A favor: una experiencia cinematográfica
Julia Candellero
Analizar una parte de nuestro pasado para poder entender una parte de nuestro presente, a esto nos invita Oppenheimer. En sus tres horas de desarrollo, la película hace más que desentrañar la historia del “padre de la bomba atómica”, el físico que contribuyó a ponerle fin a la Segunda Guerra Mundial creando el arma más devastadora conocida hasta el momento.
En tiempos donde la satisfacción debe ser inmediata, donde prevalece el consumo de contenidos livianos que no dificulten la digestión de los snacks, y donde los títulos que invitan a desconectar “sin pensar” son los que usualmente conquistan taquilla, poner en cartelera un filme como el de Christopher Nolan es, al menos, una apuesta valiente.
El director no claudicó ante la pasteurización del arte y el resultado es una experiencia cinematográfica en el más completo de sus sentidos. Una película centrada en la historia de un personaje oscuro, complejo, ególatra, con un guion que incorpora argumentos técnicos, científicos, políticos, y también éticos.
Reducir Oppenheimer a una historia sobre la creación de la bomba atómica es no hacerle justicia a una obra que interpela la esencia misma de la humanidad. Las guerras cambiaron a partir de Nagasaki e Hiroshima. Desde ese momento, el ser humano pudo ver, realmente, cuán destructivo podía ser y horrorizarse de ello.
¿Por qué alguien crearía una bomba atómica? ¿Por qué alguien las usaría? El guion es excelente a la hora de desentramar los porqués a estos cuestionamientos que como espectador nos hacemos en más de una oportunidad. Y las respuestas son tan crueles como realistas.
La trama avanza y retrocede en el tiempo, las escenas en blanco y negro ayudan a la ubicación gráfica de la temporalidad, la actuación de Cillian Murphy no presenta quiebres ¡hasta su gestualidad comunica y trasmite todo aquello que su personaje calla!
Oppenheimer es una película destinada a un público dispuesto a pensar, a cuestionar, a disfrutar, pero también a horrorizarse con el séptimo arte.
El contra: Un Nolan presuntuoso
Noelia Maldonado
Primero, y antes que cualquier valoración negativa, hay que decir que Oppenheimer es una buena película en términos generales. Sin embargo, luego de atravesar las tres horas que dura el filme, uno se va del cine con ciertos sinsabores vinculados con la “forma” del relato.
Lo que probablemente le juegue en contra, a priori, es la innecesaria extensión. Da la sensación de que Christopher Nolan nos somete a tal esfuerzo para reforzar la idea de que el tema que está tratando es importante, ¡muy! Importante, aunque ya todos lo sabemos.
Al terminar el filme uno se pregunta si realmente eran indispensables los 180 minutos cuando durante más de dos horas y media se dejaron cabos sueltos que se resuelven a las apuradas (y bastante “a lo Nolan”) en los últimos 30 minutos. Ahí la atención ya pende de un hilo.
Hay varios elementos que abonan la teoría de que el director tuvo una actitud presuntuosa en su filme, reforzando una y otra vez que lo que hizo es crucial para el cine y para la historia. Y no sólo eso, sino que la música, algunos planos y varios diálogos piden a gritos solemne atención.
De repente, algunas escenas se magnifican por los recursos que aplica Nolan para decirnos cómo nos tenemos que sentir frente al hecho narrado, algo que puede generar la sensación de que nos está subestimando, ¿acaso nos está subestimando?
El exceso de subrayado, sobre todo musical, también puede jugarle en contra al relato. Es decir, ¿era necesario que el sonido explote tan fuerte como la bomba cada vez que el peligro se avecina? Creo que no.
En suma, la historia que cuenta Oppenheimer tiene peso propio y el filme se valora justamente por eso mismo. Pero no hay que confundirse, usar el fibrón resaltador para subrayar lo sustancial no hace que algo tenga aún más peso, incluso, a veces puede generar el efecto contrario.
