La entrevista que Mauro Viale le hace a quien en ese entonces se llamaba Florencia de la Vega resulta hoy, gracias a las conquistas del colectivo LGTB+, vomitiva.
El trayecto que posicionó a Flor como diva icónica estuvo plagado de vejaciones. Para tomar dimensión, su nombre artístico tuvo que adulterarse por la demanda que le inició una mujer con el mismo nombre al sentirse “ofendida”.
Pero el destino la resarcirá coronándola como una de las divas más cotizadas del presente. Parte del crédito lo tiene un ser éticamente sospechoso: Gerardo Sofovich. Sin el uso pícaro de su imagen, Flor no hubiese llegado a ser quien es hoy. Marca forjada en la ambivalencia: como a cualquier vedette, se la cosifica como mujer; como no-mujer, se instala un morbo tácito, obsesión del público por la genitalidad.
Este magnetismo dual la transforma en sujeto espectacular. Y como sujeto espectacular, gana visibilidad y decide convertirse en ícono de lucha abrazando las políticas de género que ganan terreno durante el kirchnerismo. Flor de la V deja atrás su condición de no-mujer para ser mujer absoluta. Ya no hay lugar para la burla. Si Polino escribe que “meaban en la misma lata”, Flor se removerá el maquillaje en vivo blandiendo su DNI con exquisita teatralidad.
Bajo estos nuevos aires, Flor de la V toma una serie de elecciones biográficas curiosas: se casa de blanco con Pablo Goycochea y tiene mellizos rubios: un nene y una nena. De pronto se transforma en estandarte heteronormativo. Adaptación total al prototipo de familia con poder adquisitivo y prestigio social. Flor se transparenta bajo esa moral que la consumió socarronamente en sus inicios. ¿Podría interpretarse como una traición a la lucha histórica del colectivo LGTB+ para desmontar la heteronorma?
Debate irresistible. Por un lado, la libertad de Flor de la V como individuo para elegir un estilo de vida que la complete, por otro, la privatización y moralización bajo parámetros neoliberales de su sexualidad disidente. Este alineamiento ideológico baja un mensaje capcioso: las travestis pueden integrarse a condición de no imaginar nuevas realidades. Y esta integración exige huir de la marginalidad en lugar de reinventarla. La chance de elegir la vida que uno quiera será, en todo caso, la chance de educarse cívicamente.
En la obra Tres Empanadas, su stand up consiste en anécdotas conyugales que tienen como destinatario a un público heterosexual: ama de casa que cuida a los hijos y complace a un marido que mira partidos de la Champions League. Pero cada tanto, Flor genera temblores insertando bromas con su genitalidad. La vedette humillada fagocita esa humillación y la redirecciona hacia sí misma.
Quizás haya una tercera lectura que complazca el individualismo de Flor de la V con la causa LGTB+, porque en definitiva, ¿qué más transgresor que nacer en los medios como una anomalía para luego forjar una familia que hasta ese entonces era potestad de heterosexuales de pura cepa como el señor Mauro Viale?