hay timbres que llaman a las misteriosas puertas de lo vivido y la cara que se asoma del lado mágico de la realidad –esa que no se ve pero que se siente en cada célula de la emoción de la que estamos hechos– es la de los sentimientos originales, cuando el futuro y los sueños aún eran la misma cosa.
Los timbres de las voces de Silvina Garré y Nito Mestre tienen la llave. Por eso, el viernes por la noche en Studio Thetaer, no sólo se trataba de oírlos cantar, sino de cantar con ellos: el gentío era un coro abrazado a canciones queridas de un tiempo querido, de una vida querida que sigue entre las manos.
Ellos lo sabían, por eso cantaban y daban de cantar.
Pero no se trata sólo de evocar sentimientos originales, sino de celebrarlos en su fecundidad guardada en canciones, en la lucidez de los artistas que las hicieron posibles.
Cada cual trajo lo suyo y juntos, lo de cada cual. Silvina Garré, con el desmayo de su piel, el pálido amarillo de su pelo y un vestido de totalidad negra, tenía la voz y las ganas como si recién habitaran los viejos discos. Canción del Pinar, de Jorge Fandermole, tomó el aliento de la fuente más profunda de los suspiros. Pero hubo tanto de la talentosa rosarina: En blanco y negro, Hasta quebrar, El témpano, Quien quiera oír que oiga, Sólo se trata de vivir (su reconocimiento a Litto Nebbia, siempre)...
Pero vale detenerse allí donde su emoción soltó la fugacidad de una lágrima: Diablo y alcohol. "Todos tenemos un infierno en la cabeza que no se lleva bien con este corazón", sí, aunque al contrario de lo que sugiere, esa canción es una emoción que puede compartirse. Silvina Garré ha ofrecido como pocas sus sensibilidad de mujer para contar su punto de vista de vivir, de ahí su universo incomparable.
Nito Mestre, con su blanco de años sobre azul de jeans, tenía consigo el estremecido color de su voz y aquella rara alquimia joven en la que la nostalgia temprana por lo recién vivido y la impaciencia por el porvenir dejaron un potente testimonio sensible en esa versión de la música popular llamada rock nacional.
De esos días de Sui Generis, de convivir con el despuntar genial de Charly García, vinieron Cuando comenzamos a nacer, Cuando ya me empiece a quedar solo, Fabricante de mentiras, Rasguñas las piedras, El tuerto y los ciegos, Para quien canto, El Fantasma de Canterville… Y también algunas bonitas suyas como Distinto Tiempo, Algo me acerca, algo me aleja.
Sí, todo lo sentido tuvo sentido, tiene sentido.
Epifanía peñera
"Y el cielo el mar de arriba, pierde su luz cuando anochece...". Eran las cuatro de la madrugada del sábado cuando la epifanía peñera estalló en el Comedor Universitario: las esquirlas de los corazones saltaron como chispas y las manos subieron al techo, pero era como si hubieran llegado a ese cielo prometido de Peregrinos.
Había que estar ahí para verlo de nuevo, pero cada vez más conmovedor porque no deja de repetirse desde hace veinte años. Es el momento final de la presentación del Dúo Coplanacu en su peña, y es tan intenso que mirarlo es casi como vivirlo.
[video: https://youtu.be/gLs2JSj0Hgg]
La mística está muy viva. El viernes se reunieron unas 2.300 personas. La convocatoria estaba apuntalada por la presencia del notable jujeño Bruno Arias, la guitarra solista de Miguel Rivaynera, Los Duarte, La Pata de la Tuerta y Jorge “el Negro” Valdivia.
Parte del misterio del éxtasis folklórico de la Peña de Los Copla sucede siempre cuando Peregrinos termina y los instrumentos se callan: el murmullo de la gente empieza a sintonizar hasta que la canción sale a volar de nuevo. Entonces, el instante es eterno: "Y van al desparramo las estrellas…".l