Este viernes, en Plaza de la Música, el festival Satélite redondeó una por demás satisfactoria primera edición en la que cerca de cuatro mil personas se acercaron a ver a algunos de los exponentes más interesantes del rock y el pop argentinos de nuestro tiempo.
El evento, que planteó una grilla iniciada poco después del mediodía y cerca de diez horas de programación musical en vivo, salió airoso de un debut que estuvo atravesado por el fin de semana largo y algunos problemas de comunicación en la previa. Efectivamente, la sensación que dejó este primer prototipo del festival Satélite es que buena parte del público objetivo de su programación no se enteró de que un encuentro de este tipo iba a suceder.
Más allá de eso, seis meses después del Nueva Generación que no fue, la llegada de este nuevo proyecto de festival representa una continuidad de aquel espíritu de novedad y reunión. ¿Uno ocupará el lugar dejado por el otro? ¿Hay espacio suficiente para más de un evento de este tipo? Todo eso recién está por verse, pero la demanda de base está garantizada.
Desde temprano
Con el ingreso habilitado desde las 14, la Plaza de la Música comenzó a poblarse pasadas las 15, momento en el que los rosarinos Bads inauguraron el único escenario del evento ante un puñado de “adelantados” que se fue haciendo más y más nutrido con el paso de las horas.
Para cuando Zenón Pereyra terminó su actuación con Baila BACH (cuyo estribillo nombra a Bandalos Chinos, vaya signo de época), el reloj se acercaba a las 16.30 y quien seguía en la grilla era la cordobesa Daniela Spalla. Pero el concierto de la artista radicada en México tuvo que posponerse porque uno de sus músicos todavía debía llegar vía aérea a Córdoba. Cuando finalmente lo hizo, todo comenzó como si nada hubiera pasado.
Media hora de actuación fue suficiente para que la artista que tituló su próximo álbum con un apodo de la adolescencia, Dara, tuviera un reencuentro más que auspicioso con el público de su ciudad. Spalla es una estrella en franco ascenso en el país del norte y aquí no hizo más que corroborar por qué es una de las voces más especiales de su generación. Y una compositora de hits personales y con la nostalgia como materia prima.
No hubo demasiado tiempo de procesar lo hecho por la banda de la cordobesa, única artista coterránea presente en Plaza de la Música (aspecto que habrá que revisar de cara a próximas ediciones). Luego de la actuación de Spalla, que dejó al público pidiendo por más, la grilla propuso dos números de fuerte crecimiento durante la pandemia y más acá.
Primero fue Feli Colina, la salteña que mezcla psicodelia, folklore y ritual y se muestra cada vez más dueña del escenario: si hasta por momentos parece que la cantante dirige una procesión pagana en la que la música es su herramienta para hipnotizar pequeñas multitudes. Luego, Silvestre y La Naranja: la pulcritud hecha banda, con un repertorio ajustado y pregnante por donde se lo mire (y escuche) y uno de los mejores audios de toda la tarde-noche.
Ambos proyectos presentaron recientes discos (Lxs Infernales del Valle Encantado, en el caso de Colina, y Sueño cítrico por parte de Silvestre) y aprovecharon su oportunidad para mostrarse ante una audiencia más amplia y heterogénea. En ese movimiento, además, ratificaron el gran momento artístico que atraviesan estos y otros números de segundo o tercer orden en la escala de popularidad de la escena argentina. Si tiempo atrás el recambio de opciones no parecía muy amplio, hoy la sensación es completamente contraria.
Para todos los gustos
Iniciando el tramo final de la noche, Natalie Pérez se subió al escenario del recinto de Costanera y Mendoza con la presión de mostrarse a la altura de una grilla nutrida en talento y profesionalismo. Y cumplió con creces.
Aunque la también actriz elige sonoridades más propias de la cumbia, el pop latino y el reguetón, su inclusión no fue para nada ajena al espíritu del encuentro. Desprejuiciada y en permanente conexión con su banda, la artista mostró parte de su nuevo repertorio (TQT) junto a una selección de sus dos discos (Último día, Detox). Su público, que fue minoría, se hizo sentir y acompañó la más que correcta presentación de Natalie.
El apuro y la urgencia de quienes se encontraban en Mercado Alberdi se hizo notorio cuando llegó el turno de Bandalos Chinos. El sexteto (hoy octeto) de Beccar volvió a tocar en Plaza de la Música, donde ya juega de local, y dio el show más celebrado de la noche.
Con una lista más corta de lo acostumbrado, el grupo se dio el lujo de tocar una perla negra como Full Nabis o la más añeja En el aire, además de infaltables como Departamento o Vámonos de viaje. Fue una nueva muestra del ensamble orgánico que son capaces de lograr Goyo Degano y los suyos. ¿Acaso puede ser poguera una banda de soul? Bandalos también lo hace posible.
Y así llegamos a Él mató a un policía motorizado, que fue el número de cierre y le puso punto final a una larga jornada musical. La banda platense bajó los niveles de euforia preexistentes pero hizo gala de un cancionero propio que despierta más de un momento de épica colectiva. Cuando un par de miles de personas cantan algunos de esos estribillos, la piel y la garganta se erizan.
Sonaron, entre otras, Vienen bajando, Más o menos bien, Tantas cosas buenas o El mundo extraño, un verdadero popurrí involuntario. A diferencia del colega que lo precedió, Santiago Motorizado casi no habló. Se limitó a agradecer repetidas veces y a preguntar, siempre con tono pícaro, si la gente quería más. La respuesta, incluso cuando se prendieron las luces después del final de Mi próximo movimiento, siempre fue positiva. También lo fue el balance general de este primer festival Satélite.
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