Ya entrado Noviembre, recordé cómo vivíamos este mes en mi niñez. En primer lugar, recordé a Luisa, una amiga con quién, a pesar de vivir en provincias distintas, cuando niñas y jóvenes, después en países distintos, y más adelante, ya con hijos, en continentes distintos, hemos conseguido, hasta el día de hoy, mantener viva esa amistad.
Lucky –así le decíamos- y sus hermanos llegaban en cuanto terminaban las clases y pasaban el verano en las sierras. Traían algo ponderable: una máquina para pasar cine y películas de Charles Chaplin y del Gordo y el Flaco que veíamos una y otra vez en la cochera de papá.
A su vez, nosotros teníamos algo que a ella y a sus hermanos les fascinaba: caballos y monturas, y no cualquier montura: además de las inglesas, nos habían comprado unas tejanas, de cuero labrado, con estribos cubiertos, que abandonamos en la casa de las sierras cuando tuvimos que trasladarnos a la ciudad.
Renunciar a ellas fue un acto de ruptura: creo, hasta hoy, que, habiendo sido la vida tan buena conmigo, aquella mudanza fue una de las pocas pérdidas de mi existencia: mis abuelos murieron cuando ya éramos jóvenes y mis padres tenían casi 90 años y su salud era bastante buena –considerando la edad- cuando nos dejaron, lo que considero un favor del Cielo.
Volviendo a mi relato: aquellas fiestas de fin de año comenzaban a prepararse con mucha antelación, pues casi todo estaba lejos, el Ford 36 de papá no debía superar los 50 km por hora, no existían los horarios comerciales continuos y la única forma de conservar alimentos en frío era una heladerita de madera y latón que debíamos cargar con barras de hielo… que había que ir a buscar a Unquillo o a Río Ceballos. Llegábamos a casa con la mitad de la barra.
Algunas cosas, como las “peladillas”, las garrapiñadas, el pan dulce, los turrones, solíamos comprarlos en una sección de la casa Gath y Chaves, junto con muchas otras cosas que mi familia adquiría allí, como ropas, telas, perfumes, zapatos, café, buenos vinos y dulces.
Recuerdo que había un salón, arriba, con juegos como toboganes pequeños y una especie de calesita donde unas chicas, empleadas jóvenes, cuidaban de los niños mientras nuestras madres se dedicaban a comprar en los distintos pisos y departamentos de aquella tienda emblemática.
Una cosa que me extraña hasta hoy es que, en los primeros años de vivir en las sierras, solían enviarnos lo comprado en una pequeña camioneta de la firma –creo que era de un azul casi negro con letras y rayas doradas- que hacía lo mismo con la clientela que vivía en el Cerro de las Rosas, Argüello, Villa Allende, Mendiolaza, Unquillo y Río Ceballos y, posiblemente, en otras localidades cercanas.
El ayer, tan presente
En fin, recuerdo, hasta hoy, la marca del anís y del calvados, la sidra y el champagne de Navidad, el jerez de mamá, las cajas de botellitas de malta cuando estaba embarazada, los quesos y fiambres que encargaba mi padre, y unas cajas hermosas de bombones: todavía guardo una de ellas, de cartón, con la tapa forrada en seda fina estampada con un paisaje de Camille Corot.
Cuando se terminaban los bombones, mamá las usaba para guardar bijouterie, cintas de encaje y aplicaciones de flores en terciopelo que nos permitía ver, a mis hermanas y a mí, de vez en cuando. Junto con nuestras primas, nos gustaba engalanarnos con ellas y jugar a “las señoritas que tomaban el té”.
Muchos años después, cuando yo vivía en Córdoba y estaba por tener mi segundo hijo, fui una tarde a visitarla y la encontré ordenando su ropero: aquella caja estaba sobre la cama, mamá recordó cuánto me gustaba y, aunque protestando, me la regaló.
Hace días que pienso en ella y, como suele suceder cuando nos acercamos a estas fiestas –y al día en que mi madre cumpliría años- esos recuerdos pueden volverse insistentes, así que tengo por delante la tarea de recuperar esa caja que, de pronto, se ha vuelto inexplicablemente importante para mí.
Sugerencias:
1) El pasado, aunque haya sido feliz, suele entristarnos, especialmente en esta época del año.
2) Recordemos, sin embargo que, como en un cuento de hadas, Noviembre y Diciembre pasarán muy rápido y el 1º de Enero nos encontrará renovados.
3) Los nombres de los meses deberían ir con mayúscula.
