A favor: Se dedicó a perderla
Jesús Rubio
Es difícil explicar por qué Priscilla es una gran película. Su secreto quizás tenga que ver con el realismo con el que Cailee Spaeny interpreta a Priscilla Beaulieu.
Es ella la dueña absoluta de la nueva película de Sofia Coppola y la que se encarga de que nos creamos la historia, el personaje y todo lo que dice y hace.
Lo que logra Spaeny es que veamos no solo una película sobre una pareja famosa o sobre la intimidad de Elvis Presley y de quien fue su esposa durante tanto tiempo, sino también la historia de una auténtica adolescente enamorada, como si se tratara más de un registro documental que de un filme de autor.
Fíjense en las caras que pone la actriz cuando ve por primera vez a Elvis (Jacob Elordi), préstenle atención a cómo baja la mirada de timidez y de vergüenza, a cómo mueve las manos de los nervios cuando están sentados en el sofá, y a las sonrisas y a la respiración agitada cuando, después de un par de años, Elvis la llama por teléfono desde Estados Unidos para pedirle que vaya a verlo.
Coppola entrega un personaje que se sale de la ficción para encarnar la verdad. Vemos a Spaeny/Priscilla y, de alguna manera, nos vemos reflejados en su enamoramiento, en sus sentimientos; y en Elvis también, aunque en menor medida, ya que la decisión de que el rey del rock sea un secundario tiene que ver con lo que la directora quiere dejar en primer plano: la virtud y la pureza del primer amor, del primer enamoramiento.
Muchos se distraen con los maltratos y con los caprichos de Elvis sin tener en cuenta el contexto, la época, la temprana muerte de su madre, las drogas y la presión de la fama y de su mánager (que está en fuera de campo). Por eso Coppola conduce el relato de la mano de Priscilla para mostrar cómo Elvis se dedica a perderla, a destruir un amor verdadero e incondicional.
Lo que hace ella al final es otra prueba de amor. Y el amor duele, porque tiene que ver más con las lágrimas y con la tristeza que con las alegrías y la felicidad. Coppola hace una película sutil y conmovedora sobre cómo se pierde a una mujer.
En contra: Elvis no está vivo
Germán Arrascaeta
Es excelente el regodeo fetichista de Sofia Coppola en Priscilla, su filme inspirado en las memorias que Priscilla Presley publicó en 1985 bajo el título Elvis and Me.
Están recreados con un nivel pasmoso los detalles visuales y los objetos del mundo privado de la adolescente norteamericana residente (primero) en la Alemania de posguerra, en la que Elvis hacía el servicio militar y su padre estaba destinado como cuadro destacado, y (luego) en la Graceland de Memphis, la mansión en la que el rey del rock & roll vivió desde sus 22 años.
Lo que se ve acerca la atmósfera de lo que realmente vivieron los personajes en pugna en esta historia en la que la protagonista fue sometida a una insoportable reclusión VIP.
Pero si bien esa recreación exhala rigor y belleza, está expuesta con iluminación penumbrosa y en una narrativa sin sobresaltos que termina resultando somnolienta.
OK, el propósito de la realizadora puede haber sido corresponder estéticamente la claustrofobia de una teen (en el filme interpretada por Cailee Spaeny) a la que le han arrebatado la excitación juvenil, la independencia y hasta el deseo sexual. Aun así, todo sucede de un modo plano; demasiado plano.
Resulta funcional a esta cuestión la imposibilidad del uso de la música de Presley, que hubiera permitido mayor cantidad de matices a la convincente interpretación que Jacob Elordi, de Euphoria, hace del prócer rockero. Y mayor cantidad de matices al filme en general, claro.
Porque las alusiones a las proezas musicales de Elvis se limitan al abordaje del colectivo de giras en el camino de acceso de Graceland o a la ejecución tenue de una guitarra (o de un piano) en situación de living. Al igual que en la maximalista Elvis de Baz Luhrmann, la inmensidad de Presley brilla por ausencia.
En su recorte, Coppola apeló al astro alienado, ensimismado hasta la estupidez e incapaz de amar que, incluso, inicia a su noviecita en el consumo de pastillas para todo y en el uso de armas. Es un ninguneo a Elvis casi al nivel del que Indio Solari le propinó hace unos días en Caja Negra: “Un actor de Los Ángeles, no es un rocker”. Bueno…
