al crimen de su mujer como un “momento en el que ocurren los hechos que nos tienen acá reunidos”. No se mostró dolido ni nervioso, como si estuviera ante sus alumnos de Literatura.
“Oriel había sido una hermosa mujer, plena de vitalidad y sensualidad. A su atracción física se sumaban su ternura y una simpatía sin rodeos, por lo que aún a sus 37 años, despertaba la admiración de muchos hombres quienes la consideraban maravillosa”.
Eso escribió Sdrech, que siguió el caso para Clarín. Entrevistó a más de 50 personas vinculadas al caso. Hasta publicó un libro, 37 puñaladas para Oriel Briant.
El primer detenido fue un vidriero que había comenzado a salir con Oriel. Cuando lo fue a buscar la policía, intentó matarse con un cuchillo que misteriosamente apareció en la guantera de su auto. Sobrevivió. Lo liberaron y murió cuatro años después del hecho. “El chacal homicida fue detenido e intentó matarse con cuchillo”, tituló Crónica sobre ese episodio, aunque el hombre no tenía nada que ver con el asesinato.
Sectas, mafias, espías y dictadura
Mientras Burlando sostenía que el asesino había sido Pippo, otras líneas investigativas resultaron insólitas. Una hablaba de que Pippo y Charly pertenecían a la Secta Moon. Una testigo, de hecho, declaró que Pippo hacía vestir a Oriel con túnica y que la hacía fumar de una boquilla larga y dorada, además de pedirle que se dejara el pelo largo. “Parecía una sacerdotisa”. Esa pista se reforzaba con los rituales sexuales y sangrientos de las sectas. Hasta se habló de las similitudes con el crimen de Sharon Tate, asesinada por el clan Manson en 1969.
Mientras el juez Burlando sospechaba de Pippo, otras insólitas líneas de la investigación apuntaban a sectas, mafia italiana y hasta ajuste de cuentas por “la pesada” de la dictadura militar
Otros pesquisas se refirieron al “factor Malvinas”. Aunque se estaba en democracia, se sabía que los padres de Oriel eran ingleses y habían trabajado en la embajada británica. Charly también se había desempeñado en esa sede diplomática. Hasta se sospechó que Oriel podía haber sido espía y por eso la mataron. “La venganza de la que hablan los hijos y habló Pippo a sus allegados es que los espías argentinos la sentenciaron a muerte. Y que una vez terminada la guerra la iban a matar. Y los antecedentes de violencia que tenía Pippo en perjuicio de Oriel, les vinieron bien para incriminarlo”, se publicó como conclusión de esta disparatada teoría.
Una nueva pista se refirió a la posibilidad de que Pippo trabajara para un comisario de activa participación en la dictadura militar y Oriel hubiera sido asesinada por presuntos contactos con Montoneros. También se habló de la mafia italiana. Y del origen siciliano de los Pippo, que eran definidos por la prensa como un clan o “La pesada de los Pippo”. Incluso se habló de un castillo en Lobos donde había muñecos diabólicos y supuestamente se hacían sacrificios de animales. Llegó a hablarse de una siniestra conspiración de los Illuminati.
La teoría más cercana a la verdad
Lo más concreto en la causa fueron las denuncias previas que Oriel hizo en la comisaria de City Bell contra Pippo por violencia de género. “Un día me llamó y me dijo: ‘Vení rápido porque Federico me está matando a golpes’”, declaró la madre de la víctima. En diciembre de 1980, según consta en otra denuncia, Oriel salió de su casa gritando que su marido la había perseguido con un cuchillo.
La relación entre los dos había terminado. Antes de separarse, dormían en cuartos separados. Él no le quería dar un centavo, ni siquiera para comprar alimentos o para sus hijos. Ni siquiera quería pagar la luz. Decía que no la usaba, que no veía televisión y que por la noche leía a la luz de una vela.
En el expediente figuraba que cuatro testigos habían declarado otros episodios de violencia. En uno de ellos, Pippo habría dicho: “Que esta no se haga la loca porque tengo gente de la Policía que la va a hacer reventar”.
“La voy a matar a patadas”, “Si tengo un cuchillo, se lo clavo mil veces”. Esas eran otras de las frases que habría pronunciado el sospechoso. Otra testigo dijo que Oriel le había contado que la había amenazado con un cuchillo para violarla. Otra, que tenía moretones en los brazos porque Pippo le pegaba y hasta llegó a amenazarla con una cuchilla delante de sus hijos.
Hasta un vidente, Guillermo, declaró a la prensa que la madre de Pippo consultaba brujos y curanderos para hacerle daño a Oriel. “La odiaba. Le encontraron fotos de Oriel pinchadas. Y una vez me dijo a mí, durante una consulta, que su hijo a veces desvariaba y que quería matar a todos”.
Un dato clave reactivó la causa y llevó otra vez a Pippo a la cárcel. Los muebles de Oriel, que habían desaparecido, fueron encontrados en el stud del primo de Pippo. Federico fue detenido junto a su hermano Esteban, su primo y su madre. “Esteban y Angélica aparecieron en mi stud en un Renault 12 en el que iba una mujer rubia, vestida en camisón y medio dopada. Les pedí que se fueran”, declaró el primo de Pippo. Pero a los pocos días se desdijo.
El video tenebroso
“El film del crimen de la profesora Briant, que contiene sádicas y aberrantes escenas, se habría rodado en una estancia bonaeranse”, tituló el diario La Razón del 29 de agosto de 1985.
La nota, firmada por Guillermo Patricio Kelly, no era ningún invento. Hubo una denuncia hecha por un hombre de nacionalidad alemana que vivía en la Argentina que decía, palabras más, palabras menos, que Oriel fue secuestrada y filmada y que esa película pornográfica fue vendida por un millón de dólares a un enigmático personaje que vivía en una mansión de Chicago.
“En el rodaje habrían intervenido entre doce y quince artistas sexuales. El rapto y la puesta en escena costó 80 mil dólares. Se filmaron escenas de sexo en medio de un ritual satánico”, consignó La Razón.
El infierno en carne propia
Los hijos de Oriel y Federico sufrieron el infierno en carne propia. Primero, el crimen de su madre. Luego, la detención del padre.
Como ejemplo: Christopher vio cómo se llevaban secuestrada a su madre. Y también vio cómo la Policía se llevaba a su padre. “No me dejes, papito”, dijo llorando.
El periodista Facundo Bañez, del diario El Día de La Plata, hace diez años logró una entrevista exclusiva con Pippo, a quien descubrió cuando iba al kiosco a comprar tres cigarrillos. Unos años antes lo habían internado en el psiquiátrico de Melchor Romero porque apareció caminando en medio de la calle, entre los autos, insultando y citando frases de escritores griegos y rusos. Pensaron que era un ciruja, pero era Pippo.
“Yo no la maté, pero no importa lo que piensen. Se habló demasiado ya, todo porque era una Briant, por supuesto. Te aseguro que si era una Pérez no se hablaba nada”, le dijo Pippo a Bañez. Antes de cerrar la puerta, repitió lo mismo que cuando salió en libertad: “Creo en Dios”.
Murió a los 68 años, el 6 de junio de 2009.
Sólo el asesino sabe qué pasó. O los asesinos. Si siguen vivos. O si están lúcidos y recuerdan cada detalle.
Nadie más sabe la verdad de uno de los casos más emblemáticos de la historia policial argentina, que sigue impune.
Y, lo más probable, es que nunca se devele quién o quiénes fueron los autores.