Pasó el grueso de los festivales del verano cordobés y después de una temporada 2021 en la que estuvieron ausentes por las restricciones que impuso la pandemia, el esperado regreso arrojó en general un saldo positivo, con logísticas que pudieron estar a la altura de las circunstancias y convocatorias acordes a un contexto sin dudas complejo tanto por la cuestión sanitaria primero y sobre todo por la situación económica de público y organizadores.
Si bien cada evento es un mundo en sí mismo, hay algunas conclusiones generales para poder subrayar.
Pandemia, prueba superada
Lo primero que hay que decir es que, a pesar de que a principios de enero la tercera ola de Covid-19 estaba en su pico máximo y muchos auguraban que los festivales serían un gran foco de contagios, eso realmente no sucedió: si bien hubo contratiempos como algunos artistas que tuvieron que bajarse y/o reprogramarse por contagios o cuidados (Los Manseros en Jesús María, Jorge Rojas y Jairo en Cosquín y Rata Blanca en Cosquín Rock por citar los más significativos), la situación pudo surfearse en ese sentido y tampoco se registró una explosión de casos como los más pesimistas habían augurado, más aun los que seguían las alternativas por las redes y la tevé.
En cuanto al público, se pudo observar un relajamiento con las medidas de cuidado: aunque se cumplió en general con la aplicación del pase sanitario (en algunos eventos se controló más que en otros a decir verdad), a medida que iban avanzando los festivales, también costaba más encontrar espectadores con barbijos. Así y todo, por el momento los casos siguen en baja.
Música para todos
Como viene sucediendo en los últimos años, la apertura musical fue otro de los denominadores comunes. En Jesús María ya nadie se escandaliza porque artistas de cuarteto formen parte de la grilla casi todas las noches. De hecho, en esta edición fueron uno de los pilares fundamentales de la convocatoria.
Algo similar ocurre con Villa María, donde este año se profundizó esa idea con noches dedicadas totalmente a la música que más consumen hoy los jóvenes, más ligada al pop y el trap: la respuesta del público fue contundente con jornadas que se agotaron con varios días de anticipación.
Cosquín todavía mantiene su esencia con la música de raíz, aunque hace rato también hay propuestas que caminan por otros géneros. Este histórico festival es el más atravesado por la discusión del cupo femenino: aunque es verdad que es uno de los pocos con perfil folklórico que cumplió con la ley vigente (a diferencia por ejemplo de Jesús María), es chocante todavía ver noches con una sola mujer entre tantos hombres. En ese contexto, este año le sumó el necesario debate por la presencia de disidencias. Hasta tuvo que modificar su estatuto por una denuncia ante el Inadi de Ferni, una artista trans no binaria.
Como lo marca su historia, Cosquín es un termómetro de lo que sucede socialmente en el país, por eso no sorprendieron las voces (no tantas como otras veces, también es cierto) para reclamar por las urgentes cuestiones ambientales que afectan cada vez más a nuestra región.
Cosquín Rock, en boca de todos
La controversia artística más resonante se vivió este año con el Cosquín Rock, aunque no tanto de parte del público que asistió al festival sino a través de las redes sociales por un grupo de personas que todavía parece no terminar de entender esta apertura musical de la que hablamos más arriba.
Antes que nada, seguir insistiendo en la premisa de qué es rock y qué no a esta altura del partido en que las barreras de los géneros musicales se derribaron hace tiempo, es un despropósito que atrasa varias décadas. ¿En serio se puede cuestionar que La Mona sea parte de un evento nacido en Córdoba? ¿O a expresiones jóvenes del pop y el hip hop, que en definitiva si hablamos de géneros tienen la misma raíz que el rock?
Lo concreto es que a la gran mayoría del público se la pudo ver disfrutar sin demasiado prejuicio del rock más visceral de Divididos o Skay, de un dúo electrónico como Boombox o del tunga tunga de Jiménez. Hay que decirlo, muchos de los que critican esta apertura musical hace años que no van a un Cosquín Rock o festivales similares. Y no saben lo que se pierden. Ese aire de liberación y desprejuicio que se respira es una sensación muy saludable, más teniendo en cuenta el daño que causaron muchas de las (malas) costumbres que impuso en su momento la cultura del aguante ligada al rock en la que todo valía.
Es cierto que Cosquín Rock hace rato que también está muy enfocado en cuestiones marketineras como sucede con tantos eventos alrededor del mundo. Pero esto no tiene nada que ver con la apertura artística: el evento nunca dejó de ser un negocio, algo que quedó demostrado con los precios excesivos de la comida y bebida que se ofrecía en el predio, así como otras fallas en los servicios que también se repiten en otros festivales. Ahí hay tela para cortar en otro análisis.
Visitas inesperadas
El otro punto que desde un sector se le objetó a CR tuvo que ver con la aparición de Patricia Bullrich, una visita que de alguna manera terminó opacando ese clima de sana convivencia que se resaltaba más arriba. Claro, así como rescatamos eso tampoco podemos pedir intolerencia a pesar de lo cuestionable que sea el personaje en este caso, quien en sus años de ministra de seguridad se mostró muy ligada a las políticas de “mano dura” y represión.
Aunque ni José Palazzo ni el festival compartieron fotos en sus redes junto a Bullrich, el daño ya estaba hecho. Su paso por el evento con imágenes junto al público (muchos seguramente más por ese espíritu cholulo que todo lo invade que por un apoyo real a su figura) especialmente elegidas para difundir en sus perfiles públicos sirvió como un elemento clave para su campaña de cara a las elecciones de 2023.
Incluso, el momento de la ex funcionaria posando mientras de fondo Airbag interpretaba una versión de un clásico de La Renga, una de las bandas más opuestas al pensamiento de “Pato” y a su vez cuya logística en los shows está cargo de Palazzo y su empresa, fue una de las grandes muestras de las contradicciones en que está inmersa la cultura musical de este tiempo.
El gran problema para el festival, más allá de cualquier visión política, es que no se trató de una visita oficial con un propósito concreto ya que Bullrich no ocupa cargo alguno en los gobiernos actuales. Diferente fueron las llegadas de funcionarios del Ministerio de Cultura de la Nación en este mismo evento o la de Horario Rodríguez Larreta en Cosquín (también se sacó fotos entre el público pero con una repercusión absolutamente menor), por citar otras dos incursiones políticas recientes.
¿Acaso pecó de ingenuo Palazzo al recibirla sin medir las consecuencias mediáticas que podría tener? Como sea, son cosas que deberían contemplarse un poco más a la hora de cuidar la imagen de un festival que tanto le costó construir.