La casualidad o la causalidad sucedió un domingo a la tarde de mediados de 2000, en un subte en Buenos Aires.
Marcelo Pellizari, oriundo de la cordobesa Tanti, estaba estudiando en la Universidad del Salvador, cuando su mirada se cruzó con la de Christian Alagona, quien viajaba de forma frecuente por esa línea. El amor a primera vista ya lleva 23 años.
A los cuatro meses convivían y a fines de ese año, cuando Marcelo finalizó la beca, Christian (psicólogo y docente) se tomó un año sabático y se mudaron a la tranquilidad de Tanti. Con el caótico 2001, retornaron a la ciudad de Buenos Aires. En 2011 se casaron y “cranearon” construir una cabaña en Córdoba.
La otra casualidad, o causalidad, había ocurrido 30 años antes: cuando Doris y Daniel, mamá y papá de Christian, se enamoraron de Villa Santa Mónica, un paraje por esos años con calles de tierra y un puñado de habitantes junto a Santa Rosa de Calamuchita, y compraron un terreno que por mucho tiempo permaneció baldío.
“Este es el lugar”, coincidieron Christian y Marcelo cuando conocieron el terreno “mágico” que los encantó tanto como tres décadas antes a Doris y a Daniel. El entorno de naturaleza pura y el agua de un arroyo serpenteante en su contorno los ayudó a decidirse entre otras posibilidades.
La cabaña que lograron construir se transformó en Oma Thily, una casa de té con una singularidad: funciona sólo en las vacaciones de ambos docentes, en verano y en Semana Santa. En dos momentos al año, dejan la actividad educativa, viajan más de 700 kilómetros y se enfrascan en la elaboración casera de panes, tortas y en la atención de la gente.
Casero y a pulmón
Absolutamente todo se elabora de forma artesanal. Los dos se capacitaron para afrontar el emprendimiento. Marcelo, en panadería y café barista; Cristian, en pastelería y como sommelier de té. Algunos eventos privados en su casa les fueron dando el entrenamiento necesario.
Sin casi carteles indicativos, sin una localización rápida desde una ruta o una avenida principal y con la nutrida competencia que hay en el valle turístico, lograron que la gente los eligiera y fidelizaron a los clientes: primeros los locales, después los turistas.
La primera venta fueron seis medialunas, cuando contaban con cuatro mesas. En la actualidad, tienen entre 60 y 70 cubiertos. Comenzaron los dos solos a cargo de todas las tareas y al mes incorporaron a Gisella para que se ocupara de la limpieza, ahora ella es la encargada del salón y principal colaboradora. Luego sumaron a más personal para esas semanas en que está abierto.
“No había carteles, pero la gente llegaba igual”, recuerdan. Durante el primer año, Google Maps y TripAdvisor los impulsó. Y lograron lo que todo comercio pretende, la reincidencia y la fidelidad. La cálida atención que brindan en un espacio que asemeja a “la casa de la abuela”, con mesas desplegadas en el césped del patio, en la terraza y en el interior.
“Nos salen raíces de los pies”, dicen Marcelo y Christian ahora desde Buenos Aires. Apenas terminen sus trabajos formales en educación, aseguran que se mudarán definitivamente a Villa Santa Mónica, barrio del que se sienten parte, y ya habrá más días al año con la casa de té abierta.
En sus redes ya cuentan que la próxima temporada se inaugurará el 2 de enero de 2024. Pero desde semanas antes seguramente comenzarán a recibir reservas. “Que alguien nos elija tiene un gran valor para nosotros”, señalan.
Y quienes los eligen no sólo lo hacen por una brusqueta de queso azul o un sándwich de pan de centeno, leberwurst y cebollas caramelizadas, por un blend de té específico o una torta de frutos del bosque, sino para vivir la experiencia en un tiempo sin tiempo.
Aseguran que se cumplió el sueño de la abuela Othilia Kohl, nacida en la alemana Darmstadt, gran repostera y amante del té. Una historia que cuentan en las cartas. Uno de los tantos detalles que hacen de Oma Thily un lugar especial.
