En los dos últimos días, todo lo que se espera de un festival de cine sucedió. En la competencia oficial, pasó primero Music, de Angela Schanelec, y un día después, Afire, de Christian Petzold, los dos cineastas alemanes más sobresalientes de su generación, ligados siempre a una vaga idea de ser los miembros más notables de la llamada Escuela de Berlín, tipificación que no desmienten pero que sí estiman como imprecisa.
Tienen razón: las dos películas no pueden ser más distintas en sus poéticas; no tienen razón: ningún cineasta alemán de hoy puede filmar con la autoridad y libertad con la que se desempeñan los dos. Es que Schanelec y Petzold deben ser considerados como maestros (vernáculos) del cine de su tiempo.
Schanelec no es una desconocida en Argentina, pero sus películas poco se han visto y nunca se estrenan. En un mundo estéticamente justo, en el que la sensibilidad no estuviese atiborrada de estímulos visuales y sonoros permanentes, Music podría ser un blockbuster, pero en nuestra realidad perceptiva la presunta lentitud de su relato puede impacientar a los que se han entregado a un régimen audiovisual erigido en la sobreestimulación.
Lo universal (o lo occidental) de la propuesta es innegable: Music es una lectura libre del mito de Edipo, visto esencialmente como tragedia y melodrama, aunque la puesta en escena desdeña la exaltación y se concentra enteramente en lo esencial; el film de Schanelec es el cumplimiento de un sueño que tuvo el cineasta Robert Bresson cuando afirmaba: “El cinematógrafo es una escritura con imágenes en movimientos y sonidos”. Eso hace Schanelec, literalmente.
Music comienza en 1980 en Grecia y su relato concluye en Alemania y en la actualidad. El protagonista es Jon, quien adoptado por una familia tras quedar huérfano después de un accidente, tendrá una vida relativamente normal hasta que, sin intención, mata a un hombre.
En la cárcel, descubre qué puede hacer la música en la vida de todos los mortales. En ese pasaje de la película, en cuyo primer acto prácticamente no se dice una palabra, suena completa el aria de Il Giustino, RV 717, Vedrò con mio diletto. Es un segmento glorioso que tiene lugar en un pabellón de la penitenciaría, en el que se plasma decididamente una proposición existencial: la música es un consuelo infalible ante todas las desgracias del mundo.
Petzold y la comedia de las letras
En Argentina sí se ven las películas de Petzold. Bárbara, Ave Fénix y Udine se estrenaron en el país. Afire tiene todo para que así sea, porque ahora el cineasta se dedica a la comedia. Todo comienza con dos amigos que van a pasar unos días al mar. Tienen una agenda dual: uno habrá de corregir su segunda novela, otro querrá terminar los trabajos de fotografía para la universidad.
En donde pasan unos días conviven con dos personas más: el primero oficia como bañero, la mujer vende helado en la playa. Pero nada es como parece; Petzold engaña a la audiencia respetándola, y cuando las cosas se revelan como son todo es aún más hermoso.
El gran tema de la película no es otro que la relación de la literatura con la vida (y por eso también la muerte). La subtrama amorosa que se delinea lentamente se desprende con absoluta naturalidad de esa intersección entre la escritura y la experiencia.
Cuando la talentosa actriz Paula Beer recita Der Asra, de Heinrich Heine, se expresa poéticamente esa amalgama; lo mismo pasa, sonora y visualmente, cuando el incendio que amenaza a la región lleva al protagonista a cruzarse en el bosque con una familia de jabalíes. Es una secuencia casi onírica, de esas que cada tanto un hombre o una mujer puede vivir cuando la muerte está cerca y la conciencia espía la realidad sin sus adornos.
Faltan apenas dos días. Los maestros alemanes se irán con algún reconocimiento importante. También pasará con Philippe Garrel y su hermoso film sobre titiriteros titulado Le grand chariot. Entre las otras 16 películas las hay muy buenas, buenas, regulares y una mala. Pero cuando un festival incluye películas como las recién nombradas está haciendo lo que se debe: amar el cine hasta las últimas consecuencias.