Domadores de fuegos. Y de pastas. Y de salames y de vinos. En Jesús María y Colonia Caroya hacen todo bien, o por lo menos esas, que son las especialidades desde hace años.

Los bares y restaurantes de la zona ofrecen experiencias auténticas y deliciosas, tanto que es casi imposible sentarse y comer mal en este eje geográfico gastronómico del bien.

Una noche de miércoles llegamos a la cuidad del festival y la parrilla con sus luces prendidas invitaba a pasar, a sentarnos a disfrutar de esta hermosa costumbre llamada “comer asado en Jesús María” o bien, “comer pastas en Colonia Caroya”.

Como ya sabemos, este tipo de experiencia cárnica única fue creada por la familia Garrido en la década de 1950 . Y aquí por suerte se fusiona con el servicio de pastas y embutidos artesanales.

Salame de entrada

La parrilla está ubicada sobre la calle paralela (la colectora) de la Ruta 9 Norte, a mano izquierda antes de llegar a Jesús María si es que venimos desde Córdoba. Allí se estaciona con tranquilidad pueblerina y se puede tomar asiento adentro o bien en la galería.

La estética es la de un quincho familiar, hay televisores encendidos con un partido de fútbol y una radio prendida con locutores y hits del momento. Pedimos la carta y realmente es más que precisa: salame, carnes, pastas, postres y vinos. ¡Perfecto!

Entrada, con el infaltable salame casero.

De entrada vamos a probar una Picada de fiambre. En la carta no se especifica el precio ni el contenido, pero suponemos que incluye la joya del lugar, que es el salame de la Colonia. Dicho y hecho. Llega junto con pan casero, unos ricos pepinos encurtidos y algunas aceitunas verdes descarozadas.

El salame es artesanal sí, pero no el clásico (típico) de la zona con su propia identificación geográfica (IG). Y tampoco estaba en su punto ideal de estacionamiento (estaba más bien un poco fresco).

Antes de eso la casa invitó como appetizer una mini empanada frita. Se agradece la gentileza.

La pasta

Como primer plato principal probamos Ravioles ($ 600). La carta no explica nada pero la moza (de muy buena atención) sí: son de carne y verdura y los pedimos con salsa roja.

Cuando llegan a la mesa, con la vista ya sabemos que está todo en orden: son perfectos. Masa suave pero firme, relleno delicado con sabores nítidos. ¡Ravioles caseros de verdad!

Luego pasamos a la sección carnes. Por supuesto, está la versión extendida de la parrilla con muchísimos cortes uno atrás del otro ($ 1.500 y $ 1.800 la XL), pero esta vez solamente vamos a probar dos, para sacarnos las ganas y para chequear la muñeca del asador.

Se sabe que aquí el fuego va fuerte y tiene que estar atento para que salga todo en su punto. Y a la vez tiene que tener cintura para salir aireado cuando hay mucha gente (hay que sacar un corte atrás del otro sin parar). Con esto queremos decir que ser parrillero en Jesús María, no es para cualquiera.

La carne

Primero pedimos unos Bifes de entrecot ($ 1.100). El corte sería la parte ancha del carré de la vaca, lo que le sigue al bife de chorizo camino al cogote. Están cerca pero no son iguales, porque el entrecot cuenta con una grasita más seductora que la del clásico corte nacional.

Tanto (tan hermosa es) que fue imposible desaprovechar un solo centímetro de esa belleza llena de sabor. Acompañamos esta parada con una ensalada completa, incluida como guarnición. Y aquí tenemos que hacer un llamado de atención: hay que asesorarse y elegir otro aceite de oliva.

El vino elegido para acompañar esta secuencia de salame, pasta y carne, es el Don Valentín Lacrado ($ 700) de bodegas Bianchi, un clásico siempre vigente y a tono con el concepto de vino joven, bebible, para disfrutar en el día a día.

Luego llegó la tira de costilla ($ 1.100) con papas fritas y se disfrutó igual o más que los bifes que le precedieron. Corte “banderita” (bien finita, vuelta y vuelta), en un punto perfecto, salazón justa, un dorado encantador que deja una textura y un toque ahumado difícil de igualar.

Postre

Este paso a paso no puede menos que emocionar y dejar todo listo para un final más que feliz. Antes vamos al baño y por suerte está todo sobre rieles (descartables, orden, limpieza). Volvemos a la mesa y ya está la última perla de la noche en exhibición.

Se trata de un budín de pan ($ 200) que está a tono con todo lo anterior: sabor, textura, volumen, una obra fantástica de la simpleza y la autenticidad de los sabores tradicionales.

Y si a eso le sumamos los precios amigos que hay en toda la carta, sin dudas hablamos de una experiencia muy buena para salir a recomendar ¡urgente!