Los ojos negros de Martín Oliva parecen aquietarse cuando se esconden detrás de dos redondos espejos negros y azules. Pero cuando se acomoda los anteojos en el pelo, se agitan desnudos por el aire, miran en todas las direcciones donde habita su relato, hasta bien dentro de los recuerdos.
El apasionado cantor nacido en Cruz del Eje y crecido ahí nomás, en el paraje El Rincón, tiene un disco nuevo en su corazón. Animales se llama. "Animal" es la manera con la que Martín saluda a sus amigos queridos, y en estos tiempos ha sentido que son tantos… Por eso es que en el disco participó toda una fauna de músicos sobresalientes en el arte y en el afecto.
Y muchos, la mayoría, e incluso algunos más, estarán mañana cuando el registro, el 11º de su carrera de tres décadas, se presente en el salón de actos de la UNC, en el Pabellón Argentina. Juan Falú, Dúo Coplanacu, Adriana Céliz, Marcelo Gutiérrez, Bicho Díaz, Damián Torres, José “Negro” Gómez, Pichi
Pereyra, Eva Sulca, Natalia Menta, Pelu Merco, Martín Bravo… Sí, será una gran reunión. Y estará la banda, claro: Pablo Argüello, Lucas Velich, Juan Cruz Bigard y Lucas Obregón Cano. Martín Oliva viene de una larga temporada en las profundidades del ánimo. Puff. “De pronto empezaron a sucederse muertes muy dolorosas: Mercedes Sosa, el Chango Farías Gómez y mi querida amiga Alicia Cerutti…”.
Esas ausencias que fueron presencias tan intensas: “Con Mercedes, la persona que más quise, viví en Buenos Aires 17 años”, cuenta, y enseguida recuerda que la conoció luego de que actuó con el grupo Mirada del Sur en el estadio Córdoba, y ella se interesó por sus canciones.
Los nubarrones han sido dispersos por la constancia de la inquietud de su mirada, y este disco es algo así como una prueba de resurrección.
¿Qué tiene de diferente a la decena anterior en la que ha transitado con hondura de sentimiento y despliegue de vocales vibrantes, por motivos argentinos, latinoamericanos y de más allá también?
“Lo primero es que hay varios temas míos. Siempre escribo, no puedo dejar de hacerlo. Pero he elegido hasta aquí canciones de otros porque me gustaban más”.
Entonces, además del aliento de sus compañeros de banda y composición, Pablo Argüello y Lucas Velich, de la consistencia de los temas, la hora de la expresión, la urgencia del deseo de cantar y sentir en primera persona. Como en las canciones Qué se puede decir, dedicado a Mercedes. O Yo tengo tu carnaval, en recuerdo del Chango y eternas madrugadas en una casa de la Recta Martinoli.
Pero también las canciones ajenas, como siempre ha sucedido, resultan primero propias en su voz. Como le pasa con Las cuentas del alma, de Rubén Blades, que, cuando dice "las cuentas del alma no se acaban nunca de pagar", aparece el aura de su madre, María Teresa Despet. O la pureza esencial de la amistad, con Tema de Pototo, del Flaco Spinetta.
Y mientras piensa nuevos proyectos y prepara una larga gira próxima por Europa de ocho meses, su resurrección tiene palabras. “Estoy feliz. Nunca voy a dejar de cantar. Nunca me voy a confundir sobre si llorar está bien o está mal…”. Eso es lo que Martín Oliva hace cuando canta: no confunde los sentimientos.
