La simpatía de Tom Cruise es innegable. A la clase magistral que brindó en Cannes a sala llena no le faltaron aplausos ni ovaciones. De principio a fin, dominó la escena como Ethan Hunt vuela de un rascacielos a otro.
La ovación final a Top Gun: Maverick no fue ninguna sorpresa, sí las subjetivas de los vuelos, el gran espectáculo clandestino de la película dirigida por Joseph Kosinski, que bien podría considerarse un documental indirecto sobre un personaje de la década de 1980 que le permite al actor ser visto como una criatura del cine sin fecha de vencimiento. Cruise es un misterio ontológico.
De amores y montañas
Zhena Chaikovskogo (La esposa de Chaikovski), de Kirill Serebrennikov, transcurre a finales del siglo XIX en la Rusia de los zares y se circunscribe a contar una historia de amor ridícula entre el creador de El cascanueces, que prefiere erotizarse con los hombres, y una esposa que lo ama incondicionalmente sin ninguna explicación: así está pautado en el guion.
El rechazo sistemático lleva a la descomposición psíquica del personaje de la mujer, que no obstante se niega al divorcio, siendo las preferencias sexuales de su marido evidentes. Que el personaje se orienta a la locura es un buen atajo para seguir con el disparate revestido de artificios formales varios con una dosis de transgresión que probablemente ofenderá al ultraconservador Putin.
La cantidad de penes que desfilan en pantalla en una de las escenas más ridículas de la trama pueden ser también los años que le decreten en la cárcel a Serebrennikov, quien ya estuvo preso recientemente durante la presidencia del nuevo señor de la guerra.
Ernst Lubitsch declaró en alguna oportunidad que un cineasta, para saber hacer cine, debe empezar filmando montañas. Los responsables de Le otto montagne, Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, pueden haberse salteado la lección (porque en ocasiones sus panorámicas de las montañas parecen ampliaciones de fondos de pantalla), lo que resiente un poco a una película honesta que alterna escenarios montañosos de Italia con otros de Nepal.
La historia de una amistad nacida en la infancia es el eje del relato, y cuando es fiel a ese cometido los dos intérpretes sostienen la película, siempre amenazada por derivas narrativas que desbordan el retrato de una amistad y lindan con una introducción tímida y difusa al espiritualismo oriental.
El maestro de Italia
El que es infalible es el gran cineasta italiano, el más grande de todos entre los vivos: Marco Bellocchio. En Esterno notte, el gran cineasta de La sonrisa de mi madre vuelve sobre el asesinato de Aldo Moro, un evento que para Bellocchio glosa el fin del siglo XX en su país y una decadencia indetenible desde el 16 de marzo de 1978.
Unos años atrás, Bellocchio le había dedicado al caso una película contundente titulada Buongiorno, notte. El punto de vista de aquel film soberbio era el de los miembros de Brigadas Rojas, en contrapunto con el del propio secuestrado.
En esta ocasión, Bellocchio reúne todos los puntos de vista posibles sobre el caso y construye un caleidoscopio lúcido en el que la ejecución del líder del partido italiano Democracia Cristiana se constituye como si fuera un relato con instantes operísticos, pues la magnificencia acertada de la puesta en escena eleva algunos tramos a un cine total.
Lo que pensaron el papa Pablo XVI, los otros miembros del partido, la mujer del mandatario, el propio Moro y los militantes de izquierda radicalizados se plasma en cada uno de los capítulos de esta película disfrazada de serie.
La maestría de Bellocchio es total; solo él puede culminar una película con el empleo de pobres materiales televisivos de la RAI transformándolos en una secuencia operística donde la historia del siglo XX en Italia, escrita con sangre y traición, se desnuda impíamente en un número final que es puro striptease de un país que, desde entonces, se desmorona en dirección a la nada misma.
