El paso de Morena Rial por LAM y por A la tarde desató una tormenta mediática. La joven hizo durísimas declaraciones sobre su padre, Jorge Rial, y renovó una larga enemistad de la que se siguen conociendo tristes detalles.
Especialmente el programa de Karina Mazzocco, fiel a su estilo, no dejó detalle de Morena sin exprimir. Más allá de cuán dispuesta esté ella a eso, el morbo y las lágrimas parecen ser el objetivo.
Los restos de Morena y los pedazos de su descarnada historia se van desparramando entre los buitres que buscan sacar alguna tajada de la carnicería: Laura Ubfal tira un detalle desgarrador sobre la niñez de la hija de Rial, uno que ella jamás reveló en televisión; Luis Ventura se sienta a su lado para tirarle la lengua y hacerla sacar al sol los trapos más sucios de Jorge. Así, una y otra vez.
Una evolución demasiado lenta
A pesar de que por momentos pareciera que los “programas de chimentos” han hecho una suerte de limpieza en los últimos años, ayudando a difundir casos preocupantes de violencia de género o acercando a los hogares debates en pos de derechos, igualdad y deconstrucción, lo que está sucediendo con Morena Rial deja la desoladora sensación de que no han (no hemos) avanzado nada.
Hoy, igual que hace 15 o 20 años, cualquiera es materia prima para una industria que se alimenta de las miserias humanas, ya sea que se preste a eso o no. ¿Acaso hay alguna diferencia entre lo que se le criticó a Rial en su momento por lo que ponía al aire en Intrusos y lo que se ve hoy?
La historia es pendular. Después de una era de cortar polleras en vivo, fomentar las peleas, filmar momentos de crisis para divertir y meter el dedo en la llaga hasta generar una lágrima, entre otras cosas, parecía que esta nueva ola de feminismos y cambios radicales en las formas de concebir y construir el mundo traía consigo una nueva televisión más respetuosa y más alejada de la cosificación, del machismo y del amarillismo. Pero no.
Por mucho que se nos quiera hacer creer que esto es así y que las cosas han cambiado, lo cierto es que, mientras peor es el momento capturado por la cámara, mayor es la ganancia. Mientras más profundo se cave la pala, mayor es el oro.
La televisión se alimenta de la desgracia ajena, de las miserias y conflictos que rodean, en este caso, a los famosos. Cualquier denuncia sale al aire porque genera rating, cualquier persona se sienta en un panel a opinar porque llama la atención.
La profesión del periodista está cada vez más en extinción y los que quedan están cada vez más corrompidos por los números que los ponen en la vereda del frente de la ética profesional.
Cómo exprimieron a Morena Rial es solo la punta del iceberg. Si se presta atención, no se trata de una cuestión aislada, sino que va de la mano de tantos otros sucesos que han ocurrido en los últimos días, como la forma en la que se abordó la noticia del fallecimiento del hincha de River que cayó al vacío en el Monumental.
Cuestiones que dejan en evidencia la decadencia estrepitosa que avanza sobre la pantalla chica y que nadie, parece, se anima a frenar.
