Alrededor del Movistar Arena, ubicado en el corazón de Villa Crespo, cientos de miles de motomamis y motopapis se congregaron en larguísimas filas, ansiosos por ver y ser parte del show en Buenos Aires de “La Rosi”, como llaman a Rosalía.
Cuando el reloj marcó las 19.30, muy puntuales, las puertas se abrieron y poco a poco el miniestadio comenzó a llenarse. A Alejando Saporiti, más conocido como “Broder”, le concedieron la titánica tarea de calentar el público de la española con el sello de La Bresh, la fiesta que es furor en todo el país y en el extranjero.
El DJ hizo lo suyo y enseguida todos, desde el campo hasta las plateas, movieron un poco el cuerpo, sacándose de encima el estrés y la molestia del plantón propio de la espera y poniéndose a tono con lo que estaban por vivir.
Una hora y media más tarde, aún con las luces encendidas, comenzaron a sonar por los altoparlantes estridentes sonidos y una voz en japonés. Cual intro de un animé, con Matsuri-shake, Rosalía le daba comienzo al show en Buenos Aires del Motomami Tour 2022.
Como en un abrir y cerrar de ojos, las luces se apagaron y el público estalló en un solo grito de euforia. Con el casco y las coletas que inmortalizó en la tapa del disco, Rosalía entró con su séquito de bailarines en medio de la oscuridad, acompañados de ruidos de motocicletas, casi tan protagonistas del show como la cantante. “Saoko, papi, saoko”, dio comienzo a una noche inigualable.
De azul, con reminiscencias a las prendas de los maestros de la tauromaquia y con unas botas bucaneras negras que marcaban autoridad, Rosalía bajó un cambio y con la dulzura de su voz siguió con Candy, el tema que también es el segundo en su segundo disco.
Para cumplir con las expectativas de sus exigentes fanáticos, no faltó el momento del baile de Bizcochito que, desde que se volvió viral, llevó a la española al campo de los memes en internet.
Más adelante, la catalana, sin sus bailarines, parada en el medio del escenario tipo sinfín blanco, recordó su primer show en Argentina en el marco de la gira por El Mal Querer y enseguida el público entonó Malamente, el tema que se volvió su primer éxito.
Rosalía, quizás como muy pocas veces se ha mostrado, con la guitarra eléctrica calzada, dejó expuesto su lado más vulnerable y quebró en llanto. “Me acuerdo como si fuera ayer. Muchas gracias por darme tanto cariño”, dijo, con la voz entrecortada, antes de dar paso a Dolerme.
Sacando a relucir su lado más flamenco, Rosalía trajo a la pista De aquí no sales / Bulerías. Tras las palmas y zapateos, agarró velocidad y se subió a la moto humana que formaron sus espectaculares bailarines con sus cuerpos. “Motomami, motomami, motomami”, su leitmotiv, resonó en todo el estadio.
Quizás el momento que más socavó el corazón del público argentino fue cuando, a pedido de un fan, Rosalía cantó Alfonsina y el mar, de Mercedes Sosa. La española contó, además, que fue una de las canciones que aprendió primero cuando empezó a dar shows, hace 10 años.
La española no escatimó contacto con su público: recolectó regalos, leyó pancartas con extraños pedidos, se bajó del escenario para cantar con ellos e incluso invitó a unos cuantos a bailar con ella Yo x tí, tu x mí, Gasolina, haciéndole honor al padre del reggaetón, Daddy Yankee, y Despechá, su último lanzamiento que, sin duda, será la canción del verano.
Ver a Rosalía en vivo es una experiencia 360. Cada canción con su puesta sobre el escenario se transforma en una instalación, una obra de arte digna de ser admirada y apreciada. Basta con nombrar la performance en Diablo, en la que, sentada en una silla de barbero, se quita el maquillaje y corta un mechón de su cabello, para luego arrojarlo al público.
Una joyita para destacar, y quizás uno de los momentos más épicos por la desbordante teatralidad, fue la versión que interpretó de De Plata, solo con una guitarra eléctrica de acompañamiento y vistiendo una falda negra con una larguísima cola. Rosalía demostró a quienes creían que ya no podrían emocionarse más que con ella nunca hay un tope.
Llegando al final de la noche, mientras ella y sus bailarines recorrían el escenario en monopatines, puso a todos a bailar Chicken Teriyaki.
No hay momentos clave en el show de Rosalía, porque todo el show es clave. Tampoco hay palabras para describir su potencia, su firmeza, que luego se suaviza con su dulzura y su carisma. El despliegue vocal de la catalana acelera el corazón y afloja las lágrimas. Su virtuosidad musical y el acompañamiento que le da con su cuerpo y sus gestos inevitablemente llevan a sumergirse dentro de su mundo, su sangre y su cultura.
Además, algo que no puede ser pasado por alto, por el nivel de excelencia que demuestran, son los bailarines que la acompañan y que no descansan en todo el show. La elasticidad y la capacidad de moldear el cuerpo de sus acompañantes es, sin exagerar, de otro planeta.
